Ha dicho Sánchez, o lo ha repetido, que busca y buscará votos debajo de las piedras, que parece la búsqueda de insectos de un oso hormiguero o de un lagarto pantanoso. Es esta voluntad de Sánchez, la de buscar votos como sea, disputándoselos a escarabajos y ranúnculos, la que desde la noche electoral me hizo asegurar que iba a conseguir ser investido de nuevo presidente. Eso y la alegría casi maniaca, esa alegría como de desahuciado salvado por un milagro de dioses o meigas o lavativas, que se le nota desde entonces. Sánchez no iba a desperdiciar esta segunda vida, regalada por la secta de Vox y por la consiguiente movilización de la izquierda de suscripción (esa gente suscrita a la izquierda como a una revista de vinos y quesos, y a la que se las dan con queso en un alarde glorioso de guasa e ironía). Esa voluntad de poder, salvaje, terriblemente humana, nietzscheana por supuesto, es lo que más cuenta aquí, que los indepes de butifarra sentimental y los nacionalismos neolíticos sólo piden lo de siempre. Sánchez tiene la voluntad, o sea lo tiene todo. Sólo tiene que ir diciendo que sí, y uno está seguro de que ya lo ha hecho.

Sánchez ya ha tenido que dar el sí, que sin el sí por delante, sin todo diciendo que sí, como en el poema de Salinas (los poemas de Salinas siempre disparan una palabra, y los de más calibre disparan un pronombre); sin ese sí no tendrían sentido ni su seguridad, ni sus alardes, ni esa alegría de tablao que se le nota en todo, que en los mítines parece el Pescaílla. Sin ese sí por delante no veríamos a Sánchez marchar tan marchoso y sobrado, impulsado por su chorrafuerismo como un fueraborda. Y, sobre todo, sin ese sí, el PP tendría otra oportunidad para vencer y Feijóo tendría otra oportunidad para convencer, si acaso termina de decidir qué quiere hacer con el partido y con el país. Sin ese sí, el electorado de izquierda tendría otra oportunidad para darse cuenta de que el PSOE ya no es ni izquierda ni progreso ni nada, sino el Mortadelo que le hace Sánchez a todos, incluyendo su propio partido. Sin ese sí, la derecha tendría otra oportunidad de darse cuenta de que Vox no sólo es una secta que une el Amo a Laura con curas de pistola y parche, como piratas, sino que es el mejor aliado de la literatura sanchista, como el Diablo churrasquero es el mejor aliado de ese Dios con batamanta de los catecismos. Y son muchas oportunidades ya las que iría dando Sánchez.

Sánchez no iba a desperdiciar esta segunda vida, regalada por la secta de Vox y por la consiguiente movilización de la izquierda de suscripción

Yo creo que el sí ya estaba ahí, era previo y necesario a las conversaciones, a la negociación, a este paripé, a este rigodón cortesano con mensajitos a Puigdemont en pañuelitos de encaje y con Yolanda Díaz usando el lenguaje de los abanicos como una solterona enamoriscada o sólo celestina. El sí estaba ahí desde siempre, desde la moción de censura, desde el primer Frankenstein como unos Cien Mil Hijos de San Luis putrefactos. El sí era esa voluntad de poder que ha estado empujando a Sánchez a desdecirse, a contradecirse, a borrarse, a olvidarse, y a volver una y otra vez con la cara y la vergüenza lavadas o repelladas, no para cambiar de opinión, como él ha intentado colarnos o ciertamente nos ha colado, sino para manifestar unos principios contrarios a los defendidos antes, prueba de que en realidad no tiene principios. Sánchez no es tanto el de “no es no” sino el de “sí a lo que haga falta”. Y si acaso piensan en la posibilidad de una repetición electoral, recuerden que Sánchez ya lo intentó una vez, ya repitió unas elecciones por no dar el sí, y le fue peor, pasando del insomnio a dormir con Pablo Iglesias como Epi dormía con Blas.

Yo creo que Sánchez ya ha dado el sí, que él en realidad no tiene otra cosa que ese sí, ese sí a todo, ese sí que es su propia voluntad afirmándose, en lo más hondo y en lo más alto, por debajo de las piedras y por encima de las alas. Sin duda ese sí ya está, y lo que hace falta es la historia, el relato, el dulce y traidor eufemismo, que es lo que le está llevando tanto tiempo. Ya Yolanda ha ido adelantando y suavizando que lo de la amnistía no hay que tratarlo como una ley, sino como un acuerdo “social y político” que culminará en una ley. Es algo sutil pero lapidario, porque se diría que así consiguen que la amnistía no se vea como algo que nace meramente de la voluntad de poder de Sánchez, sino que de nuevo la historia, apelotonada en gentes, en prisas o en una sola mesita coja en la que se sientan Puigdemont y él, urgen y empujan a nuestro gran capitán de la democracia a esa amnistía. Sin duda pasará lo mismo con la autodeterminación, o el referéndum, o la independencia, que llamarán de otra forma o vestirán de otra forma (Yolanda estará ahí poniendo flecos a las palabras y tutú a la arbitrariedad o a la tiranía), pero que serán siendo lo mismo en esencia, como todo ha seguido siendo en esencia lo mismo (puro poder o pura mentira) después de cambiarle Sánchez el nombre, la sintaxis, la lógica o la fecha.

Yo creo que Sánchez ya ha dicho que sí, que todo dice que sí, que “grandes diálogos / repetidos se oyen / por encima del mar / de mundo a mundo: sí”. Lo dicen sus palabras, su sonrisa, sus anhelos, sus preparativos, sus caderas, que están sincronizados y ahuecados como para el amor. Yo creo que Sánchez ya ha dado el sí, que lo tenía en la boca como esos síes del corazón, como una novia que espera sólo la pedida. Sánchez tiene el sí ahí, entre los dientes y entre las manos, como un collar o como un falo. Lo tiene ahí desde la misma noche electoral, que fue para él como ese vals que te lleva del zapatito de cristal a la mazmorra con colchón de agua.