La canción que vamos a mandar a Eurovisión se llama Zorra, que no está mal aunque yo creo que más sonoro, castellano y empoderado hubiera sido “puta”. No sin razón era puta la puta vieja Celestina, doctora en puterío,como puta era aquella “señora mía” de Quevedo que le quedaba tan elegante y bien puesta en los sonetos como a Bécquer un arpa.

“Zorra” suena a eufemismo, a puta edulcorada a la que no se le reconocen su verdadera dignidad y poderío. “Zorra” también suena a cabrón mordiéndose la lengua, que casi siempre hay un cabrón que adorna y sostiene a la puta sobre la alta silla de sus cuernos. La puta castellana y gloriosa, casi complutense, dice mucho más que la zorra un poco anglosajona, estiradilla y cursi (la bitch). Pero quizá vamos a mandar una canción con eufemismo y zorreo de boquilla porque nuestras reivindicaciones son también un poco eufemísticas y de boquilla.

Ahora, la tropa eurovisiva sigue siendo parte de un ejército moralizante o desmoralizante, folclórico y propagandístico

Parece que lo nuestro ahora es mandar a Eurovisión una canción reivindicativa, alegórica, estridente y femenil, como si tuviéramos que mandar siempre a una valquiria con botas altas. Pero la reivindicación se nos queda un poco folclórica, como todo en Eurovisión. El público de Eurovisión ha pasado del matrimonio de mesa camilla y casete de Julio Iglesias a consumidores de himnos activistas, himnos un poco petardos, fustigantes, vecinales y creyentes, como un gospel de garito. Pero ese público sigue esperando y aplaudiendo algo folclórico y algo hortera, con el folclore o la horterada de la época. Folclóricas y horteras eran esas señoritas con flecos en las mangas y en las pestañas, que seducían como en un amanerado orientalismo español. Y folclóricas y horteras siguen siendo las Tanxugueiras, con pandero de santo del pueblo, y por supuesto Nebulossa, que les da por hacer ahora pop y vanguardia de La bola de cristal.

Lo nuestro era mandar folclore hortera y soldados de la patria disfrazados de gitanillas, románticos o profesores de latín. Ahí estaban esas españolas como Mataharis de lata de aceite, y esos pianos como tanques y esas gafas como de aviador o catedrático de Augusto Algueró. Toda la alegría un poco alucinógena de Massiel, Karina, Salomé y hasta Micky, siempre con esos temas de nuevos amaneceres y esperanzas y esos cánticos de sencilla felicidad, tan protofascistas, sólo eran propaganda del franquismo. Ahora, la tropa eurovisiva sigue siendo parte de un ejército moralizante o desmoralizante (la intención moral es la misma en ambos casos), folclórico y propagandístico, que parecen joteros por su insistencia en el estilo y los temas.

Todos los años sale alguna pastoral sobre la teta, el culo o el zorreo, que ahora son cosa de activistas como antes eran cosa de molineras de égloga. Y es que seguimos yendo a Europa a convertir a impíos, y seguimos mandando monjas musicales y curas de guitarrita, que ya es curiosa esta insistencia en ser “el vigía de Occidente”.

La canción de Nebulossa se llama Zorra, que a mí me parece quedarse corto en esa intención moralizante que sólo se alcanzaría totalmente atreviéndose a decir puta y a rimar con puta, aunque no haga falta hacerlo como Quevedo. Así sólo nos queda una zorra que no es puta, una puta corta de puterío como corta de una pierna, una puta que parece más pícara o traviesa que puta, una puta que no se atreve a revertir un insulto machista en afirmación de libertad. La verdad es que no sólo se trata del significante, sino del significado, o sea de que la zorra o puta sólo lo sea heráldica, folclórica, cariñosa o irónicamente, pero nunca crudamente. En realidad, esa “zorra de postal” que dice Nebulossa no es tal. Al contrario, la zorra folclórica, heráldica, cariñosa e irónica de Nebulossa niega a la zorra real. O sea, que sigue considerando que la zorra real es un insulto, un insulto del cual pretende librarse o exorcizarse pronunciándolo.

Nebulossa se ha traído el sintetizador trompetero de los 80 y la peluca de Alaska, pero el revival ya sólo es una caricatura. En los 80 ya estuvieron las Vulpes con su Me gusta ser una zorra, en realidad una versión de I wanna be your dog de los Stooges, el grupo de Iggy Pop. Aquello no era mainstream para menear el culo y para que el público repitiera “zorra” como el “ay, Macarena”, era un punk que ponía verdaderamente los pelos de punta a las vecinas, los obispos y los políticos. El fiscal general del Estado las quiso empapelar, el programa Caja de Ritmos en el que actuaron fue cancelado y a su presentador, Carlos Tena, lo despidieron. He aquí una estrofa: “Prefiero masturbarme, yo sola en mi cama, / Antes que acostarme con quien me hable del mañana. / Prefiero joder con ejecutivos, / Que te dan la pasta y luego vas al olvido”.

Todos los años sale alguna pastoral sobre la teta, el culo o el zorreo, que ahora son cosa de activistas como antes eran cosa de molineras de égloga

La diferencia entre Nebulossa y las Vulpes es que nuestra canción eurovisiva aún dice “zorra” como insulto (siquiera irónico) y las Vulpes lo decían como afirmación. A Nebulossa su zorra les queda como una mera monja bailona y a las Vulpes les queda una mujer que te escupe su total libertad, que no necesita defenderse del insulto dándole la vuelta porque le basta negar que sea un insulto. La zorra de Nebulossa no es una zorra, es en realidad la antizorra, es la santa feminista. La zorra de las Vulpes sí lo era, sería una zorra incluso en su definición machista, que sólo así, paradójicamente, deja de ser machista. El insulto, ser una zorra, ser una puta con su cabrón (“ay, ay, cabrón”, dicen al final del estribillo) como brutal himno de libertad absoluta. Ahora las cancelarían, claro.

Lo nuestro en Eurovisión ahora es mandar canciones folclóricas y culiformes, reivindicativas pero con una reivindicación un poco de plástico, como una Barbie reivindicativa. Hubiera sido más potente y castellano lo de puta, pero puta es más crudo, más barroco, más punk y menos irónico, y se trata de poder ser zorra pero sin gusto. Puedes poner “zorra” en una canción, pero no te puede gustar ser una zorra. Y, menos, puedes soltárselo a la cara al cabrón, al baboso o a la feminista.