Hace unas pocas semanas leíamos la buena noticia de que la inflación en diciembre había bajado y se acercaba al objetivo del 2%. Y eso fue así tanto en Europa como en EEUU. Se acercaba el momento de que los bancos centrales relajasen la “estricta” política monetaria. La reacción en el mercado crediticio fue instantánea: el Euribor bajó unos cuantos puntos básicos (centésimas de un punto porcentual), con el consiguiente alivio de los que revisaron su hipoteca poco después. Pero como dice el refrán, “que poco dura la alegría en la casa …”. Al empezar febrero la inflación ha vuelto a subir, el euríbor ha ido detrás y las declaraciones de los máximos responsables de los bancos centrales retrasan el comienzo de las bajadas de tipos al verano, en el mejor de los casos.

La bajada de los tipos de interés es el deseo que tienen todos los deudores y hay dos grupos con mucha capacidad de presión, los particulares hipotecados y los gobiernos. Los primeros subieron en número y ambos grupos en cantidad de una manera muy considerable, en los largos y anómalos años de relajación monetaria. Para los particulares las subidas se produjeron de golpe 3 o 4 puntos, lo que hizo que el servicio de la deuda mensual subiese un 30% o hasta el 40%, con el consiguiente desajuste en el presupuesto familiar. Los tipos no es que suban de una vez, sino que como los ajustes en las hipotecas se hacen normalmente una vez al año, el deudor los sufre de una tacada. En el caso de los gobiernos, el efecto se diluye en el tiempo, ya que el ingente stock de deuda a tipos bajos se va renovando de poco en poco.

El descenso de los tipos no solo beneficia a los deudores, sino que tiene más consecuencias positivas a nivel general. El aumento del crédito facilita la financiación de inversiones y hace aumentar el consumo, sobre todo de productos duraderos que se suelen financiar con endeudamiento. Proyectos de inversión que no resultaban atractivos con tipos altos ahora sí lo son. En general, disminuye el coste de oportunidad de tener el dinero en liquidez, ya que este rinde cada vez menos. Las empresas ganan más, al tener menores costes financieros y los bancos se benefician de la bajada de la morosidad.

Las empresas y los particulares se endeudan en exceso, introduciendo una fragilidad a la estructura de su balance y patrimonio

Ahora bien, los tipos bajos tienen importantes efectos negativos. El más obvio es que el aumento del crédito y, por lo tanto, de la cantidad de dinero, más pronto que tarde trae inflación, como estamos comprobando en estos momentos. Además de la inflación, hay otras consecuencias, muchas de ellas vinculadas a distorsiones en el comportamiento de los inversores: bajos tipos de interés alteran la percepción del riesgo. Puede ser debido a que muchos inversores demandan una determinada rentabilidad esperada y no la reducen cuando bajan los tipos, por lo que tienen que acudir a inversiones más arriesgadas. Un ejemplo es lo que pasó en 2017, cuando Argentina emitió bonos a 100 años. A pesar de su historial de impagos, hubo sobredemanda: claro, el tipo era del 7,85%, frente al 2,77% de las obligaciones a 30 años del Tesoro de EEUU. Menos de tres años después de su emisión entraron en default. 

Las empresas y los particulares se endeudan en exceso, introduciendo una fragilidad a la estructura de su balance y patrimonio. Pensamos que los bajos tipos de interés van a durar para siempre y acometemos inversiones o nos compramos casas que nunca deberíamos.

Los bajos tipos de interés agrandan las desigualdades, con ganadores y perdedores. Con carácter general, traen consigo un aumento en el valor de determinados activos, como las acciones y los inmuebles. Ello beneficia a las personas de nivel patrimonial alto, que tienen estos activos, frente a los ahorradores más modestos, con productos bancarios que dejan de rendir.

En general, este cambio en el comportamiento de los inversores abre el camino a la siguiente crisis, continuando con un círculo vicioso que no acaba nunca:

  • La bajada de tipos trae dinero fácil, con el consiguiente desarrollo positivo en los mercados.
  • Ello lleva a una mayor apetencia por el riesgo.
  • La que trae consigo inversiones poco razonadas y, en su caso, pérdidas.
  • Se abre un periodo de miedo, se secan los mercados, reducción de la cantidad de dinero y recesión.
  • Vuelven a bajar los tipos y se inicia un nuevo ciclo expansivo.

Esa presión para que bajen los tipos expresa un sentimiento de que están demasiado altos. Pero, ¿respecto a qué? Si lo comparamos con los de hace cinco o diez años desde luego. Pero es que eran anormalmente bajos. Los tipos negativos fueron una aberración que alimentó un aumento del endeudamiento, sobre todo público, del que todavía no hemos visto sus consecuencias. Un tipo de interés se puede definir de muchas maneras y una de ellas es el valor del tiempo y no puede ser que el tiempo tenga un valor negativo, es imposible de entender. Los tipos deben tener un valor real (después de la inflación) positivo. Visto así, los tipos no están altos.

Otra singularidad de los tiempos actuales, desde la gran recesión de 2008, es que solo miramos a los bancos centrales y sus decisiones sobre los tipos de intervención. Unos comités de política monetaria, de los que forman parte personas seguro que muy inteligentes, son los únicos decisores de los tipos de interés. Ahora, la oferta y demanda de crédito juegan un papel marginal. Esos bancos centrales, cuyo cometido principal era controlar la inflación con intervenciones puntuales y siempre esporádicas, aportando o drenando liquidez al mercado, se han desvirtuado. Se han convertido en los principales creadores de dinero, con la deuda pública como correa de transmisión. El protagonismo del mecanismo del crédito-depósito propio del sistema bancario pasa a tener un papel secundario, supeditado a los bancos centrales. Un caso más de intervención de un mercado que conduce a su desaparición.