Sánchez es ya un orgulloso presidente humillado, como un tío Tom de los varios nacionalismos arios, egoístas, totalitarios o comepiedras. Al presidente que llegó con la sonrisa en el ojal y el churro colgando, como un majo endomingado, luego lo vimos cubrirse el bajo vientre con la gorra y aguantar las amonestaciones y advertencias de ERC y Junts, que le recordaban sus deberes y su sitio en el mundo con el dedo salpimentador y trinchador de la autoridad y parábolas amenazantes y condescendientes. Pero enseguida nuestro presidente volvió a sonreír, y a abrazar, que abrazó a todos los suyos, como si le hubieran dado uno de esos Grammy latinos de autotune, vacile y mucha cacha. A Sánchez está claro que le gusta su lugar en el mundo, mandando en las escalinatas pero recibiendo azotainas de sus jefes en público, como una criadita francesa de fantasía; marcado por la mentira, la ambición y la desvergüenza pero durmiendo sobre peluche, cadenones y cubiteras en la Moncloa, como un rapero poligonero. Quizá el ego desmedido sólo es posible con un olvido desmedido, que borre las humillaciones igual que las mentiras, apenas corriendo un visillo o apagando una luz de perilla.

Gabriel Rufián y Miriam Nogueras parecía que le echaban la bronca a Sánchez desde la tribuna como se le echa una bronca al cochero desde la calesita. Nuestro presidente, de gala como una sota, decorativo como un macero, con pasamanería de primera comunión, en realidad sólo estaba enjaezado igual que las caballerías, que el procés sigue adelante en su carroza, con Sánchez abriendo paso igual que un jefe de gaiteros. Sánchez se había dado importancia, tono, por estar ahí, emplumado sobre el pescante, y de repente le salían engreimientos que hablaban de un perdón, una concordia o una domesticación que el independentismo, escandalizado por este descoco, tuvo que parar con un bastonazo. No hay perdón, no hay concordia, no hay vuelta al redil constitucional, no hay “pasar la página”, como le dijo Nogueras con tono de maestra de guardería quitándole a Sánchez las ceras o las pelotillas. “No lo hemos hecho ni lo haremos nunca”, aclaraba. “Hoy sólo escribimos una página más que nos acerca a nuestro objetivo”, remataba mientras Sánchez sostenía el gesto castrense del cochero o del mayordomo, el gesto severo y ridículo del criado.

Sánchez ya es presidente, después de negarse a sí mismo, de negar al Estado y de que lo nieguen sus socios; después de humillarse a sí mismo, de humillar al Estado y de que lo humillen sus socios

Sánchez es ya un orgulloso presidente humillado, que a lo mejor esto no sólo es un intercambio, el lujo por la sumisión, el estatus por la carne, como en las queridas antiguas, sino una forma particular de disfrute, y lo mismo esto a Sánchez le pone. Los propios socios de Sánchez negaban desde el más alto púlpito nacional la versión del presidente, esta pax sanchista de migotes y reconciliación, este independentismo contenido, desinflado e inofensivo gracias a su habilidad negociadora, casi hipnótica como sus caderas dignas de un Grammy latino con posfiesta y todo. Los propios socios de Sánchez, descarados como todos los que mandan, le estaban dando la razón a Feijóo, a la oposición y hasta al tío del rosario, gangoso de beatería como un Carlos Jesús covadongo. Pero ahí seguía Sánchez, inmutable aun refutado y desarmado. Rufián hasta le hacía girar la cabeza a su alrededor, como si Sánchez no estuviera en el Congreso sino con bridas en una habitación roja, para que se diera cuenta de su vulnerabilidad y del poder de su amo. Pero ahí seguía Sánchez, algo envarado pero gustosamente sometido, y sin duda feliz.

Sánchez ya es presidente, después de negarse a sí mismo, de negar al Estado y de que lo nieguen sus socios; después de humillarse a sí mismo, de humillar al Estado y de que lo humillen sus socios, que sólo falta que Puigdemont lo llame para hacerse la foto y le ordene vestirse de tirolés al lado de una cabrita con el nombre en el cencerro, un nombre que será Lawfare o a lo mejor Falcon. Sánchez ya es presidente, aunque el que no lo desprecia lo considera un mal menor, que calado lo han calado todos, aquí y ya hasta en Europa. Sánchez ya es presidente y pasea su dignidad indigna como con liguero rojo y orejitas de gato de porno cosplay, entre coqueto, ridículo y lastimoso. Aunque esto es nada, apenas una caricatura, que lo grave es que Sánchez ya es presidente poniéndonos al borde de la crisis institucional, de la crisis de legitimidad entre poderes del Estado, del enfrentamiento ciudadano y de la guayabera caribeña. Y además para nada, que los indepes ya le han dicho, enseñándole el látigo terrible o placentero, y haciéndole girar la cabeza desde su escaño presidencial como desde un columpio bondage, que siguen queriendo lo de siempre y lo conseguirán, o él volverá a los arrabales o al Peugeot.

Sánchez llegó a la investidura con la sonrisa y se fue de la investidura con la sonrisa. Lo que pasó entremedias, tanto azote, risotada, escarmiento, golosina, goce y dolor, deberemos considerarlo quizá asunto privado, como ahora parece que son asunto privado las leyes, la democracia y el Estado. Habrá que concluir que lo de Sánchez es una categoría superior o desconocida de vanidad o de perversión. Sánchez ya es un orgulloso presidente humillado, y ahí va con su sonrisa de cremallera, dando saltitos, quizá con coletitas de colegiala vieja o quizá con bolas chinas. Mañana nuestro presidente, como la mitad de España, ni se acordará de la buena o mala noche, del buen o el mal trago.