El PSOE está con esto de Ábalos entre el duelo, los cuernos y el teatro. Es un sentimiento de desamparo más conyugal que político, como esos santos matrimonios con alcoba de caoba y crucifijo burgalés que un día descubren que uno ha echado al aire una cana o una piedra de riñón y no se sabe qué duele más o, quizá, qué importa menos. Hay como un PSOE postrado ahora en cama, con soponcio, penumbra y trocitos de corazón, de galletas y de pañuelos, y quien no dice que el partido anda desolado dice que anda rabioso, o triste, o abatido, o desconcertado, o en shock, algo que lo mismo suena a cuernos de notario que a muerte de un caniche. A mí me parece difícil cogerle así el pulso o la vena a todo el partido, a la “militancia” que dicen ahora como si fuera un cuerpo eclesial, una cristiandad abstracta y desperdigada, que en realidad se concentra en un par de copones o mitras. Yo, en todo caso, diría que el PSOE ya estaba desolado, rabioso, triste, abatido, desconcertado o en shock desde que dejó de ser un partido para convertirse en un caudillaje. Quien está entre el duelo y los cuernos, entre la exageración y la hipocresía, entre el cólico y la amargura, es Sánchez.

Al PSOE le ha dolido mucho Ábalos, que se les ha ido un exsecretario de Organización como si se les hubiera muerto su Chanquete voluptuoso. Y a Ábalos también le ha dolido mucho su PSOE, que lo ha dejado en la calle, tirado como un mendigo (la verdad es que Ábalos siempre parece un mendigo, un mendigo con traje y mitones para una Nochebuena de Berlanga —Berlanga me va a salir mucho con este asunto). Esto es así casi tal cual, salvo que habría que decir Sánchez y no el PSOE. El PSOE no existe, ya no hay aparato, ya no hay estructura territorial, ya no hay tradición, ya no hay familias ni contrapoderes, salvo ese Page que se aparece como se le aparecía Pío XII a aquel personaje de Umbral, entre lo sobrenatural, lo imperativo y lo inútil. El PSOE es el húmedo vacío de Galicia, o el jardín perdido de Valencia, o la melancolía cortijera de Andalucía, o sea ese partido que se pudre con rebequita y rifas en las Casas del Pueblo y en la oposición. Ya no hay PSOE, sólo está la Moncloa con alambrada y, dentro, Sánchez con marcapasos. Y los que dicen estar ahora encamados de tristeza por lo de Ábalos son los que están encamados siempre con Sánchez, tenga fiebre o resaca.

Sánchez está débil y acojonadillo, y quizá mostrar contundencia con Ábalos le devuelve por un momento la fuerza, la juventud y hasta la sensación de inmortalidad, como una breve y mareante viagra de jubilado

Entre Sánchez y Ábalos se ha desgarrado el amor o se ha descolgado la vejiga, que a veces es lo mismo. Pero a mí no me parece una tragedia del PSOE sino un asunto de particulares, ya digo. Una matrimoniada, algo entre esposos con negocio de estanco y noche de Corega, silencio y orinal, que quizá es lo único que había ya entre el presidente y su exministro y exfactótum, por razones desconocidas y sospechosas. Más que la fogosa traición, como unos cuernos con la manceba o el profesor de yoga, lo que suele ocurrir en estos casos es un alejamiento por las expectativas no cumplidas en la santidad del partido como en la santidad del colchón. Sánchez esperaba de Ábalos un rápido sacrificio, pero a Ábalos sin duda le pareció injusto y tonto sacrificarse dentro de un ambiente tan virtuoso y orgulloso en la resistencia, la resiliencia y la persistencia. Ábalos, por su parte, esperaba de Sánchez un apoyo que el presidente no le podía prestar por su extrema debilidad en esta legislatura, que es como una debilidad de la cadera o de la próstata. Y así termina el matrimonio, tras mediar algún reproche y alguna moquita.

Sánchez está débil y acojonadillo, y quizá mostrar contundencia con Ábalos le devuelve por un momento la fuerza, la juventud y hasta la sensación de inmortalidad, como una breve y mareante viagra de jubilado. Pero Sánchez no puede escapar de esa debilidad, como no se puede escapar de la naturaleza. La agresividad, la saña o la prisa de Sánchez con Ábalos demuestran miedo y eso lo hace aún más débil. Tanta prisa y tanto miedo parece tener que se le pasa el detalle de que su escrupulosidad con las responsabilidades políticas y vigilantes de Ábalos se volverían enseguida contra él si Ábalos es imputado, o incluso si no es imputado. En la corrupción política casi nunca se trata de “cuatro golfos”, como decía Chaves de los ERE despachando con la mano. Los cuatro golfos, que salen los primeros en el telediario con gafas de viuda y bufanda de timador de viudas también, normalmente no tienen ni siquiera la oportunidad de llegar a ser golfos si no hay una estructura detrás. Y esa estructura, persistente, trasversal, o sea política, es la que ya estamos viendo, la que abarca varios ministerios, varias administraciones y varios chanchullos más allá de las mascarillas y de Koldo. Hasta en eso de empezar por el chófer cachopudo ve uno la similitud, la sincronía, la progresividad y la carrera de los ERE.

El PSOE, dicen, está triste, como una novia tejiendo, aunque yo creo que el PSOE de verdad, el PSOE que no vive en el Xanadú de la Moncloa sino en los plenos sobre rotondas y en el abandono de Sánchez, lleva triste mucho tiempo. Y estaba ya más preocupado antes por las próximas elecciones en su pueblo que ahora por los boleros o divorcios entre los que han llevado al partido al desprestigio, la agonía y la insignificancia. El PSOE está triste, que quizá es una manera de que parezca que este PSOE sin PSOE puede estar de alguna manera aparte de aplaudiendo, o callado, o en la lista de espera del sotanillo de Sánchez, que si en el pueblo no consigues nada aún puedes llegar a chófer de ministros o de señoritas, y hasta dar el pelotazo. El PSOE, dicen, está triste, como un matrimonio sin televisión, como un marinero con acordeón o como un condenado con armónica. Pero no. El que está triste, o quizá ya condenado, es Sánchez.