Algunos líderes políticos parecen tocados de una gracia especial que les hace parecer invulnerables. "La fortuna sonríe a los audaces", escribe Virgilio en La Eneida. Insiste en esa idea Maquiavelo en El Príncipe. Franco se creía bendecido por la baraka que le protegía hasta de las balas de los rifeños.

Pedro Sánchez tenía para una gran parte de la militancia socialista ese don que hacía de él un jefe audaz y con suerte. Su principal activo no era su visión política, su capacidad para afrontar retos encaminados a la mejora del país, sino su aguante ante la adversidad, como pone de manifiesto en su libro Manual de resistencia.

Hasta ahora, todo le había salido bien. Tras su caída en octubre de 2016 supo levantarse, ganarle las primarias contra pronóstico a Susana Díaz, y, en 2018, lanzarse a una moción de censura a Mariano Rajoy que salió por los pelos; es decir, por la traición del PNV al PP.

Una vez en Moncloa se las apañó para aguantar unos meses, convocar elecciones y, tras un resultado decepcionante, pactar con Podemos para tener la mayoría de la Cámara y formar un Gobierno de coalición, cosa que él mismo había descartado. Finalmente, en 2023, también contra pronóstico, logró la alianza de todos los partidos, excepto el PP y Vox, para ser investido. El coste, elevadísimo, aún lo estamos pagando en forma de una ley de amnistía que deja en papel mojado la sentencia del Tribunal Supremo de 2019 sobre el procés.

Las mentiras o cambios de opinión, como él las llama, apenas si le han supuesto un coste entre sus votantes, que le ven como la garantía de que nunca, nunca, podrá volver la derecha al poder. La explicación a este curioso fenómeno de impermeabilidad ante el engaño la dio Nicolás Maquiavelo hace más de quinientos años: "Cuan loable es que un príncipe mantenga la palabra dada y viva con integridad, y no con astucias, todo el mundo lo entiende. No obstante, vemos por experiencia que, en nuestro tiempo, los príncipes que han sabido incumplir su palabra y embaucar astutamente a los demás han hecho grandes cosas y han superado, finalmente, a los partidarios de la sinceridad".

El presidente afronta los peores meses de su mandato, más débil que nunca, acosado por un caso de corrupción que amenaza con llevarse por delante su gobierno

Bien podríamos decir que Sánchez es el más maquiavélico de nuestros políticos. Tal vez de nuestra reciente historia, porque es el que mejor aplica la máxima de que el fin justifica los medios.

Sin embargo, esa baraka que acompaña a nuestro presidente desde que decidió echarse a la carretera en su Peugeot 407 para recuperar el poder en su partido en 2017 parece que que le ha abandonado súbitamente.

Tras perder las elecciones gallegas por goleada, con su partido humillado, surgió uno de esos escándalos que, como un tsunami, amenaza con llevarse por delante a su gobierno. El 'caso Koldo', ya el caso Ábalos, no es la corruptela de un listillo que ha estafado a unos cuantos. No es el 'caso Juan Guerra', ni mucho menos, porque el hermano del entonces vicepresidente se conformaba con hacer favores a los menesterosos ocupando un despacho oficial sin ser cargo público. Tampoco es el caso Filesa, o el caso Gürtel, ya que, de momento, no hay financiación ilegal del PSOE en los trapicheos de la trama. En cierto sentido, es un caso genuino de enriquecimiento personal de un grupo que utilizó sin vergüenza ni freno el poder del ex ministro de Fomento y ex secretario general del Partido Socialista.

El caso de las mascarillas afecta, de momento, no sólo al propio Ábalos, calificado ya por el juez Ismael Moreno como "intermediario", sino que deja a las puertas de la imputación a otros altos cargos, como la ex presidenta de Baleares, hoy presidenta del Congreso, Francina Armengol, y deja en muy mal lugar al ministro del Interior, Grande Marlaska, al ex ministro de Sanidad y líder del PSC, Salvador Illa, y al ex presidente de Canarias, hoy ministro de Política Territorial, Ángel Víctor Torres.

Al mismo tiempo, hemos conocido las amistades peligrosas de Begoña Gómez, esposa de Pedro Sánchez, con el empresario Javier Hidalgo (Globalia). Un asunto feo. No es lo mismo que la señora Gómez hubiera mantenido relaciones profesionales con, pongamos por caso, Amancio Ortega, y que éste le hubiera financiado actos para su instituto, que los patrocinios que ahora se conocen los haya hecho un empresario que, poco después, logró ayudas públicas aprobadas por el Consejo de Ministro presidido por su esposo por más de 600 millones de euros. Apesta a tráfico de influencias.

El ruido mediático de la trama Ábalos, en la que Koldo es sólo un pobre diablo, ha ocultado la importancia del auto del Tribunal Supremo admitiendo la investigación por delito de terrorismo al ex presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont. Los argumentos de la Sala Segunda son muy sólidos y dejan en mal lugar al Fiscal General del Estado y a la Teniente Fiscal del Supremo, María de los Ángeles Sánchez Conde, que en su escrito contradijo la opinión mayoritaria de la Junta de Fiscales de Sala.

Resulta paradójico que Sánchez esté deseando acordar la ley impunidad para Puigdemont con tal de que se deje de hablar del caso Ábalos.

Tanto el Gobierno como Junts han salido al paso de la decisión del Supremo anunciando que en los próximos días se alcanzará un acuerdo para la aprobación de la ley de Amnistía. Resulta paradójico que Sánchez esté deseando acordar la ley impunidad para Puigdemont con tal de que se deje de hablar del caso Ábalos.

Los nervios en Moncloa están a flor de piel, hasta el punto de manipular el contenido del informe de la Comisión de Venecia (órgano consultivo del Consejo de Europa) afirmando que da luz verde a la ley de amnistía, obviando que advierte sobre la división social que provoca y de la petición expresa de que su aprobación se produzca por una mayoría cualificada.

La ley de Amnistía no significará un remanso de paz para el Gobierno, sino todo lo contrario. Una vez aprobada, el Supremo recurrirá ante el Tribunal de Justicia Europeo (TJUE), que, de facto, paralizará su aplicación para los casos que juzga el alto tribunal. Es decir, que frenará en seco la amnistía para Puigdemont.

¿Qué hará entonces el líder de Junts, al margen de acusar a los jueces de law fair? Él amenazó el sábado con la "vía unilateral" para lograr la independencia.

Por no hablar del rechazo que genera esa norma incluso entre los propios votantes socialistas.

El PSOE afronta las próximas elecciones europeas (en las vascas le bastará con sumar con el PNV para que los nacionalistas sigan gobernando) en situación de extrema debilidad. Un mal resultado en junio abrirá un debate interno ahora larvado.

Sánchez ya no es aquel político que garantizaba a su partido la permanencia en el poder. Su baraka se ha esfumado y tiene por delante los peores meses de su mandato. Aguantará, sí, pero no podrá agotar la legislatura.