Tras el fracaso del partido más votado en los comicios del 23-J, el PP, por la incapacidad de su presidente, Alberto Núñez Feijóo, de recabar la confianza mayoritaria del Congreso de los Diputados, y prácticamente concluidas las desesperantes negociaciones a múltiples bandas del actual presidente en funciones, Pedro Sánchez, podemos dar por sentado que en pocos días España tendrá por fin gobierno, y será, de nuevo, liderado por el PSOE.

En la madrugada del 9 de noviembre, los representantes socialistas pactaron un acuerdo de investidura con Junts y con su líder, el fugado Carles Puigdemont. La conclusión de esa entente fue siempre el principal escollo con el que Sánchez debía enfrentarse, descartada ya la opción de un gobierno conservador integrado por el PP y por Vox.

A nadie escapa que será una legislatura compleja, que la acción legislativa será muy dura, y que digerir la futura Ley de Amnistía será un trago casi imposible de asimilar para la mayoría de los españoles. Hay que dar fe a pesar de todo ello de que habrá un nuevo pacto multicolor para gobernar España.

Durante las últimas semanas el protagonismo ha correspondido a los posibles pactos políticos entre formaciones antagónicas o competidoras: los 'vetos' entre unos y otros, visualizados en la incompatibilidad entre el PNV y Vox, por ejemplo, como hipotéticos socios del intento fallido Feijóo, o la competencia entre ERC y Junts o entre el PNV y Bildu, en el particular puzzle de Sánchez, han endiablado la situación hasta límites insospechados.

La casi irresoluble aritmética postelectoral que nos dejó el resultado del 23-J ha hecho imprescindible recordar algunas recetas, que en el mundo anglosajón o en países como mi querida Italia son muy comunes, pero que en España no están tan arraigadas acerca de ese difícil arte de la negociación política y la conformación de ejecutivos de coalición.

A pesar del legado histórico que nos dejó aquel modélico proceso que supuso nuestra Transición, los españoles somos uno de los pueblos 'más duros de mollera' respecto al ejercicio de entendernos sin pelearnos o sin romper el tablero. Los españoles creen, en general, que sentarse a negociar es conseguir 'llevar al huerto al contrario'; que el contrincante asuma y acepte casi la totalidad de los propios postulados… ¡y eso no es así! En España, no suele valer, por tanto, ni un '60-40', que sería un resultado excelente… ¡ni siquiera casi un '90-10'!

Voy a ofrecer aquí ocho claves de cómo afrontar estos procesos, tomando como referencia la actual situación.

Privacidad y discreción

Negociar implica un ir y venir de ideas, de propuestas y de situaciones, que se van ajustando y corrigiendo. Conseguir un pacto implica marchas y contramarchas. Si todo se hace con luz y focos, a la vista de todos, el proceso se congela y se estanca. Es necesario negociar en completa privacidad. Lo es para evitar filtraciones interesadas, intoxicaciones, y mensajes que puedan distraer o incluso enemistarnos con nuestras respectivas ‘parroquias’ a las que va a interesar, sobre todo, el resultado final que no tienen por qué entender el camino transitado para ello.

El precio asumido por el PSOE, no ha sido tanto económico, aunque hay aspectos fiscales nada desdeñables, sino legal e ideológico. Dar el visto bueno a una Ley de Amnistía para delitos, juzgados y sentenciados, de líderes independentistas y muchos independentistas anónimos, a menudo trufados de terrorismo callejero, ha sido un ejercicio maquiavélico. En él, tanto el presidente en funciones como la mayoría de barones socialistas, con la siempre calculada distancia del castellano-manchego García Page como excepción, han tenido que comerse su oposición a esta medida de gracia, expresada por el propio Sánchez a la cabeza hasta poco antes de la última campaña electoral.

¿Criticable?…¡evidente! ¿comprensible?…¡en opinión de muchos! ¿Despreciable?…¡para muchos otros! Eso sí, la privacidad se ha mantenido hasta al final. El futuro nos dirá si ha merecido la pena, y si la tensión de estas jornadas será pasajera o el comienzo de una ‘guerra’ abierta entre el probable gobierno y su futura oposición. Si la crispación se trasladará a la calle, como vemos en estos días por el acoso de la ultraderecha a las sedes socialistas, en Madrid y en muchos otros puntos de España.

Quien tiene el poder manda

Los ansiosos y los apurados negocian mal, se equivocan y dejan pasar oportunidades de oro. La paciencia es la virtud suprema. La disposición al esfuerzo, a invertir tiempo, inteligencia y trabajo durante las horas, días o semanas que sean necesarias, es imprescindible.

Qué duda cabe de que, quien maneja la agenda, casi siempre quien tiene el poder, cuenta con ventaja. Un buen ejemplo es la fijación de la fecha de la sesión de investidura, que es potestativa en el caso presente de la socialista Francina Armengol, presidenta del Congreso.

Pedro Sánchez, presidente en funciones y aspirante a revalidar su cargo, es, desde este punto de vista, quien controla la 'aguja de marear', en términos náuticos. Necesita ser investido, pero son el resto de formaciones las que tienen que moverse, porque están en la oposición y porque precisan, tanto o más que el candidato, presentar unos resultados óptimos a sus líderes y a sus votantes. Como se dice en castellano, precisan 'salvar la cara'. De su apoyo a quien lo pide, por lealtad institucional, o de su rechazo, o dependerá que asuman parte de la responsabilidad de un posible bloqueo. Algo que, retorciendo solo un poco la famosa frase del viejo zorro italiano, Giulio Andreotti, desgasta mucho más que el poder.

