Ese rosco de Pasapalabra era el rosco de España. Tanto que hasta el PSOE de Sánchez, que va cogiendo de allí y de aquí como de una dulcería para hacer de mil sabores a su presidente, aparecía últimamente en Twitter dentro de un rosco similar, o dentro de la ruleta de la suerte, o algo así. En todo caso, dentro de ese como rosetón de catedral de la religión televisiva del españolito, de esos pétalos que deshojamos rezando a la suerte, al delantero, al cuponero o al presidente del Gobierno, muchas veces indistinguibles.

La verdad es que aquel rosco que usaba Sánchez era un logo de la ONU para el clima o para la agenda escolar que tienen ellos para el clima, pero eso es lo de menos. Lo importante es que veíamos a Sánchez dentro de ese rosco, de esa ruleta o de ese concurso paradigmático que engancha al español y, por tanto, lo veíamos como el héroe nacional total: el sabio del pueblo, el pobre que termina en rico, el españolito al que se le concede por fin todo, aun llevando una camisa de cuadros y un Peugeot; el que merece la suerte, por conocimiento o por labia o por osadía, pero la merece. Al final, ese logo de la ONU también lo robó Sánchez del escaparate blindado de la ONU, y le echaron la bronca. Las cosas se roban si hay necesidad, y la tenían Sánchez y España, caramba. Pero ahí vimos un tiempo a Sánchez, a todo el Gobierno, a todos los ministerios y agencias, haciendo de español por la tarde. Ahí creo yo que Sánchez ha tenido media campaña hecha ya, que ya se ha ganado al pueblo sin Tezanos y sin nada, con todas las abuelas mirándolo, queriéndolo y deseándole lo mejor, como a un muchacho de Pasapalabra.

Ese rosco de Pasapalabra, ese rosco de España, nos lo quita la Justicia, se lo quita al pueblo algún juez avitrinado, algún Marchena salido de su macizo mueble bar de leyes, y yo creo que aquí van a intervenir ya Pablo Iglesias y hasta Rufián. Ellos son mucho de escoger muy bien las leyes que hay que cumplir y las que no, y también son mucho de las cosas del pueblo, así en general, o sea que ellos ven a la ciudadanía como una sola sustancia, como ver España en la tortilla de patatas. Es que el pueblo está antes que todo, antes que ese señor juez con tapetillo de la abuela por encima, antes que la ley que hacen entre los banqueros y Florentino Pérez, y antes que los señores del Ibex que seguro que han visto que tanto diccionario desatonta al pueblo.

Todavía nos queda él cómo esperanza de recuperar el rosco de España, o su momia, o su fotocopia, o un parchís que nos diga Sánchez que es lo mismo

El Ibex lo ha visto, las cloacas del Estado se han activado con su maquinaria oruga, Villarejo ha amenazado con una psicofonía de gabardina o con un tanga de Corinna, así que todo está decidido. Fuera el rosco de Pasapalabra, el rosco escarchado de los Reyes y de los niños, el rosco de la inocencia y la esperanza. Y sí, aunque Amancio Ortega se ofrezca a donar otro rosco, no es lo mismo, éste era el rosco del pueblo para el pueblo, y no se puede compensar con limosnitas babosas.

El rosco de Pasapalabra, que es antisistema como vemos y tiene algo de republicano con su colorín, es ahora un preso político, sin duda. Lo dirán los convencidos y los equidistantes, porque es cosa de sentido común. Lo dirá otra vez Pablo Iglesias enseñando incluso su Constitución en edición polvera (que existe, Victoria Prego también la tiene). El rosco de Pasapalabra es ya un preso político y veremos vigilias y lazos de plástico enmoñando farolas y enmoñando a muchos moñas, y pancartas desplegadas de ayuntamiento a ayuntamiento, allí donde los ayuntamientos sean del pueblo y no de los fachas, y Torra subirá a Montserrat, en la vigilia del 1-O, lleno de toda la tristeza de las tribus, a encender luminarias. Y hasta Christian Gálvez huirá fingiendo que está de cañas por la Cava Baja, y se exiliará en Bruselas donde hay un parque con un rosco de Pasapalabra en miniatura.

Nos quedamos sin el rosco de Pasapalabra, el rosco de España. Nos quedamos sin ver cómo un español ganaba dinero sin trabajar ante el resto de españoles amontonados en la misma mesa camilla, todos esperanzados de que eso también les pueda pasar, con un concurso o con un enchufe. El rosco ha muerto, o lo han matado. Lo enterrarán en un mausoleo decorado sólo con palabras sobreesdrújulas y gentilicios polinesios. Pero quién sabe, lo mismo Sánchez lo desentierra, tras ardua pelea contra los fachas. Él, que se nos presentó dentro de otro rosco, de otra ruleta, de otra chamba, para convencernos de que lo votáramos, y me refiero dentro de Twitter y fuera de Twitter; él, que también es pura sabiduría y guapura de televisión. Todavía nos queda él cómo esperanza de recuperar el rosco de España, o su momia, o su fotocopia, o un parchís que nos diga Sánchez que es lo mismo.