Es un desafortunado cliché: toda serie adolescente parece que tiene que pasar necesariamente por un instituto o, aún mejor, por un internado, cuanto más elitista mejor. Lo vimos en la española Élite, donde Las Encinas es el escenario de luchas entre varios protagonistas. Y muchos de la generación Millenial aún nos acordamos del instituto de Sensación de Vivir.

Afortunadamente, The Sex Education y otras series con un poco más de enjundia y calidad parecieron cambiar las normas para siempre y, afortunadamente, acertaron: fueron el pistoletazo de salida de nuevas producciones para adolescentes donde se trataban los temas de siempre --amor, sexo, drogas, alcohol, rivalidad, celos, etcétera--, pero desde perspectivas nuevas, mucho más interesantes.

Más que la Élite sueca

Una de las últimas series adolescentes de esta nueva hornada es Jóvenes Altezas, injustamente presentada como la Élite sueca. Y digo injustamente porque la serie en cuestión supera altamente a la creación española. También hay quien dice que es The Crown para adolescentes, pero de nuevo yerran: ni el tono, ni el contenido están alineados.

A primera vista o, al menos en su primer capítulo, Jóvenes Altezas presenta una trama tan trillada como previsible: un díscolo príncipe sueco, Willhelm (interpretado por Edvin Ryding), segundo en la línea de sucesión, se ve inmerso en un escándalo cuando se mete en una pelea en una discoteca y el vídeo de lo sucedido acaba en la redes sociales. Para escarmentarlo y meterlo en vereda, sus padres, los reyes de Suecia, deciden sacarlo del instituto donde acude --supuestamente un lugar de clase media con gente normal-- y lo matriculan en el elitista internado Hillerska, un lugar donde se instruye a los cachorros más poderosos del país y también a un puñado --escaso-- de becarios sin recursos que no pueden dormir en las instalaciones.

Obviamente, a Willhelm le costará adaptarse a pesar de que allí estudia su primo, un pijo pijísimo August (Malte Gärdinger), quien quiere protegerlo y rodearlo de los alumnos más ricos. Pero Willhelm no es tan asquerosamente snob y no le importa mezclarse con personas de toda clase social, lo que hace que se fije en un estudiante sin recursos, hijo de inmigrantes, llamado Simon (Omar Rudberg).

Un giro inesperado

Hasta aquí todo predecible y, siendo sinceros, bastante aburrido. El primer capítulo, todo hay que decirlo, no engancha en lo más mínimo, pero al final se produce un giro que hace que la serie cobre interés: todo parece indicar que Wilhelm se siente atraído por Simon, una atracción que resulta ser mutua y que se consolida y consuma en los capítulos siguientes.

La evolución del romance será la trama conductora de la serie, pero habrá mucho más. El principal aliciente de Jóvenes Altezas es que presenta reflexiones interesantes y profundas sobre temas complejos. En el primer capítulo, los alumnos debaten sobre si se deben subir o no los impuestos, lo que lleva a una discusión sobre las diferencias entre el estado de bienestar y la corrupción de las grandes fortunas. ¿Qué es peor, abusar de los programas sociales o desfalcar a Hacienda?

Debates de calado

No será el único debate interesante: en la serie se tratan las drogas, el alcoholismo desaforado, la adicción a los medicamentos y, sobre todo, la presión de las redes sociales sobre unos jóvenes que parecen que siempre tienen que aparentar y alardear en sus perfiles de Instagram sobre un tren de vida que no es tan envidiable una vez atraviesas la pantalla.

Además, el elenco de personajes está increíblemente bien logrado y, por fin, una serie sobre adolescentes presenta a jóvenes que no llegan a los veinte años. Está August, un tipo sin escrúpulos que intenta fingir que es rico y poderoso cuando, en realidad, su familia lo ha perdido todo. Está Felicie (Nikita Uggla), de familia noble pero atosigada por una madre tóxica que la presiona sin parar para que consiga ligarse a Wilhelm. Está Sara (Frida Argento), hermana de Simon, que sufre Asperger y que está desesperada por abandonar la clase obrera y convertirse en alguien popular y aceptada por el grupo de chicas líderes del internado.

Todos son personajes que podríamos haber encontrado fácilmente en otras series y en otros registros, pero que aquí adquieren una frescura, naturalidad y credibilidad de la que carecen en otras producciones. Felicie, al más popular del internado, no tiene un cuerpo normativo y no responde al estereotipo de chica esquelética. Todos tienen granos en la cara y no hacen nada por disimularlos. El lenguaje y los movimientos son realmente de gente joven y no de treintañeros que intentar aparentar patéticamente estar pasando por la pubertad.

Hay más: la relación homosexual entre Wilhelm y Simon se trata sin prejuicios pero tampoco con alardes, sino con total naturalidad. Y la trama va dando los suficientes vuelcos como para mantener la atención: la familia de Wilhelm sufrirá una terrible desgracia que hará que el príncipe se tenga que replantear su futuro y su posición; habrá un vídeo comprometido que estará a punto de crear una gran controversia; habrá rupturas, celos, infidelidades, ritos iniciales y reconciliaciones.

Por ello, es la serie perfecta para la generación Z y para todos aquellos que quiera entenderla.