En Inglaterra, donde el futbol causa tanto o más furor que aquí, los tabloides acuñaron una expresión, WAG, para referirse a las mujeres de los deportistas o, al menos, a un tipo muy determinado de esposa. WAG significa, literalmente, Wifes and Girlfriends, esposas y novias, pero el término refiere no tanto al parentesco en sí, sino a un estilo de vida, lujoso a la par que superficial y, por qué no decirlo, bastante vulgar o, al menos, insultantemente ostentoso.

En España, hasta ahora, no habíamos tenido la oportunidad de conocer en profundidad y de explorar el fenómeno, pero Netflix se ha encargado de ponerle remedio. Hace meses, convenció a Georgina Rodríguez, influencer, modelo y sobre todo conocida por ser la flamante novia de Cristiano Ronaldo, para que grabara una docuserie con su vida y nos contase su día a día. El jueves 27 de enero, coincidiendo con el 28 cumpleaños de la chica, se estrenará "Soy Georgina", dirigida por Juampi Cofré ("¿Quién quiere casarse con mi hijo?", "Pesadilla en la cocina") y producida por Javier Tomás y Montxo Cabello.

El documental explora el fenómeno que hay tras esta "cenicienta moderna", así es como nos la presentan, y nos explican la vida de una chica que vino al mundo en condiciones bastante humildes --nació en Argentina y se crió en un pequeño pueblo de Jaca-- y ahora se mueve en jets, veranea en yates, conduce Bugattis y colecciona bolsos de Hermès, Dior o Prada, por citar sólo tres nombres. Su cuenta de Instagram acumula 30 millones de seguidores, las marcas se pelean por ella, es embajadora internacional de la joyería de lujo Chopard, ha salido en las portadas de las mejores revistas, de Harper's Bazaar a Cosmopolitan, y sus negocios parecen que van viento en popa: no sólo es el rostro de la firma de ropa de baño Yamamay, sino que ha sacado su propia línea, OM by G, que mezcla lo casual con el lujo. O dicho de otra manera, son básicamente chándals caros (tan sólo una sudadera sale a más de cien euros).

Por cada colaboración, claro está, Georgina se embolsa cifras astronómicas: se rumorea que por cada post en Instagram cobra unos 8.000 euros. También se rumorea que atesora una cuenta corriente con muchos ceros, y no precisamente a la izquierda. Con semejante patrimonio, Georgina se puede permitir ser muy espléndida y generosa con los suyos. Y lo es: en un cumpleaños de Cristiano le regaló un coche de 180.000 euros. Ahí es nada.

Pocos saben quién soy

"Muchos conocen mi nombre, pero pocos saben quién soy", asegura ella en la docuserie como para justificar que, detrás del lujo, hay un ser humano normal y corriente. De eso, en realidad, es de lo que va la serie: de presentar la trastienda de la fama y el lujo a todo gas. Dejarnos claro que detrás del bling-bling y los joyones hay alguien sumamente humilde a la que le gusta la vida sencilla. Que en vez de vestido ceñido de alta costura y taconazo de vértigo lo que a ella de verdad le va es el chandal de felpa con toque kitsch.

"He pasado no tener nada a tenerlo todo", asegura Georgina en un arrebato de modestia. A lo que nosotros podríamos contestar: si por todo entendemos un nivel de opulencia que ni en los sueños más barrocos y horteras de Donald Trump. "Ser mamá es estar las 24 horas del día preocupada", insiste ella. Y como ejemplo, nos describe que, cuando va a París a probarse ropa de diseñador, regresa esa misma noche (en jet privado, claro). Que así puede estar con sus hijos y acunarlos. La típica madre abnegada, vaya. Claro que con un jet, un yate y un ejército de sirvientes a tu disposición lo de la conciliación debe ser más fácil.

De orígenes humildes

La serie de Netflix hace hincapié todo el rato en sus orígenes y nos explica la historia de sus padres. Él es un exjugador de fútbol argentino; su madre es de Murcia. Se trasladaron a Buenos Aires para que la familia paterna conociera a la hija mayor de la pareja, Ivana, y aprovecharon para quedarse una temporada. Por eso Georgina nació allí, aunque enseguida regresó a España, primero a Murcia y luego a Jaca, donde se crió y donde se especializó en ballet clásico, una de sus grandes pasiones.

Pero el pequeño pueblo se le quedó pequeño y, con 18 años, hizo las maletas y se fue a Huesca, luego a Madrid y después puso rumbo a Inglaterra, donde trabajó de au pair. De regreso a España, de nuevo a Madrid, hizo de dependienta en Prada y después pasó a Gucci. Fue en esa tienda donde, un día del 2016, entró el hombre que le cambiaría la vida. Su nombre era Cristiano Ronaldo.

Cristiano, entonces jugador del Real Madrid, acababa de dejar a la modelo Irina Shayk y buscaba reemplazo. "Fue amor a primera vista", ha dicho ella en alguna ocasión. Ella llegaba a la tienda en autobús y su novio la recogía en un cochazo de alta gama. Ella --que se define como tímida-- sintió al principio vergüenza de no estar a la altura. Pero "sintió cosquillitas en el estómago", una frase un tanto cursi con la que ella resume sus sentimientos. Al año siguiente, ya eran padres de una niña, Alana Martina dos Santos Aveiro. Hace poco se ha anunciado que están esperando gemelos. Todo muy idílico, aunque se rumorea que las relaciones entre Georgina y la familia de Cris, como ella lo llama, no siempre son fáciles. Dolores Aveiro, madre del futbolista, siempre se ha referido a ella en términos correctos, pero fríos y algo distantes.

"Georgina no ha cambiado nada en este tiempo", aseguran sus amigas desde la cubierta de un yate. La docuserie de Netflix demuestra que, al menos, su estilo de vida se ha alterado bastante. Aunque, claro está, no siempre es oro todo lo que reluce.