Francia, Reino Unido, Alemania y otras democracias liberales occidentales están ocupadas tratando de encontrar medios legales para prohibir las protestas pro-Hamás y pro-Palestina. Ninguno de estos países está dispuesto a aceptar la cita mal atribuida a Voltaire: "Desapruebo lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo". Esto ocurre 13 años después de que la canciller alemana Angela Merkel aceptara que el multiculturalismo no funciona, y después de que los Estados europeos, tratando de combatir a los conservadores, impusieran numerosas leyes que prohíben el "enaltecimiento del terrorismo", el "discurso del odio", la "homofobia" e incluso la "transfobia", es decir, el discurso que reconoce que los hombres no pueden convertirse en mujeres. ¿Qué ha ocurrido?

Una religión de Estado

Cada vez es más evidente que, en cualquier sociedad, habrá una religión de Estado, y que esta religión de Estado utilizará el sistema legal para defenderse. En Occidente, que se autodenomina laico, la religión de Estado dominante es el liberalismo progresista, o wokeness, que es, inconscientemente, otra herejía cristiana. Esta herejía fanática sustituye a Cristo por colectivos de santas víctimas -no blancos, mujeres, maricones, etc…-; acepta una forma de Pecado Original -colonialismo, esclavitud, "homofobia", etc…- pero sólo los occidentales llevan la mancha de ese pecado.

Como todos los fanáticos, los woke ven a sus enemigos internos como amenazas mayores que sus enemigos externos

La wokeness tiene una escatología del fin del mundo en la "crisis climática", y un paraíso en el "Net Zero". Sustituye el alma por una "identidad de género" sexualizada. Y, en la cultura de la cancelación, la wokeness tiene su versión de la excomunión. La cultura de la cancelación está reservada a quienes blasfeman contra el dogma woke, por ejemplo cuestionando el orgullo homosexual, o la "crisis climática", o la inmigración. Los pecadores ordinarios, como los sospechosos de terrorismo, se libran de la ira de la ley y, en lugar de ser deportados, a menudo reciben asistencia social con la esperanza de que se arrepientan y se unan a la alianza del arco iris.

Y los teócratas que se adhieren a esta religión woke han demostrado en repetidas ocasiones que harán todo lo posible por imponer su dogma a sus rivales: véase su entusiasmo por sofocar la libertad de expresión bajo la rúbrica de protegernos de la "incitación al odio". Como todos los fanáticos, los woke ven a sus enemigos internos -aquellos que comparten el modelo cristiano de valores pero rechazan algunas de sus reivindicaciones específicas- como amenazas mayores que sus enemigos externos, como los musulmanes conservadores o los comunistas chinos.

Un conflicto religioso

Sin embargo, lo que las protestas a favor de Palestina y de Hamás han puesto de manifiesto es que los inmigrantes musulmanes en el Occidente supuestamente laico no aceptan la religión liberal y progresista woke con la misma rapidez con la que aceptan sus nuevos pasaportes europeos. La religión woke puede imponerse en una sociedad cristiana porque se basa en premisas y sentimientos cristianos, pero no funcionará en una sociedad musulmana. Los musulmanes nunca han pedido perdón por la esclavitud, y si lo hicieran por el colonialismo, sería como invitar a turcos, egipcios, iraquíes y persas a apostatar.

La diversidad hace añicos la capacidad de ponerse de acuerdo sobre un bien común

En lugar de abrazar la wokeness, los musulmanes de Europa han demostrado que mantendrán sus lealtades originales, independientemente de lo que quieran los líderes progresistas. Esto es perfectamente razonable y esperable. Los musulmanes tienen sus propias escrituras sagradas, que informan su cultura, establecen sus valores y delimitan lo que es un discurso permisible. Tienen su propio concepto de amigo y enemigo. Tienen su propia identidad. Y esta identidad, aunque ciertamente compleja y abierta a matices y variaciones, no se transforma simplemente por estar en suelo europeo o por llevar un pasaporte europeo.