Hoja de ruta definida e intereses concretos

Quien no sabe adónde va, nunca llega a parte alguna. La ruta debe ser clara y firme; los objetivos también. Son capitales los del contrario, pero más aún el completo conocimiento de los nuestros. Jamás se debe negociar si antes no se ha negociado con uno mismo y con nuestros colaboradores.

Debemos conocer con claridad cuáles son nuestros intereses e identificar los de tu adversario. Ya sean políticos, económicos, culturales, religiosos, de poder o personales, se trata de satisfacerlos. Y ambas partes necesitan encontrar tanto el modo de hacerlo como el de presentarlo a los suyos cuando todo concluya.

¿Interesa más a Pedro Sánchez y al PSOE conseguir revalidar su Presidencia a cualquier precio, con el apoyo de Puigdemont incluido, o dejar correr el calendario hacia unas nuevas elecciones? Interesaba a Feijóo reunirse con todos salvo con Bildu- incluyendo las reuniones secretas con Junts en pisos privados de Barcelona- o asumir cuatro años más en la oposición a cambio de decirle a sus votantes que ha renunciado a ser presidente ‘a cualquier precio’. La solución está ya, rematado casi el proceso, a la vista de todos.

Pérdidas y ganancias

No debe olvidarse que el negociador que está al otro lado de la mesa buscará, aun sin saberlo, evitar pérdidas. Y para ello pondrá mayor esfuerzo que para lograr posibles ganancias. Así funciona el cerebro humano. Teniéndolo claro, se cuenta ya con una ventaja. En este caso, quien sí lo ha tenido claro es el presidente del Gobierno en funciones. El resto de líderes, desde Puigdemont hasta Ortúzar, pasando por ERC, Bildu o el necesario socio de coalición Sumar, liderado por la vicepresidenta Díaz, han sido actores de reparto con mayor o menor relevancia o acierto en las últimas semanas.

Control emocional, para la vida y para la política

La negociación política no es un proceso puramente racional. Las emociones juegan un papel central que suele definir las situaciones. Por eso es imprescindible evitar las reacciones impulsivas. El que se enoja pierde. La calma es un ‘As’ para el triunfo.

A pesar de las diferencias políticas, se debe encontrar un nivel básico de empatía con el negociador o adversario, para poder trabajar en conjunto. No importa si el otro está en las antípodas ideológicas. Tampoco si la historia entre ambos tuvo momentos duros y conflictivos. ¡Sánchez dijo que no dormiría con Iglesias y le nombró vicepresidente!
Lo que importa es que, negociar es un trabajo entre dos partes, y para hacerlo bien, ambas necesitan conectar positivamente con algo del otro.

Es sabido que Sánchez y Puigdemont desconfían mucho el uno del otro. Esto, al final, no ha sido relevante. Estoy seguro de que sus respectivos equipos, con el excelente trabajo de hombres como Bolaños, Cerdán o Boyé, han sabido, a la vista está, salvar con éxito el obstáculo. Despreciable labor para muchos, pero exitosa para los que quieren gobernar. Maquiavelo, siempre él.

Escenificación

El escenario físico donde se desarrolla la negociación nunca es neutral. Analizar las posibles influencias del mismo sobre los negociadores y sobre la opinión pública es capital. El hecho de haber tenido que conversar, sobre todo en Bruselas, le ha dado una vuelta de tuerca endiablada a una, ya de por sí, difícil negociación.

La comunicación verbal, paraverbal y no verbal

Durante una negociación política hay palabras que van y vienen, y además hay comunicación no-verbal: posiciones corporales, desplazamientos, movimientos de brazos y manos, expresiones de la cara, sonrisas, muecas, microexpresiones, miradas… ¡y fotos! Para la historia quedará la imagen de Cerdán y Puigdemont con el cuadro sobre este último de una urna de las utilizadas el 1 de octubre de 2017.

El aparato mediático de la derecha ha tratado de utilizarla para desprestigiar al equipo socialista, sin éxito, como se ha visto. Manejar bien la contra argumentación en clave de comunicación política es básico.

La clave final: las soluciones

Hallarlas es el resultado de ese complejo proceso llamado ‘negociación’. Que nunca pueda decirse que no se halló una solución porque no había solución alguna que encontrar. En todo caso se podría afirmar que 'no pudieron o no supieron construir una solución'. A pesar de las dificultades, en este caso se ha llegado, o se está a punto de hacerlo, a buen puerto. ¿Debemos felicitarnos por ello? Es evidente que desde la derecha y la extrema derecha, se seguirá gritando a la traición y al mantra del ‘ España se rompe’. Sin embargo yo creo que España no se romperá. Y cuidado que como sigan las manifestaciones y los ataques violentos de pocos fachas y franquistas nostálgicos, el gobierno será victimizado y sacará más partido de la situación. Todos, incluidos los más recalcitrantes, tendrán que acostumbrarse a la nueva situación. La tensión se disolverá y la presión en las calles decaerá… el gobierno y un proyecto social para España, quedará.