Pedro Sánchez, aun siendo un presidente eminentemente de palco, terciopelo y barandilla, igual que nuestra presidenta Begoña Gómez, no ha sido nunca muy futbolero, y a mí me parece un error político y estético porque Sánchez y Begoña harían en la zona vip unas deliciosas estampas ondulantes y tornasoladas de matrimonio Beckham. Ahí está perdiendo la pareja presidencial un gran escaparate, que el fútbol es la escalinata social de nuestra época, como el anfiteatro romano, con un gallinero de pueblo contemplado por prebostes y patricios con anillos de meñique y la cara de moneda que da el poder. Sánchez no es futbolero, quizá porque cree que es una cosa rojigualda, machirula y facha como una fragata, y se nos hizo raro verlo en el partido contra Alemania. Además, haciendo comentarios de barbería como si fuera el mismo Rajoy. Más raro todavía fue que dejara sola a su mujer, a su amor sin mesura y sin reproche, en aquel día de ira en los juzgados de la Plaza de Castilla. Yo creo que se vienen cosas chulísimas entre Sánchez y la selección.

Allí estaba Sánchez, en Stuttgart, inaugurando o ensayando su condición de presidente futbolero o de don Felipe de sustitución, aunque no bajara a los vestuarios, donde por cierto han bajado reyes y reinas (recuerden a doña Sofía saludando a aquel Puyol en toalla, como una reina de Inglaterra saludando a un masái). Algo ha visto Sánchez, o Begoña, en la selección. O sea, una nueva oportunidad para la propaganda o quizá el plan de algún máster sobre fútbol “sostenéibol”, que dicho así suena de verdad a deporte recién inventado, igual que a cátedra recién inventada. De repente el fútbol ya no es rancio, con sus domingos de salchichón y berrea, y hasta Sánchez se escapa de la mujer para irse al partido como al reñidero. Sánchez se acerca a la selección como Begoña a un patrocinador, o sea que ya sabemos que pronto será incorporada a la ortodoxia o a la servidumbre. Tampoco puede ser tan complicado manejar una selección de fútbol políticamente, teniendo ya casi todas las instituciones del Estado funcionando como franquicias hamburgueseras de la Moncloa.

Sánchez no estaba en el fútbol como futbolero ni como español ni como presidente, él sólo estaba como Sánchez, que es algo de lo que no puede escapar. Y Sánchez tiene la intención de que la selección, que vuelve a ilusionar, a triunfar y a gustar después de que el tiquitaca se nos fosilizara en el pie como un juanete, pronto participe en su empeño contra la ola reaccionaria y la ultraderecha de bombo y porrón. Sánchez yendo al fútbol, dejando incluso a su Begoña, como si Bob Pop se fuera al fútbol dejando toda su doctrina y su orgullo, se entiende sobre todo cuando se empieza a oír que esta selección sí representa a la España actual y otras cosas sin significado. Digo sin significado porque se podría decir que la selección de fútbol no nos representa en nada (no deja de ser un reducido conjunto de millonarios escogidos por particulares habilidades psicomotrices), o bien que siempre ha representado lo mismo (la trasposición de nuestras esperanzas y consuelos a un juego que practican otros, con más posibilidades de plenitud y éxito que nosotros en nuestra vida). Pero eso de que represente mejor o peor a España sólo demuestra la intención de que represente a alguien, o sea Sánchez.

Sánchez y Begoña harían en la zona vip unas deliciosas estampas ondulantes y tornasoladas de matrimonio Beckham

Hemos sido la furia cuando no sabíamos jugar y hemos sido bailarines con escuadra cuando jugábamos mejor que nadie, y no creo que nuestro país cuando Naranjito se resumiera en patadón y fracaso ni cuando Iniesta en gloria y elegancia. El fútbol es fútbol, que dirían Boškov o Rajoy, y una selección de ninfas aladas o de calvos con bigote no nos da una España de ninfas aladas o de calvos con bigote. Ahora tenemos, ya ven, catalanes y vascos que meten goles, como si no hubiéramos tenido nunca, pero ahora la cosa será plurinacional y no sé si reconciliadora, como la amnistía. Ahora tenemos a Nico Williams y Lamine Yamal, españoles hijos de inmigrantes, españoles negros y hasta vascos negros, que parecen los primeros pero no lo son, porque el fútbol no inaugura nada y nuestra sociedad hace mucho que asumió lo que no es sino normal. Se diría que lo que maravilla a algunos no es su presencia sino su éxito, y eso sí que me parece a mí racista, o sea tomarlos ahora como si fueran exóticas estatuas de alabastro para que sirvan como prueba del lujo humano de alguien, en este caso de Sánchez, que está deseando siempre hacer suyo el lujo de los demás.

Sin duda merecía unos vuelos de Falcon, que son como del Espíritu Santo, y merecía quedar como Rajoy rellenando la quiniela, eso de tener a la selección como próximo estandarte de Sánchez (nos falta ver a Bolaños con balón y calzón corto, o al menos con balón y sotana, como esos seminaristas de la famosa foto que jugaban al fútbol sin dejar de servir a Dios). Incluso, por supuesto, merecía la pena dejar a la emperatriz sola, traumatizada después de tener que ir a los juzgados. Al menos, eso sí, Sánchez organizó en la Plaza de Castilla toda una manifestación de gloria y poderío, como un cuadro del Juicio Final con policías, lecheras, arcángeles, evangelistas, demonios y condenados, y hasta con Begoña como en la dormición de la Virgen.

Quizá la selección de fútbol masculina es de lo poco aquí a lo que Sánchez no le había encontrado rentabilidad directa, y eso no podía ser. Claro que merecía la pena todo esto, porque pronto Sánchez nos dirá que él, Begoña, Nico y Lamine están en el mismo equipo; que los cuatro, extremos puros e incluso redundantes, corren juntos por la banda haciendo diabluras, y que los ciudadanos, los jueces y los periodistas que no les aplaudan y les admiren serán no ya ultraderecha racista sino algo peor, algo así como alemanes o italianos en una prórroga o en una tangana.