Ayuso y Sánchez sabemos que están hace mucho en una guerra de dinastías o religiones, de divismos o bolsazos, de tomatazos o frutazos. Pero ya no sólo se trata de la guerra ideológica, la guerra cultural, la guerra de las polis o la guerra de los sexos, sino que ahora ha empezado una guerra de protocolo, a garrotazos de maceros, a bastonazos de chambelán, a alabardazos de alabardero, a trompetazos de trompeteros, que uno imagina como una guerra en Puy du Fou, con calzas verdes y gorrito plumífero. A lo mejor todo empezó aquel Dos de Mayo, con Bolaños queriendo hacer de gorrón de foto como el que es gorrón de gambas. Pero el caso es que ahora se inaugura el AVE de Madrid a Asturias y el ministerio del ramo, o más bien Sánchez, que tiene los ministerios como si fueran decorados del desierto de Tabernas, no ha querido invitar a Ayuso. A la presidenta esto le ha parecido un desprecio, un insulto, ella que siente estos desaires como una gran duquesa, y ha prometido venganza. La cosa no es ninguna tontería porque los protocolos en la mesa, en las galas y en los eventos los ve uno más estrictos, temibles y punitivos aquí que las leyes contra el mangazo y el golpismo.

Se inaugura el AVE de Madrid a Asturias, pero sin Madrid, sin su presidenta que es como la figura de Tío Pepe de la Puerta del Sol, entre el tipismo publicitario y la borrachera de uvas verdes que dan sus ojos locuelos. En realidad lo que se inaugura es un tramo de 50 km allá por León, no sé si por debajo de las montañas o por encima de alguna calzada romana, pero desde luego nadie se va a ir a León a inaugurar la cosa, así con el rey Felipe, Sánchez, los ministros y los presidentes autonómicos vestidos de cicloturistas. No, lo que van a hacer todos es montarse en el tren en Madrid, como si fuera el Tren de Cervantes o el Tren de la Fresa, y hacer desde ahí el recorrido siempre un poco alfonsino y un poco paleto adonde toque. Y es lo lógico, porque en Madrid empiezan y terminan todas las vías, como bien saben los maletillas, las folclóricas, los concejales y los finalistas del Adonáis (o del Azorín, o del que sea).

Madrid distribuye o recoge toda la gloria ferroviaria, industrial, turística y hasta artística, pero al que invitan es al señor de León, o sea a Mañueco, que sólo ha puesto un túnel, una conejera, una montaña idéntica a cualquier montaña y un raíl idéntico a cualquier otro raíl. Seguro que los asturianos y los madrileños están pensando en lo rápido que pueden llegar ahora al túnel de León, al descampado de León, no en lo rápido que pueden llegar de la capital del torrezno al reino de la fabada, y viceversa. Pero claro, la lógica del protocolo es otra, no es la utilidad sino la costumbre, y es lo que explica este Gobierno de etiqueta tan exquisita: sólo se invita a los presidentes autonómicos de los tramos que se inauguran, para que hasta el que sólo tiene la montaña o el descampado pueda inaugurar algo, como una gasolinera en el desierto. No estaba Ayuso, ni siquiera un secretario suyo con barquillo, cuando el AVE a Galicia, a Murcia o a Extremadura (si se puede hablar realmente de AVE a Extremadura). Pero a lo mejor entonces estábamos más rigurosos con el protocolo, como con las leyes.

Ayuso subiéndose a un tren en Madrid, un poco entre Marilyn con ukelele y señor de los mostachones de Utrera, sería un insulto a los presidentes montañeses

La verdad es que no se puede relajar el protocolo de las inauguraciones ni de la pamela, a riesgo de convertirnos en salvajes. No es como las leyes o la Constitución, que se pueden relajar o ignorar por el bien de España o por el bien de Sánchez, que viene siendo lo mismo. Ayuso subiéndose a un tren en Madrid quedaría raro y provocador, como una señorita que se sube a un tren de soldados (antes había trenes llenos de soldados, de monjas y de criadas, que parecían llevarte a Verdún en vez de a Atocha). Ayuso subiéndose a un tren en Madrid, un poco entre Marilyn con ukelele y señor de los mostachones de Utrera, sería un insulto a los presidentes montañeses, a los presidentes tuneladores, a los presidentes con glorioso descampado inaugurado como el que inaugura un tendedero. Y, sobre todo, sería un insulto a los presidentes guapos y rumbosos, que invitan a sus cosas, a sus estrictas ceremonias, a sus despiporres legales y a su cama redonda a quien le da la gana, claro.

La guerra entre Ayuso y Sánchez es total, dicen, y ya llega hasta a clavarse los tenedorcillos de postre y a sabotearse esas inauguraciones con tijerón y escarapela que siempre parecen el cumpleaños de un concejal de 4 años, aunque vaya un rey. Lo que ocurre es que una guerra por todo puede entenderse o malentenderse al final como una guerra por nada. Se puede y se debe guerrear por la supervivencia del Estado de derecho o por el mismo concepto de verdad, que es lo que está en peligro con Sánchez. Pero queda ridículo hacerlo para que cada tren viaje con su maja, como la señora que iba en los trenes con la cesta de viandas. Esta guerra de invitaciones y desprecios alrededor de cócteles croqueteros y óperas de ministros y alcaldones parece una querella o una venganza de época, como si Ayuso quisiera desquitarse del vizconde de Valmont. O como si fuera Bolaños perdido en el Dos de Mayo goyesco.

Ayuso, menospreciada y dolida, prepara su venganza como su perfume y ya no invitará al Gobierno a su palco privado ni a sus bailes con máscaras y cocidos. Yo creo que así sólo consigue que la némesis de Sánchez parezca una envidiosa de telenovela. No sé por qué, pero uno ve a Ayuso últimamente nerviosa o insegura, como una guapa a la que de repente ya no hacen caso y sobreactúa para llamar la atención. Sobreactúa con esto de hacerse la estrella del Orient Express en un tren de gaiteros, y sobreactúa avisando de que Sánchez ha planeado matar de sed a Madrid, que parece un plan de Gargamel contra Pitufina. Sánchez puede hacerlo todo, puede traer en globo a Puigdemont y por supuesto puede dejar que Ayuso se monte en el estribo de un tren como la novia de un soldado. El poder arbitrario con un protocolo estricto es signo de decadencia, una decadencia putrefacta y como veneciana. Pero no sé si queda muy bien ir de resistencia contra esta decadencia pareciendo una gran duquesa con ataquito o un gorrón de AVE.