Alberto Núñez Feijóo interviene hoy en el Congreso de los Diputados para sacar adelante una investidura que, al menos de momento, resulta bastante inverosímil porque le siguen faltando cuatro votos, los mismos que le faltaron cuando se hizo el recuento apresurado en la noche electoral.

Pero entre entonces y ahora han pasado muchas cosas, se ha acertado en muchas cosas pero también se han cometido muchos errores. Entre los aciertos plenos, el acto del domingo pasado que reunió en la plaza de Felipe II a un auténtico gentío, casi 65.000  personas, muchas más de las que la Organización tenía previstas y por eso se les quedó la plaza pequeña y hubo mucha gente que tuvo que seguir las intervenciones de los participantes en el acto a través de los teléfonos móviles.

Ese ha sido el mayor acierto de cuantos se han dado desde la noche del 23J en la que tanto a la dirigencia, como a la militancia, como a la votancia, se les quedó cara de palo porque habiendo aumentado nada menos que 47 escaños que, sumados a los 33 de Vox y al único diputado de Unión del Pueblo Navarro y al también único diputado de Coalición Canaria, resultaba que al PP le faltaban cuatro, solamente cuatro, para salir investido.

Pero esos cuatro, bien podrían haber venido del PNV si este partido no hubiera tenido unas elecciones el año que viene en las que se juega la primogenitura que ha disfrutado tantos años pero ahora puede perder en favor de EH Bildu, que está cerca de nombrar a Arnaldo Otegi como lehendakari.

Todo esto lo tiene que saber superar Alberto Núñez Feijóo en el discurso que pronuncie hoy ante sus señorías. El suyo tiene que ser, o debería ser,  un discurso propositivo en el que desgrane el modelo que quiere para su país.

Eso significa que ha de hablar de la educación a la que aspira, de la sanidad que pretende, de la educación universitaria que quiere para su país, de la formación profesional que buscará implantar si los números le dan para optar a la presidencia. Y de tantas otras cosas que forman parte de un programa de gobierno, aunque no pueda gobernar o no vaya a gobernar por más que él haya ganado las elecciones.

Su discurso tiene que dar respuesta a la multitud que ayer pedía que los líderes del centro derecha defiendan a la España constitucional que el presidente del Gobierno en funciones se quiere cargar

Pero además de eso, su discurso tiene que dar respuesta a la multitud que ayer pedía que los líderes del centro derecha defiendan a la España constitucional que el presidente del Gobierno en funciones se quiere cargar y cuya demolición ya comenzó en la anterior legislatura con los indultos, la supresión del delito de sedición y la rebaja del delito de malversación de caudales públicos.

Y que ahora pretende rematar con la concesión de una amnistía a un prófugo de la Justicia solamente porque necesita los votos de los siete diputados de Junts, partido que encabeza quien huyó en un coche y ahora vive en Waterloo a cuerpo de rey.

Tiene que hacer un discurso con el que se sientan arropados los cientos de miles, los millones de personas que tienen una constatable sensación de abandono por este presidente en funciones que ha dejado de lado a más de la mitad de los españoles. Un discurso vibrante de defensa de la nación española, única e indivisible, como manda la Constitución. Un discurso en el que estén presentes los principios y los valores que componen el partido al que pertenece Feijóo. En definitiva, un discurso moral.

Un discurso que justifique que el voto que se emitió en las urnas el 23J no ha sido un voto perdido sino que ha sido un voto que merece la pena volver a meter en una urna la próxima vez que nos convoquen a unas elecciones. 

Porque Alberto Núñez Feijóo no vino de Galicia para ser el líder de la oposición pero las circunstancias se le han torcido a él y a cuantos confiaron en los sondeos, que fueron multitud.

Y ahora no se puede zafar de un papel para el que no se había preparado. Él venía a ganar las elecciones. Y las ha ganado pero le faltan cuatro votos que el PNV se ha negado a darle con la excusa de que Vox está en la ecuación, pero la verdad es la que apuntamos más arriba.

Y también ha de clarificar su relación con el partido de Vox, sometido a múltiples vaivenes post electorales y necesitado de una postura clara y firme.

Si hace todo eso que se apunta aquí, merecerá la pena esta sesión de investidura en la que el candidato se juega mucho más que su papel en la próxima legislatura.

Se juega que los españoles sepan que hay una alternancia a la que pueden apoyar la próxima vez.