Parafraseando al difunto: en la vida conocí, hombre igual a… él. 

Se trata, porque para los que le conocimos sigue muy presente, de alguien afable hasta la admiración. Fue un profundo conocedor de los secretos del alma, por básicamente haber vivido. Así, a pelo. Vivido. Sin los tapujos de quién deja que le domine el miedo, que lo tuvo cuando la muerte andaba rondando la Vall d’Aran, buscándole entre esos árboles que cambiaban de color y él, como un chiquillo, los veía hacerlo desde detrás de las ventanas, atado a sus máquinas y esperando el momento de irse.

Bien es sabido que lo hizo en público, pero bonito. Íntimo. Dándonos lecciones desde la vivencia, sin erigirse en maestro, y sin embargo siéndolo al canalizar lo mejor que un músico puede dar: arte que nos haga reflexionar. No es nuevo. Ya nos había dado unas cuantas clases en forma de letras. Se marchó como sus canciones, de forma sencilla, redonda, linda. Escritas a lápiz sobre el lienzo de sus propias vivencias, en noches de reflexión y ganas de contar. 

Hoy habría cumplido esos 56 de los que bien disfruto yo, coetáneo del artista. Y no lo hubiera celebrado con una party en el metaverso, está claro, porque él era de “caliu”, ese término intraducible de nuestra lengua común que habla de calor de hogar y calidez humana en general. 

Y cuando digo que está presente, más de uno podrá pensar que estoy forzando un poco el término, y que tampoco es para tanto. Quizá ese mismo lector no sepa que hasta los auriculares que uso diariamente para mi trabajo fueron motivo de conversación con Pau, porque le gustaba hablar de lo que le gustaba, claro. 

  • Vi tus AKG K240 fotografiados en el libro de 100 letras
  • Hostia, nen, es que lo usa todo Dios porque son antiguos, pero molan.
  • Los míos los repararon en Alemania
  • Hey, dime dónde que a los míos se les han salido las anillas
  • Se lo vi. Como le pasó a los míos… 
  • Es que los hay más chulos y modernos, pero estos son los de toda la vida…

Y así te tirabas la tarde. Como pudimos ver todos en Salvados, con Évole, las conversaciones con él son muy reales, desnudadas de sofisticación. Quizá porque acertó el tono, y afinó en resonar con la vida que le abandonó prematuramente. 

De él aprendimos que la vida son cuatro días y tres ya están cumplidos

Con la calma con la que alguien que toca bien la guitarra se toma para afinar su instrumento, la ya leyenda de nuestra música desgranó algunas piezas clave de su existencia para nosotros cuando afirmó que el miedo sencillamente bloquea nuestra capacidad para ser nosotros mismos, o que es sano aceptar a la muerte como parte de nuestra vida, o que es más débil quien no llora. 

De él aprendimos que la vida son cuatro días y tres ya están cumplidos. En sus letras, las perlitas sobresalen con cierta timidez no disimulada de una música armónicamente redonda. Pidió Alas para volar en 2011, nos anticipó la filosofía que le acompañó en sus últimos días ya en 1998 cuando cantó “...que aquí estamos de prestao, que el cielo está nublao, que uno nace y luego muere”, y hasta hizo su trabalenguas separando apego de amor en las rupturas en 1996 desde “El lado oscuro” cuando pronunció sobre su música “...y no me sonrojo si te digo que te quiero, y que me dejes o te deje eso ya no me da miedo”. 

Definitivamente, acertó el tono con la vida y afinó bien tras los episodios que marcaron su discurrir por ella. Un ejercicio de honestidad brutal que todos deberíamos hacer, antes de que nos venga a buscar la dama negra, que tarde o temprano, como las facturas que nos pasa la propia vida o el inexorable paso del tiempo, acaba imponiéndose. 

Yo, claro, cada vez que me pongo mis auriculares, recuerdo conversaciones intrascendentes con un gran hombre llamado Pau que hoy hubiera cumplido 56 años.