El pleno sobre la corrupción ha servido para comprobar que los socios de Sánchez no le van a abandonar. Si se hubiera atrevido a plantear una cuestión de confianza, la habría ganado.
De hecho, en la sesión se ha hablado más de la corrupción del PP que de la que afecta al presidente del gobierno y a su partido. En un momento de su contra réplica, Sánchez, venido arriba, proclamó: "Mi gobierno y el de Rodríguez Zapatero han sido los más limpios de la democracia". Vengativo, como es, no desaprovechó la ocasión de darle un repaso a Felipe González por los casos que afectaron a sus gobiernos.
La intervención inicial de Sánchez no tuvo mucha enjundia. Volvió a pedir perdón, a lamentarse de los casos de Santos Cerdán y José Luis Ábalos, dos casos en un partido de más de cien mil militantes, y lanzó un paquete de medidas muy rimbombantes, como si en este país no hubiera ya una legislación suficiente para sancionar a las empresas que pagan comisiones.
El problema que tiene Sánchez es que carece de crédito para que nos aceptemos que está decidido a acabar con la corrupción. No sólo porque eligió a dos de las manzanas podridas del PSOE justo para los puestos donde se fabrican las corruptelas: la secretaría de organización del partido y el Ministerio de Fomento. También porque ha sido su gobierno el que ha legislado para rebajar un delito tan ligado a la corrupción como la malversación. A cambio de siete votos. También porque él y su gobierno no han parado de arremeter contra los jueces, que son los que determinan si se han producido delitos relacionados con la corrupción. También porque ha sido él y su partido los que han puesto en duda la labor de la UCO de la Guardia Civil, que, como policía judicial, investiga los casos de corrupción. También porque ha sido él y su gobierno los que han descalificado, los que han cortado la financiación, de los medios que han sacado a la luz casos de corrupción que han llevado, por ejemplo, a la imputación de su esposa (Begoña Gómez) o de su hermano (David).
¿De verdad alguien sensato puede creer que el mismo Sánchez que ha hecho todo eso puede ser el hombre que limpie de corrupción su gobierno y su propio partido?
Los socios del Gobierno gesticulan, pero no dejarán caer a Sánchez. Apoyarle les sale muy rentable
Ni él mismo se lo cree. Pero la fortaleza de Sánchez reside precisamente en que goza de una mayoría parlamentaria que le permite resistir a pesar de que la basura le llega hasta las cejas. Fue vergonzoso. Yolanda Díaz -que es vicepresidenta- habló de la corrupción como si no fuera miembro del gobierno. Para, al final, decir que cree en la inocencia de Sánchez. ¿Qué decir de Rufián o de Aizpurúa? Y el PNV, como siempre, en su papel. La representante de Junts, Miriam Nogueras se permitió el lujo de hablar de la corrupción de los dos grandes "partidos españoles", como si Jordi Pujol fuera San Jorge y el 3% un mal sueño.
Si alguien de otro país hubiera asistido a esta sesión tendría difícil decidir a quién se estaba juzgado en la Cámara. Pero, aún más, llegaría a la conclusión de que el PSOE y sus socios lo que no quieren son elecciones, porque están seguros de que las perderían.
Queda el poso de que subyace en algunos partidos es el miedo a la democracia. Se conforman con lo que hay, aunque sea apestoso, porque lo que vendría, afirman, sería mucho peor.
Quieren asustar a la gente con el fantasma de la derecha y la ultraderecha, el retroceso de las libertades, la vuelta del machismo (que se lo digan a las militantes del PSOE o a la empleadas de Moncloa), etc. Pero, la realidad es mucho más pueril. Lo expresó con toda claridad Rufián una mañana en los pasillos del Congreso: "Dure un mes o dure dos años, hay que aprovecharlo". Esa es la cuestión. Mientras el país pierde crédito, mientras se van sabiendo cada vez más cosas que nos ponen los pelos de punta, otros hacen sus cuentas. Un Sánchez débil es un chollo que no van a volver a encontrar. Por ello no tienen inconveniente en convertirse en cómplices.
Así que, después de esta sesión, sólo confío en que la UCO, los jueces y los periodistas sigan, sigamos haciendo nuestro trabajo. Esa es la única esperanza de que se produzca un cambio.
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