"Desde hace ya algún tiempo, nunca digo lo que creo y nunca creo lo que digo. Y si alguna vez resulta que digo la verdad, la escondo entre tantas mentiras que es difícil de encontrar". ¿Es el pantallazo de un WhatsApp de Pedro Sánchez dirigido a algún cercano colaborador? 

No. Es un mensaje que escribió Maquiavelo a su amigo Guicciardini en 1521. 

Pero cuando el presidente pronunció por primera vez la palabra "amnistía" el pasado viernes, al acabar la cumbre de la UE, vinculándola a un mandato democrático salido de las urnas, pensé que si alguna vez hiciese un acto de contricción sincero se diría a sí mismo algo parecido a la cita anterior.

Pedro Sánchez nos miente con palabras sinceras, tal es su pericia alcanzada en este arte. Nos dice que ha llegado el momento de la generosidad y del perdón. Pequeño matiz: no de perdonar, sino de pedir perdón a aquellos (condenados, procesados, fugados) a los que tanto dolor hemos infringido por judicializar lo que simplemente era un conflicto político; por no haber visto algo tan evidente como que "votar no es delito", aunque sea en una convocatoria ilegal, con censos trucados y urnas de plástico escondidas. Una vez perdonados, podremos recuperar la senda de convivencia perdida, tan necesaria para el progreso de nuestro país. Es cierto que antes de las elecciones del 23J no había percibido con claridad esta realidad, pero no se puede estar en todo. 

Días antes, en su primera comparecencia después de recibir el encargo del Rey para intentar una nueva investidura, Sánchez prefirió eludir la referencia a la amnistía, el único elemento del que depende esa investidura. Sí mencionó el referéndum de autodeterminación, para fijar ahí su nueva línea roja de lo que está dispuesto a ceder a los secesionistas. La asociación de Sánchez con la mentira ha hecho que el umbral a partir del cual consigue escandalizarnos haya disminuido considerablemente, pero seamos claros: convocar un referéndum de autodeterminación de una parte del territorio de España no es la última línea roja de quien ha demostrado ser capaz de saltarse todas, sino la última línea, que separa a un presidente de ser perseguido por la justicia. 

Autorizar un referéndum de autodeterminación colocaría a quien lo hiciera en la misma posición contraria al ordenamiento jurídico en la que se situó Puigdemont al declarar la independencia de Cataluña. Como han repetido Mariano Rajoy y Pedro Sánchez (en otras ocasiones) un referéndum de autodeterminación no es que no se quiera dar; es que está fuera de la capacidad y competencia del presidente del gobierno.

Sin embargo, en una estrategia dirigida una vez más a tergiversar los hechos, Sánchez dice ahora, dos meses y medio después de criticarla, por cierto, que la amnistía "no deja de ser una forma de tratar de superar las consecuencias judiciales de la situación que vivió España con una de las peores crisis territoriales que hemos vivido".

La cabriola verbal, unida a la referencia al referéndum, servirá para que, a la vez que se hace el mayor ejercicio de debilidad y cesión al secesionismo, este se acompañe de un discurso de pretendida fortaleza, anunciando a bombo y platillo que no se ha concedido la autodeterminación. 

Mientras tanto el PSOE de Sánchez, ya entregado a defender el chantaje con obediencia ciega, firma un manifiesto de todos los secretarios generales en apoyo de su líder. Tertulianos y elegidos expertos constitucionalistas y juristas buscan desesperadamente el anclaje jurídico y constitucional de una amnistía que nunca sintieron como necesaria, y de la que en algunos casos incluso proclamaron públicamente su inconstitucionalidad.

La exposición de motivos de esta Ley de Amnistía será clave, nos dicen ahora, porque en ella deberá justificarse con claridad la utilidad de la misma para la convivencia de la sociedad; es decir, es la que tiene que camuflar el interés político del gobernante por el interés general de todo un país.

Esta es la verdadera negociación: garantizar la impunidad de los fugados y asegurar los votos de la investidura y como poco dos años de gobierno

Quedan por delante días, parece que algunos más de los que imaginábamos, porque ahora el verdadero director de esta orquesta, que es Puigdemont, necesita tiempo para solucionar los problemas que puedan derivarse de ese consejo de la república imaginaria. Yolanda Díaz y Pedro Sánchez ponen cara de preocupación y nos dicen que necesitan este tiempo para pactar un gobierno de progreso y que la negociación no está hecha; pero todos sabemos que el único programa que van a pactar con el huido de la justicia es la aprobación de los presupuestos del próximo año para que así al menos pueda continuar su gobierno, aunque agónico durante 2025 con una prórroga presupuestaria. Esta es la verdadera negociación: garantizar la impunidad de los fugados y asegurar los votos de la investidura y como poco dos años de gobierno; para eso se necesita al menos un presupuesto. 

Parece por lo tanto que quedan algunas semanas aún para la investidura. En la ceremonia en curso, escucharemos y veremos el desarrollo de una farsa aderezada de muchas mentiras, de muchos eufemismos, de muchas palabras que dicen una cosa y significan otra. Y mientras el presidente en funciones seguirá haciendo suyo lo que dijo el filósofo griego Epicteto."No son los hechos los que estremecen a los hombres, sino las palabras sobre los hechos".


Soraya Rodríguez es eurodiputada del Parlamento Europeo en la delegación de Ciudadanos.