A veces las circunstancias convierten a hombres mediocres en héroes. Algo así sucede en el caso de Carles Puigdemont.

Hace apenas seis meses, el ex presidente de la Generalitat era un cadáver político, un zombi, casi un estorbo para su partido y para el movimiento independentista, que no sabía muy bien cómo reubicarle, una vez que el Gobierno de Pedro Sánchez había otorgado el indulto a los condenados por el procés, y había reformado el Código Penal a la medida de lo que le había exigido ERC, partido que dio estabilidad al gobierno de coalición en la anterior legislatura.

Su partido, Junts, se debatía entre dos facciones, una más posibilista y otra más radical, encabezada por Laura Borrás, que ganó la batalla interna y se disponía a enterrar con dignidad al exiliado en Waterloo.

Pero el 23 de julio el panorama dio un vuelco inesperado. Cuando Pedro Sánchez celebró su derrota en la calle Ferraz como si hubiera sido una victoria no hacía falta más que saber sumar para darse cuenta de que el líder del PSOE contaba para repetir mandato con los siete votos de Junts.

En realidad, el resultado de Junts (menos de 400.000 votos) fue un rotundo fracaso, y si Sánchez no necesitara sus siete escaños para gobernar, ahora el partido sería una jaula de grillos y Puigdemont seguiría haciendo solitarios en su chalé de Waterloo. Pero la matemática electoral volvió repentinamente todos los focos hacía él.

Podemos no estar de acuerdo con él o incluso considerar que fue un cobarde cuando huyó a Bélgica en el maletero de un coche mientras algunos de sus colegas se quedaban en España y tuvieron que afrontar años de cárcel, bien es verdad que en condiciones VIP. Pero lo que no se le puede negar es astucia. Nadie ha sabido rentabilizar mejor un puñado de votos y obtener tanto a cambio.

Ha sabido rentabilizar mejor que nadie los escasos 400.000 votos que logró su partido el 23-J. Sin Sánchez, Puigdemont no sería más que una triste anécdota en la historia de España

Un hombre que ha construido su propio personaje en torno a su lucha contra el Estado, que ha hecho del no rendirse su razón de ser, tenía que jugarse el todo por el todo en su negociación con el PSOE. Fue audaz y logró lo que muy pocos pensaron que podría obtener: la amnistía y el reconocimiento por parte del PSOE de que la justicia española ha prevaricado en su caso y en todo lo que tiene que ver con el procés. No otra cosa es el lawfare.

La paradoja es que ese éxito que hay que apuntarle personalmente a él se produce en un momento de reflujo del independentismo. Hasta Artur Mas, el ex presidente de la Generalitat que desató el proceso de secesión con su referéndum del 14-D en 2014, reconocía la semana pasada en La Vanguardia que ahora no se dan las condiciones para volver a reclamar la independencia. Las encuestas son machaconas a la hora de corroborar que los que quieren la independencia son cada vez menos y, electoralmente, el PSC es, en estos momentos, el partido que suscita más apoyos.

Pues bien, con todo, Puigdemont ha conseguido salirse con la suya y podrá volver a España cuando la ley de amnistía se publique en el BOE convertido en un nuevo Tarradellas. Aunque ya sabemos aquello que dijo Carlos Marx en El 18 brumario de Luis Bonaparte: la historia nunca se repite de la misma forma. En este caso, también la comparación sería una farsa.

¿Qué hará Puigdemont con su sobrevenido capital político? No lo sabemos. Puede que visto que no lograría ganar en Cataluña decidiera permanecer como europarlamentario viviendo cómodamente en Estrasburgo, o en su chalé. O tal vez el prurito personal de darle un revolcón a Oriol Junqueras le anime a presentarse a las elecciones catalanas. Ya veremos.

Lo que sí está claro es que Puigdemont ha abierto una sima insalvable entre el gobierno y la oposición y, de paso, ha colaborado como actor principal en una operación insólita de desgaste de la Justicia.

Algunos de los párrafos del mensaje de Navidad de Felipe VI estaban escritos pensando en el deterioro de nuestra democracia al que han contribuido personajes como Puigdemont. Todavía resuenan en sus oídos las palabras del Monarca de aquel ya histórico 3 de octubre de 2017. Por ello, a Puigdemont, y a todos y cada uno de los socios del gobierno el discurso del Rey no les ha gustado nada.

Convertimos a Carles Puigdemont en Personaje del año 2023 no porque sea un modelo a seguir, ni alguien al que se pueda admirar, sino porque las circunstancias han hecho de él un personaje clave en este año que por fortuna está a punto de concluir. Como me dijo su abogado, Gonzalo Boye: "Nadie puede discutir que el último semestre nos lo hemos llevado enterito".

Lo ponemos en nuestra portada porque es la demostración de hasta dónde nos puede llevar la debilidad y la ambición de un líder. Sin Sánchez, Puigdemont no sería más que una triste anécdota en la historia de España.