El enfrentamiento nacional de más actualidad no es el de Teresa Ribera contra el juez García-Castellón (el juez lo tiene perdido porque vamos directos al bananerismo chandalero, con faralá de elastiquillo flojo). Yo diría que es más bien el de María Jesús Montero contra Miguel Tellado, o sea el de una ministra que parece una frutera contra un señor como cualquier señor, calvo de pelusa, gordito de galletas y con gafa de patilla con esparadrapo. El personal enseguida ha salido con lo del insulto y las ofensas, a ponerse la tirita en la calva y a recoger las gafas partidas (esa segunda derrota de tener que recoger las gafas partidas), pero a mí me parece una pugna primigenia y mitológica, como entre el fuego y el agua.

Desesperación y crueldad del PSOE, medianía y resignación en el PP, son las verdades que nos deja este pique, mientras que sus discursos no nos dejan nada

Aquí tenemos el enfrentamiento entre la comadre deslenguada y el señor poca cosa, que es un enfrentamiento como de zarzuela, como el que tienen la morena y la rubia o el chulapo y el ricachón. Lo que pasa cuando el personal desdeña como insulto la fuerza de la iconografía es que nos perdemos un debate simbólico que casi siempre es más interesante y rico que el debate intelectual entre estos políticos o vecinos poquita cosa.

Montero es la comadre española, con manos que huelen a pescado, a guantazo de pescado más que a guantazo de mano abierta, y Tellado es un señor como de botijería española o pinacoteca española, más Velázquez que el Greco (a los señores del Greco, que son como cipreses en llamas, nunca los hemos visto en la realidad). Y a mí eso, el que tengamos una comadre en el Gobierno, arremangándose como la cocinera, con más desplante que gramática y más ajo que condumio, me dice mucho más que lo que pueda decir ella en realidad, que casi nunca sabemos qué dice porque no sabe hablar. Igual que tener un portavoz del PP como un señor de cine español indistinguible (el cine o el señor), un español redondito e igual, como el Seiscientos, me dice bastante más que lo que haya dicho él, que es lo que diría cualquiera del PP. Montero le añade al argumentario sanchista desesperación, marujerío y crueldad, y Tellado le añade al argumentario pepero la resignación del español calvo y gordito, atrapado entre la calva y el peluquín y entre la meriendita de mamá y el espejo del dormitorio. Desesperación y crueldad del PSOE, medianía y resignación en el PP, son las verdades que nos deja este pique, mientras que sus discursos no nos dejan nada.

Ya nadie se puede meter con narices gongorinas ni gafitas o cojeras quevedescas, que no eran las narices ni las gafitas ni las cojetadas sino la gran percha o aldabón por la que el ingenio podía acceder al discurso y hasta a la esencia del personaje. Cuando Pablo Iglesias llamaba a “normalizar el insulto en política”, en realidad era una llamada a vulgarizar el insulto, que como sabemos es un arte (desde Horacio a Schopenhauer, pasando por nuestro Siglo de Oro, lleno de espadines y pullas). Hay un insulto que es una simple plasta arrojada y hay un insulto que llega al alma porque es su objetivo, no quedarse en las narices ni en las gafotas. Por ejemplo, Félix Bolaños, ya lo he dicho alguna vez, tiene nariz y gafas de gafas con nariz, y por esas narices e intelectualidades falsas y de una pieza llegamos a la verdad de que va disfrazado de gobernante y de charlista como el que va disfrazado de Groucho Marx.

Estamos olvidando o menospreciando el insulto que llega al alma, que es como el adjetivo que llega al alma (cuando el que insulta o describe resulta que es capaz de ver el alma, claro). Aunque Montero se queda en arrojar la plasta, como la que arroja una lechuga podrida, o sea que llama a Tellado calvo y gafotas pero no es capaz de decirnos adónde nos lleva la iconografía del calvo con gafas, que es al español que olvida sus gafas y su calva entre las gafas y calvas de los demás, en la resignación de la normalidad. A lo mejor ése es el español normal del PP, o el político normal del PP, que apenas tiene más que su normalidad. La verdad es que a Feijóo sólo le falta ser calvo para ser el más normal de los normales. Igual que a Sánchez sólo le falta vender pescado, como esos guapos que venden pescado y tienen a la clientela loca, para ser el más farsante de los farsantes.

Montero es la doña con orzuelo de mirilla y verbo de aljofifa, y es el sanchismo desacomplejado que practica lo que critica y critica lo mismo que practica. Esto nos lo enseña no sólo en el discurso sino en su iconografía, o sobre todo en su iconografía, así que sí es importante fijarse en su moño erizado, como un estropajo que corona el cerebro, y no sólo en el estropajo de su sintaxis. Igual, Tellado es el PP poquita cosa, intercambiable o indistinguible, y el gordito que se defiende llamando a la seño y exhibiendo los sobresalientes que ha sacado en los quebrados, que no le importan a nadie en la vida real. Por eso Sánchez se ríe de Feijóo y Montero se ríe de Tellado.

Ya no nos metemos con las apariencias y a mí me parece empobrecedor porque perdemos no sólo mucha literatura sino mucha verdad. Estamos olvidando la simbología, la iconografía, el mensaje que siempre hay en el aspecto, y ya decía Roland Barthes, más o menos, que estar ciego a la simbología es estar ciego al mundo. Michel Onfray fue capaz de hacer toda una historia de la filosofía a partir de cuadros de filósofos, pinturas que retrataban sus cuerpos o rostros pero llevaban a su pensamiento y a su verdad, y titulaba los capítulos, por ejemplo, “los guantes de Maquiavelo” o “el diente de Foucault”. Nosotros podríamos llamar a este capítulo de nuestra historia “el moño de Montero y la calva de Tellado” y lo clavaríamos.