Era el 13 de noviembre de 1940. Aquel día se estrenaba en el teatro Broadway de Nueva York la tercera película de animación de una empresa llamada Disney. Su fundador, Walt Disney, estaba cosechando grandes éxitos con películas por aquel entonces revolucionarias como Blancanieves (1937) y Pinocho (1940) y ahora iba a lanzar una nueva creación que espera que tuviera tantos éxitos como las anteriores. Se llamaba Fantasía.

Walt Disney estaba acostumbrado a apostar fuerte y arriesgar mucho. Cuando comenzó sus famosas Silly Symphonies en 1929, una suerte de cortometrajes animados --primer en blanco y negro y luego en color-- con personajes que luego se hicieron famosos (como Pluto o el pato Donald), muchos le dijeron que iban a ser un fracaso. Y la verdad es que los primeros no tuvieron mucho éxito, pero en cuanto empezó a hacerlos en color y a centrarse en cuentos populares --como Los tres cerditos o La tortuga y la liebre--, la fórmula tuvo una respuesta descomunal tanto en audiencia como en prestigio. Los tres cerditos, por ejemplo, se llevó un Óscar al mejor corto animado en 1933. La tortuga y la liebre se llevó otro en 1935.

Un visionario

Walt Disney podría haber seguido haciendo aquellos cortos durante años. Sin embargo, a mediados de los treinta, decidió que la fórmula ya no daba para más. O, mejor dicho, que había que dar el salto a algo más ambicioso: era hora de hacer largometrajes. Nunca se había hecho una película entera de dibujos animados y cuando Disney propuso hacer una, muchos en su equipo se llevaron las manos a la cabeza. Aquello era una pérdida de tiempo, pensaron algunos. Un fracaso anunciado. Un error descomunal que iban a pagar muy caro.

Se equivocaban, vaya si se equivocaban: Blancanieves y los siete enanitos (1937) no solo fue una proeza técnica para la época, también fue un éxito descomunal. Se calcula que ganó ocho millones de dólares de la época, toda una proeza. Tres años más tarde, Pinocho conseguiría un éxito similar.

De nuevo Walt Disney podría haber seguido explotando la fórmula, pero otra vez sintió que había que darle una nueva vuelta de tuerca. Y pensó en Fantasía.

Una apuesta arriesgada

La apuesta era arriesgada: Fantasía no era exactamente como las anteriores películas de Disney. Era mucho más arriesgada artísticamente hablando, con un lenguaje visual mucho más sofisticado, exigente y experimental. Para empezar, no iba a tener diálogo, solo música, música clásica en realidad. En segundo lugar, iba a tener como protagonista central al ratoncillo Mickey, ahora el personaje más conocido e icónico de la factoría Disney, pero por aquel entonces tan solo un personaje más y no necesariamente el más famoso. De hecho, se dice que la primera idea que Walt Disney tuvo para Fantasía fue un simple corto centrado en Mickey para que éste adquiriera notoriedad. En aquellos años, Goofy y, sobre todo, el pato Donald se estaban quedando todo el protagonismo. Otro personaje de un estudio rival, un tal Popeye, les estaba ganando terreno. Disney quería dar un empujón al simpático roedor.

Walt Disney tuvo una visión grandilocuente para su nueva película: quería hacer una especie de concierto de música clásica animado, llevar una ópera a la pantalla mientras Mickey dirigía una orquesta ficticia o participaba en una coreografía muy bien estudiada con objetos que se movían y bailaban. Y le dijo al director James Algar que tomara como inspiración la adaptación orquestral que el compositor francés Paul Dukas hizo del poema El aprendiz de brujo de Goethe. Disney quería que la partitura fuera la gran protagonista y dictara la acción en la pantalla. Obviamente, la música tenía que sonar con toda la expresividad posible y Disney le pidió a su amigo Leopold Stokowski, director de la Orquesta de Filadelfia, que se encargara de representarla.

Un proyecto demasiado ambicioso

Cuando conocieron los detalles, directivos de la empresa de Disney empezaron a ponerse nerviosos. El proyecto era visual y artísticamente ambicioso, pero como producto comercial parecía estar encadenado al fracaso. Disney ya no podía hacer cortos, tenía que seguir haciendo películas. Por lo que Walt decidió redoblar su apuesta y amplió Fantasía: de un corto pasarían a un largo concierto de música clásica, con más piezas de música aparte de El aprendiz de brujo. Así fue seleccionaron Tocata y fuega en re menor, de Bach; piezas de El Cascanueces, de Chaikovski; una porción de La consagración de la primavera, de Stravinsky; y la Sinfonía Pastoral, de Beethoven, entre otras.

Por todo, muchos que crean que Fantasía es una mera película de dibujos animados están muy equivocados. En realidad, es una de las películas más cultas y experimentales del cine, puro arte con mayúscula. A pesar de que muchos solo vean coreografías de cubos y cepillos bailando, o dinosaurios moviéndose, en realidad estamos delante de una producción vanguardista, mucho más ambiciosa que algunas películas hipster que se pasan de vueltas.

Pero, como suele suceder en estos casos, el público al principio no supo apreciar el alarde técnico que tenían delante y Fantasía no fue un gran éxito de taquilla. No fue hasta muchos años después que empezó a ser valorada como debía. Como una de las mejores películas de todos los tiempos.