A pesar de ello, los woke se niegan a admitir los costes evidentes y previsibles de la diversidad, de los que nombraré sólo tres.

En primer lugar, la diversidad hace añicos la capacidad de ponerse de acuerdo sobre un bien común. En una sociedad verdaderamente diversa, en la que los distintos grupos tienen lealtades y prioridades diferentes, es difícil definir lo que es común: Keir Starmer quiere estar con la comunidad judía, pero Sadiq Khan quiere estar con la comunidad musulmana. Además, con valores diferentes, resulta difícil ponerse de acuerdo sobre lo que es bueno. Los atentados de Hamás son claramente una retribución gloriosa para unos, un cobarde acto de terrorismo para otros. ¿Cómo puede haber una definición del bien común si no podemos ponernos de acuerdo ni sobre lo que es común ni sobre lo que es bueno?

En segundo lugar, se rompe la confianza. ¿Cómo pueden los judíos y los musulmanes de Occidente confiar los unos en los otros cuando sus intereses son diametralmente opuestos? ¿Cómo pueden los occidentales confiar en uno u otro grupo, cuando cada grupo busca el respaldo occidental para sus propias causas e intereses?

En tercer lugar, la democracia liberal muere con la diversidad. Es posible ser liberal y democrático cuando existe una sociedad lo suficientemente homogénea como para que los valores e intereses sean amplia y profundamente compartidos. En tales circunstancias, los partidos pueden alternarse pacíficamente en el poder, ya que siguen confiando en sus rivales lo suficiente como para perseguir el interés público, porque comparten identidad y valores. Sin embargo, sin cierto grado de homogeneidad, sin confianza, sin una concepción compartida del bien común, sólo hay conflicto irreconciliable. La competencia política se hace más feroz, y así, quien está en el poder impone a sus rivales leyes cada vez más draconianas.

Hacia la honestidad

La captación liberal progresista "woke" de las instituciones occidentales allanó el camino a la emigración masiva desde los países musulmanes. Las personas que fueron traídas para diversificar Europa están haciendo oír cada vez más su voz, basada en sus propias lealtades, valores y creencias, que no cambiaron con su llegada a Europa, y en algunos casos incluso se endurecieron.

El establishment progresista no esperaba este desafío a su narrativa y valores por parte de los nuevos europeos que ayudó a traer. Y, al descubrir que los nuevos europeos no abrazan los valores de Woke, el establishment sólo puede enfrentarse a ellos con represión, de la misma manera que se enfrentó a los conservadores europeos con represión utilizando leyes contra el "racismo", la "incitación al odio", la "homofobia", etcétera. La clase dirigente, tras haber logrado imponer su eeligión Woke en las instituciones de Europa y Occidente, tras haber logrado expulsar a los verdaderos conservadores de la vida pública, se enfrenta ahora a un rival religioso mucho más amenazador que los conservadores tradicionales cristianos europeos: el islam.

Ahora que los musulmanes de toda Europa hacen evidente que su identidad define sus lealtades, que su definición de lo que es común y lo que es bueno no es coherente con lo que creen los woke, o con lo que creen los cristianos conservadores, ha llegado el momento de un poco de humildad y honestidad. El multiculturalismo no sólo fracasó, sino que colocó en el corazón de Europa un elemento hostil y desestabilizador que será cada vez más difícil de contener. ¿Están dispuestos los fieles del woke a admitir sus errores? ¿Aceptarán que la única razón por la que su estafa tuvo tanto éxito es porque se basaba en un modelo cristiano? ¿Y admitirán que para contener al islam hará falta una Europa más antiliberal que se muestre abierta a que el cristianismo sea su verdadera religión de Estado? Lo dudo. Después de todo, la humildad es una virtud cristiana, pero los woke rinden culto en el altar del orgullo.


Firas Modad es asesor político y de seguridad independiente. @ModadGeoP