Prometía ser el reflejo de "un barrio de hoy en día", con sus conflictos entre generaciones, sus choques culturales, sus prejuicios sociales y la creciente crisis de valores y, aunque algo de eso hay, y la idea era buena, el conjunto ha resultado forzado, sobreactuado y repleto de topicazos. Con alguna interpretación buenísima, eso sí.
La nueva serie de ficción de Telecinco, Entrevías, que se estrenó ayer martes a las 22:50 horas, se centraba de Tirso Abantos (José Coronado), un hombre de principios, ferretero, exmilitar de Bosnia y antiguo héroe de guerra, un tipo solitario que ya no cree en nada ni en nadie, ni en Dios, ni en los políticos ni en cualquiera que se cruce por su camino. Es un misántropo desencantado con el mundo e incapaz de mostrar afecto. Un hombre mentalmente derrotado, con demasiadas cicatrices a cuestas, que ha visto demasiado, que ha vivido mucho y que no cree que haya nada por lo que merezca la pena luchar y sufrir.


Hasta que entra en su vida su nieta adolescente, Irene (Nona Sobo), una joven adoptada en Vietnam -la "china pija" la llaman-, tan cándida como contestataria y rebelde. Irene lo ha tenido todo: vive en un chalet, ha ido ha buenos colegios y tiene el mejor móvil del mercado. Pero su vida familiar es un desastre: sus padres son unos pijos que pasan de ella y, tras un incidente, se tiene que ir a vivir con su abuelo.
Irene y su abuelo viven juntos, pero parecen de planetas diferentes. Y cuando ella quiere fugarse con su novio colombiano, Nelson (Felipe Londoño), y se acaba metiendo en líos con unos tipos peligrosos, Tirso se convierte en un héroe por accidente, un caballero andante frente a pandilleros de baja estofa que se han apoderado del barrio.
A través de todos ellos, con sus mundos y submundos, nos enfrascamos en un barrio obrero de la periferia, uno de los muchos que acogió a la inmigración de los pueblos allá por los años 70 y ahora acoge inmigración extracomunitaria. Todos quieren lo mismo: salir adelante y labrarse un porvenir, pero las cosas no son fáciles. Tirso ya no reconoce a casi nadie y, en los lugares donde antes había comercios "de toda la vida", ahora hay bazares chinos, kebabs y locutorios. También policías corruptos y fondos buitre. Y familias que se fueron y que miran a aquel trozo de su pasado con auténtico asco.
De hecho, la serie comienza con Tirso siendo despertado por una pelea en la calle. Hay insultos, un contenedor tirado. Oye un disparo y llama a la policía. Pero nadie acude. Al día siguiente, enfrente de su ferretería, unos chavales en un coche amarillo ponen los altavoces a toda pastilla con reggaetón. Tirso emerge como un hombre al que se la suda todo, pero aunque el personaje tiene su miga, está excesivamente forzado. Es un compendio de topicazos y José Coronado (que es un actor fabuloso, eso no lo ponemos en duda) aquí no sabe darle el punto adecuado entre furia interna y ternura. Por no decir que al guión le tendrían que haber bajado un par de revoluciones para ser creíble. La trama y los personajes a veces parecen una parodia de los protagonistas de novela de Arturo Pérez Reverte, sólo que Pérez-Reverte dota a sus personajes de mejores diálogos. Y cuando crea un personaje acabado, en las últimas, lo hace de verdad: sin clemencia y sin tonterías.
Lo mejor, sin duda, son los actores secundarios, en concreto un soberbio Luis Zahera como Ezequiel, un policía corrupto, peligroso y demasiado metido en los bajos fondos, que aguanta él solo la serie. Eso y la ambientación, con una portentosa fotografía de Jesús Haro y Jaime Pérez. Si la serie se hubiese centrado en el policía, hubiese ganado mucho y estaríamos hablando de algo portentoso. Algo parecido a The Wire pero con toque español. La trama de José Coronado y su nieta podría haber funcionado mejor en segundo plano.
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