Quizá Plácido Domingo sea culpable o quizá no. Sólo el don de la omnisciencia permitiría aclarar esta cuestión, pero, como no es propio de los mortales, lo suyo sería aplicar la prudencia y el escepticismo hacia todas las versiones de este caso. Ciertamente, no suelen ser estas dos las virtudes más abundantes en la sociedad en la que la picadora de carne necesita materia prima casi a diario para satisfacer las necesidades de su clientela, de ahí que el tenor haya recibido la muerte civil antes de que las acusadoras pudieran probar nada ni él demostrar su inocencia. Los más hipócritas le han golpeado con una fingida sutileza. El resto, con la voracidad con la que actúa la masa cuando recibe los mensajes contaminados. El resultado, en cualquiera de los casos, es el mismo.

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