Pasó la princesa Leonor sobre los nublados y la Constitución como una palomita con ramita y volvemos a tener sólo a Sánchez, que cuando se quita el chaqué institucional, como un buzo que se quita el traje de buzo, sólo deja ver al presidente náufrago o pirata, superviviente a costa de lo que sea, incluso del país o de la democracia. Al final, ya ven, esos discursos que se hacen ante pequeños tenedorcitos o grandes facistoles, como en una schubertiada o un gregoriano del Estado de derecho, no sirven para mucho salvo para dar de comer a los confiteros y a los cronistas un día. Y es que la gran ceremonia que hemos presenciado, en realidad, no ha sido la jura de la heredera, con coreografía a la vez cívica y napoleónica, sino ésa del PSOE rindiendo visita a Puigdemont bajo una gigantesca foto del 1-O también como napoleónica. Quiero decir que incluso la jura de una princesa es un tapiz que se repite sin más novedad ni trance, como su cumpleaños, mientras que la jura de Sánchez ante Puigdemont significa que la Constitución ya sólo es chatarra o rastrojo. Y ya me dirán si es más importante un cumpleaños de princesa o el entierro en ceniza del Estado.

La jura de Sánchez ante Puigdemont tenía algo de velazqueña, que yo creo que el prófugo ya podría quitar aquella gran foto que tenía a la espalda, con esa urna sostenida como si fuera un cáliz wagneriano o un muerto wagneriano, sustituirla por la propia foto de Santos Cerdán y toda la comitiva socialista a sus pies, y enseñarla como si fuera el cuadro de Las lanzas. Aunque es probable que esté esperando enseñar, mucho mejor, la foto suya con Sánchez, a la que le pondrá un marco gordo, de abuela, ese hojaldre de platería o pedrería que le añaden enseguida las abuelas a las fotos. A Puigdemont lo veíamos un poco como recibiendo en batín bordado y trono bulboso de rey de Siam, bajo su mapa imperial que en realidad es sólo un mapa escolar, ese referéndum de escolares con material escolar con el que quisieron dar un golpe de Estado escolar, no sé yo si por infantiles, por vagos o por cobardes. Pero igual que su exilio manuelino ha pasado de la melancolía a la euforia, y él ha pasado de desertor a héroe, aquella derrota ha pasado a la épica y aquel cuadro ha pasado ya a billete, como una morena con cántaro de Julio Romero de Torres.

Puigdemont no sólo está disfrutando la victoria, sino la alegoría o la mitología que le están quedando con esta rendición del Estado, algo entre la Libertad guiando al pueblo en pijama y Dánae recibiendo la lluvia de oro en pesetas rubias. Hay una evidente venganza simbólica en ese como portalito indepe que se montaba Puigdemont con la visita, con ese Santos Cerdán llegando como en camello barbado, trayendo oro, incienso, mirra, profecías cumplidas y villancicos campanilleros; ese belén con gran milagro de cartón, gran estrella de mazapán, gran redentor y gran caganer. Puigdemont se gusta en estas alegorías y en estas humillaciones de rey de Siam, con el pie con babucha encima del Estado, pero lo que va a pasar no va a ser nada alegórico.

La jura de Sánchez ante Puigdemont significa que la Constitución ya sólo es chatarra o rastrojo. Y ya me dirán si es más importante un cumpleaños de princesa o el entierro en ceniza del Estado

La Constitución se la han llevado a Puigdemont de ofrenda o de regalo, como si fuera un brazo de gitano que le llevara Santos Cerdán, con su cosa de tío de la familia que regala mantecados y quesos. Ya no se trata sólo de que unos delincuentes, reos de delitos gravísimos, salgan bailando de la cárcel o se escapen bailando de los tribunales, como en Morena clara, que al fin y al cabo ya tuvimos los indultos (magnánimos indultos que no iban a llegar nunca y, claro, llegaron, como la amnistía y como todo lo que queda por llegar). La amnistía es mucho más que no pisar la cárcel, o sacarte de la cárcel cuando ya hablas con los pájaros o con el póster de Samantha Fox, o perdonar una mala racha o una mala noche. La amnistía significa borrar los delitos, borrar a los tribunales que juzgaron esos delitos, borrar la separación de poderes, borrar la igualdad de los ciudadanos y borrar el Estado de derecho. O sea borrarlo todo menos el cuadro mitológico de Puigdemont, que no ha renunciado a la independencia ni al altarcito. Significa borrar toda la Constitución, y hasta ensañarse con sus gordas letras capitulares, que uno imagina destrozadas sanguinariamente en una tortura ejemplarizante.

Por si todo esto fuera poco, la amnistía significa llegar a gobernar a cambio de los votos de los propios amnistiados, en una transacción que no puede ser más indecente ni más evidente, que nadie en el PSOE defendió nunca la amnistía hasta que estos votos hicieron falta, hasta que el colchón de Sánchez amaneció con agujeros de ratón de villancico. Y van a hacer todo esto con todo el ceremonial legislativo y gótico de la propia Constitución, alardeando de Constitución, que ya vieron al presidente ante la princesa, meneando los faldones del chaqué constitucional como una sombrillita de viuda negra. Ya hasta adelantan lo que dirá el Constitucional, que uno está deseando ver cómo argumentará Juan Carlos Campo, magistrado o sólo exministro paracaidista, que ahora quepa en la Constitución lo que él antes afirmó que no cabía. Ese “cambio de opinión”, tan sanchista, significaría que el TC es no ya numéricamente sino metodológicamente sanchista, y certificaría la muerte de nuestro Estado de derecho.

Pasó la princesa Leonor, en fin, como una señorita con camisón blanco y palmatoria, por la Constitución y por las alfombras, casi sin tocarlas. Los reyes pasan por delante de la Constitución como peregrinos, apenas para rozar su bordado santo y laico, y ni a la Constitución ni a los españoles les pasa nada por eso. Pero después de que Sánchez haya hecho su jura o antijura ante Puigdemont, de la Constitución pronto no quedará ni un hilo. Esto, un presidente solemnizándose como antipresidente y antidemócrata, a mí me parece mucho más histórico y trascendental que una princesa haciendo de princesa como todas las princesas.