En Moncloa y en el PSOE se devanan los sesos estos días para encontrar argumentos con los que hacer "tragar el sapo" –la expresión es de un dirigente socialista– de la amnistía a sus militantes y votantes.

La tarea es compleja. No sólo porque jurídicamente resulta un ejercicio de retorcimiento legal sólo apto para muy cafeteros, sino, sobre todo, porque significa desdecirse de lo que hasta hace muy poco decían ministros del Gobierno e incluso el propio presidente, aunque Sánchez ya nos tenga acostumbrados al contorsionismo ideológico y de principios.

De no ser constitucional a caber en la Constitución va un trecho. Y, aunque la memoria del votante es débil, las razones que han puesto sobre la mesa a lo largo de esta semana personas tan respetables como Felipe González, Alfonso Guerra, Emiliano García Page, Jordi Sevilla, Ramón Jáuregui, Tomás de la Quadra-Salcedo, Joaquín Almunia o Javier Lambán pesan como una losa entre los socialistas que piensan que el PSOE trasciende a Pedro Sánchez. Cierto es que cada vez hay más gente que opina que esos socialistas ahora cabrían en un monovolumen (antes hubiera dicho un Seiscientos, pero hubiera tenido que explicar que se trataba de un coche).

Todo este lío se ha montado porque Sánchez necesita imperiosamente los siete votos de Junts para su investidura y el prófugo Puigdemont ha colocado la amnistía como condición previa para apoyarla. Ya lo hemos explicado en estas páginas.

La novedad respecto a otros giros tácticos de Sánchez es que ahora sus defensores no buscan explicaciones altruistas para justificarla, sino que van al grano. Para muestra, lo declarado el viernes en Onda Cero por el presidente del Principado de Asturias, Adrián Barbón: "Que haya gobierno al precio que sea y que el presidente sea Pedro Sánchez". ¡Para qué andarse con zarandajas! Al pan, pan y al vino, vino.

El fin justifica los medios. Y el fin se concreta en la subida del SMI, subida de las pensiones, etc., Para imponerse a las derechas vale todo. En esto han quedado 140 años de historia del Partido Socialista Obrero Español.

Lo tremendo es que esa visión pragmática de la política les funciona. Lo que preocupa, sobre todo, es la imagen. Ahí no se pueden cometer errores.

A diferencia de lo que ocurrió con los indultos, la marea no para de crecer: Felipe, Guerra, Page, Almunia, Lambán...

Y eso es porque la amnistía significa una enmienda a la totalidad de la Transición

En Moncloa insisten machaconamente: "No habrá foto de Sánchez con Puigdemont". Esta aversión a mostrarse en público es contradictoria con el hecho de que sea precisamente Puigdemont el que va a permitir que Sánchez continúe en Moncloa. El presidente debería ser consecuente: si la amnistía ayudará a pasar página en Cataluña, a abrir una nueva etapa histórica, ¡qué menos que una instantánea que inmortalice el pacto!

Pero por como se comportan, no les tiene que parecer bien. La situación me recuerda a una escena de la película de Woody Allen Toma el dinero y corre en la que los padres del inepto atracador Virgil Starkwell -interpretado por el propio Woody Allen- aparecen disfrazados en una entrevista para hablar de su hijo. El padre de Virgil explica por qué: "Usted cree que si estuviéramos orgullosos de él ocultaríamos nuestros rostros".

El "sapo" sería demasiado indigesto. Al fin y al cabo, Sánchez prometió en un debate televisado que traería preso a Puigdemont para que hiciera frente a sus posibles delitos.

La foto queda para Yolanda Díaz. Ella no tiene problemas en aparecer junto a Puigdemont o en abrazar a su colega de fugas Comín. Su misión es hacer posible la repetición de un Gobierno de coalición. A la vicepresidenta no parece que le importe mucho el precio. Como bien dijo Victoria Prego en un artículo reciente, Díaz "le está haciendo el trabajo sucio" a Sánchez.

Las dudas sobre la constitucionalidad de la amnistía, planteadas tanto por juristas de peso, como por magistrados del Tribunal Supremo, así como por los componentes del grupo de los "dinosaurios" (así les llaman a González, Guerra y compañía algunos socialistas que no les llegan ni a la suela de los zapatos), se despachan con un argumento pueril: "Es el Tribunal Constitucional el que tiene que decidir".

¿Dirían lo mismo si la mayoría del TC fuera conservadora? Ese exceso de confianza en que el TC hará lo que desea el Gobierno va en contra del prestigio del propio tribunal, de su presunción de ecuanimidad e independencia. Por cierto, que uno de sus miembros "progresistas", el ex ministro Juan Carlos Campo, manifestó públicamente que la amnistía no cabía en la Constitución. ¿Cambiará de opinión? ¿Se inhibirá del debate y de la votación? Por no hablar de Laura Díez, jueza fichada directamente del equipo del ministro de Presidencia Félix Bolaños. Su recusación estaría más que justificada. El propio Cándido Conde Pumpido, ¿no tendrá reparos en sancionar con su voto una ley que situaría a España como un país semidemocrático?

No. La cosa no va a ser tan fácil como piensan en Moncloa. El debate sobre la amnistía tiene aún mayor calado que el que se produjo cuando se indultó a los condenados del procés, o el que tuvo lugar cuando se suprimió el delito de sedición o se reformó el de malversación para contentar a los independentistas. La amnistía es una enmienda a la totalidad de la Transición. Implica darle una victoria a la tesis de Puigdemont de que en España no se imparte verdadera justicia. Por eso, a diferencia de esos otros momentos críticos, ahora la marea no para de subir. Ya no se trata de un dinosaurio aislado, no. Ahora el PSOE se está convirtiendo en un auténtico Parque Jurásico del que Sánchez pretende escapar sea como sea porque su liderazgo puede correr peligro. O no.