El convento de las Carmelitas Descalzas de Ronda, en Málaga, tiene en su haber un objeto que funcionó como talismán para el que fuera Jefe de Estado durante 40 años: la mano incorrupta de Santa Teresa de Jesús, forjada en el siglo XVII, y que las monjas cuidan con "el amor de unas hijas a su madre".

La historia de esta reliquia es, como mínimo, singular. Custodiada por el convento desde que abriera sus puertas en 1924, en 1936, tras el estallido de la Guerra Civil, unos milicianos republicanos se la llevaron, pero meses después unos militares del bando nacional la encontraron en una casa de Málaga, y se la enviaron a Franco. El Generalísimo, cristiano devoto, la conservó hasta el día de su muerte. Dormía junto a ella en el Palacio del Pardo y, cuando se iba a pasar el verano a La Coruña o San Sebastián, se la llevaba junto a él. Tras su muerte, Carmen Polo la devolvió al convento.

Hoy, para evitar que el Vaticano ordene su cierre, el convento necesita monjas. En declaraciones a la Agencia EFE, una de ellas, sor Jennifer, ha explicado que hace tan sólo dos años eran nueve monjas, pero que tras la pandemia y varios fallecimientos repentinos en los últimos meses, ya solo quedan cuatro, y además una de ellas padece alzhéimer. Según una exhortación del Papa (un documento oficial elaborado por el sumo pontífice), esta es una situación irregular, ya que en las congregaciones de clausura debe haber al menos seis monjas.

Si no encuentran nuevas monjas pronto, echarán el cierre. Y tendrán que devolver la reliquia a Castilla y León, porque fue la condición impuesta bajo supervisión notarial en 1924. "Es una pena porque todos los días viene gente a ver y a pedirle milagros a la mano. Acuden muchos fieles de Polonia o Rusia, pero también de Corea o de Irak", precisa la monja, quien añade que también son turistas que fomentan la economía de la zona.

Sin embargo, la falta de monjas es una realidad a la que cada vez se enfrentan más conventos. Sor Jennifer recuerda que en poco tiempo han cerrado varias congregaciones en Málaga y explica que, por ejemplo, los curas se tienen que repartir entre varias iglesias para oficiar la misa. "Yo ahora soy la cara de esta historia, pero es una situación generalizada. Por eso este llamamiento es para toda la vida religiosa, porque todas lo necesitamos. Nos preocupa la situación porque apenas quedan vocaciones", comenta a EFE.

No obstante, asegura que mantienen la esperanza de que, gracias al eco mediático -las ha entrevistado incluso la BBC- alguna monja que resida en España, Latinoamérica o en cualquier país del mundo conozca su historia y se trasladen a su convento para evitar su cierre.