El gatillazo de la noche del domingo 23 de julio corneó con saña a millones de españoles.

Un plan medio era el siguiente:

-Nos cogemos el tren después de comer el sábado.

-Reservamos en Jorge Juan.

-Ni copa ni nada. Nos reservamos -venga reservas- para el domingo.

-¿Desayunamos y vamos a votar? ¿O vamos a votar prontito y luego desayunamos?

-Nada de comer, una pinchadita y a la estación de vuelta.

-Vienen a las 9 a la terraza para ver juntos el recuento.

((Fin de la conversación)).

Desde ese instante, con apenas un tercio del escrutinio en vivo, esos millones de españoles prácticamente cesaron la actividad electoral. Ya habían consumado la hazaña de desplazarse para votar -que creían en sí ya un logro con ineluctable recompensa en los resultados- pero en seguida se dieron cuenta de que no les interesaba nada de nada lo que el resto de la ciudadanía había votado. De Camprodon a Zumaia.

No daban crédito.

Cuando emergieron los líderes del PP vestidos de chupinazo para conmemorar un gatillazo, millones de sus votantes, junto a los de Vox, ya se habían desprendido de los auriculares

Su desplazamiento de ida y vuelta -todos los respetos para los lamentablemente perjudicados entre Madrid y Valencia aquella mañana-, programado con una acuarela de citas indispensables, reservas tácticas, horarios cerrados, billetes en regla desde días después del 28-M al modo de un viaje iniciático -algo tenía de eso, claro, dado lo sibilino de la fecha- guardado a la antigua como un voucher de la agencia de viajes, fue un fracaso.

Cuando emergieron en el palco de Génova los líderes del PP vestidos de chupinazo al unísono -ellos- para conmemorar un gatillazo, millones de sus votantes, junto a los de Vox, ya se habían desprendido de los auriculares. Se consolaban, a lo sumo, con la quinta temporada de Yellowstone.

El golpe para ese votante madrileño fue durísimo. Madrid como ejemplo porque no se entiende por inesperada semejante bachata de votos para la izquierda después del 28-M, nada que ver con la más previsible cosecha socialista catalana, según dicen los expertos auténtico motor de la derrota triunfal.

El lunes 29 de mayo, en algún bar de Ponzano se celebraba en el aperitivo que "ya hemos echado a Sánchez" de la Moncloa, con la única base científica de las mayorías absolutas de Ayuso y Almeida.

El lunes 10 de julio, en el hotel Europa de Pamplona se cantaba hasta lo cansino a pleno pulmón, sin una sola voz de disidencia en el epicentro sanferminero, el Que te vote Txapote.

El lunes 24 de julio, ni oír hablar de política querían.

Como abría el Abc de Anson: "España, en vacaciones".