Cargos, militantes y tropa huyen de Podemos, que parece el negocio de un videoclub familiar sin mercancía ni futuro, pero Pablo Iglesias aún los persigue feroz, desastrado y algo vago, como si fuera el gran Lebowsky.

Pablo Iglesias enfurecido es como un gorrilla enfurecido, involucrando todas las injusticias del mundo, de la historia, de la política y hasta del amor alrededor de la escasa cosecha de centimitos, colillas, caries y desprecios que le ha dejado la jornada. Casi lo veo alejarse entre los coches, con una varita en la mano y cojera mal curada de adoquines y espantadas, a esa hora en la que el día va teniendo ya color de cenicero mal vaciado, como su gorra, como sus dientes, como su bolsillo.

Ahí va el gorrilla, o sea Iglesias, rajando ferozmente y para nadie del gobierno, de los ricos, de los periodistas, de la gente sin suelto ni corazón, y de aquel compañero traidor que le robó un Ducados y la propina de un Seat León como el que le robó todos sus sueños. Pero ahí, rajando de todo y nada, el gorrilla, o sea Iglesias, todavía se te puede volver, con cara de necesidad de justicia o de ortodoncia, a pedirte otro euro, otra revolución o sólo otro ministerio.

Podemos fracasó porque decepcionó a sus votantes, a sus bases y a sus propios líderes

Podemos es ya un partido nido de cigüeñas o un partido casita del árbol, en el que hay cuatro con la gorra para atrás y la pluma de la izquierda como una pluma de sioux, cuatro que son un poco hermanos de camada y un poco amigos de campamento, jugando a las batallitas, a los médicos y a las comiditas. Quedan cuatro fundadores, cuatro vecinos, cuatro enamoradas o cuatro pelotas del líder, que andan ahí todavía arrojando castañazos o naranjazos a los que se van y a los que pasan, como Roberto Sotomayor, el último que se ha llevado el chinazo de Iglesias.

El personal se va porque ya da cierta vergüenza andar colgado del sobaco en un árbol o un campanario, en el abismo no ya de una ideología fracasada sino de una propuesta fracasada. Podemos ha fracasado no por las mamachichos ninjas o los espías vestidos de ventero que mandaba Florentino, ni por el contubernio de los medios, ni por el lawfare, que ahora resulta que todo es lawfare, hasta la multa del guardia. Fracasó porque decepcionó a sus votantes, a sus bases y a sus propios líderes, que vieron cómo se pasaba de la democracia de farola a la neura o neurona particular y a la franquicia familiar.

Pablo Iglesias, niño del bosque con síndrome de Peter Pan incendiario, se ensaña con Sotomayor, al que acusa, como al que se va de la pandilla del patio, de vendido, de gallina y de rajado (al final toda la izquierda transcurre como en un recreo de primaria eterno y circular). Hasta señala que su nueva posición junto a los guais le permitirá ahora “pasarse de la raya y de las rayas” (serán rayas de tiza, supongo). Son acusaciones crueles y chocantes porque, en realidad, el primer vendido, gallina y rajado fue el propio Pablo Iglesias, que era vicepresidente del Gobierno y lo dejó para ponerse a gritar a los coches versículos de la izquierda, agitando la vara de avellano o la lata de cerveza aplastada.

Recordaba el otro día en las redes la periodista Lourdes Lucio que la mejor descripción de Pablo Iglesias se la escuchó a Teresa Rodríguez justo cuando el emérito dimitió como vicepresidente: “Ea, otra vez se ha aburrío”. Son los demás, por lo visto, los que no pueden aburrirse nunca, ni del mundo ni de él.

Pablo Iglesias se ensaña con Sotomayor, al que acusa, como al que se va de la pandilla del patio de vendido, de gallina y de rajado

Iglesias se aburre de la docencia y se pone a hacer política, se aburre de la política y se pone a hacer rap, se aburre del rap y se pone a hacer radio pirata, se aburre de la radio pirata y se pone a vender castañas de la izquierda en las redes, se aburre de las castañas y quiere volver a hacer política pero como en playback, sólo como apuntador o supertacañón de la izquierda divina y pura. Una izquierda que, para entonces, el personal ya ha visto que se ha quedado en chalecitos de ferrallista, parafilias autoeróticas de Igualdad y leyes aciagas para la sociedad que son sin embargo estupendas para el ego y el cutis de algunos. Iglesias se aburre de todo, menos de estar ahí, en el atril o en el árbol, y el que no puede aburrirse es el pobre izquierdista de a pie, mareado como siempre entre sectas, herejías, disidencias, inquisiciones y pragmatismos.

Sumar sólo es el intento de que la izquierda de toda la vida sobreviva a los desastres del té de muñecas en la casita del árbol / ministerios de Podemos. Podemos se unió a Sumar por interés, para sobrevivir, y Sumar admitió a Podemos también por interés, para tener opciones de gobernar, pero no se soportan. Ahora que unos tienen el Gobierno para hacer simbolismo y otros el escaño para hacer ruido o merchandising, lo que tocaba era volverse a separar. La unidad de la izquierda siempre ha sido un oxímoron, que la izquierda unida es, simplemente, la izquierda vencedora. Y ahora vence Yolanda, aunque sea (o precisamente por ser) la misma izquierda olvidándose de Podemos, que Yolanda tiene algo de espíritu emanado que bebe en el Leteo.

Iglesias se enfurece allí en su casita del árbol, en su campanario donde era el gallo que brujuleaba, tormenteaba y veleteaba. Pero el izquierdista quiere sobrevivir, no servir de distracción o de sostén a Iglesias, ser alumno cuando es profe, ser suscriptor cuando es streamer, ser enamorado cuando se suelta la melena, ser revolucionario cuando está con la varita y ser posibilista cuando está en los sofás de nata de la Moncloa como un okupa que sólo piensa en destripar el tresillo.

La única constante de la izquierda verdadera parece que es Iglesias, sea politólogo, tertuliano, ministro, empresario con mamachichos, capitalista con harapos, gurú con gineceo o simple aguafiestas, y eso no puede ser. Aunque yo creo que Iglesias no busca ser la única izquierda, ni que Podemos vuelva a gobernar. Él sólo quiere conservar su rincón, su media calle, su media dentadura, su medio euro, su media mala lengua, que así se va repartiendo su izquierda la calderilla y las zurrapas como del turisteo de la política y la vida. Al menos, hasta que se aburra otra vez.