Exactamente dos meses después de la muerte de Isabel II, The Crown, la serie de televisión que repasa su vida, vuelve hoy a la pantalla de Netflix con una quinta y penúltima temporada que promete bastantes polémicas. Al menos, en Inglaterra muchos están ya que trinan por cuestiones que la serie ha exagerado o directamente se ha inventado y que dejan bastante mal a Carlos III y a su difunto padre, el duque Felipe de Edimburgo.

Ya en el primer capítulo, por ejemplo, se insinúa que Carlos intentó convencer al entonces primer ministro, John Major, para que forzara una abdicación de su madre. En otros capítulos se insinúa una relación amorosa entre el duque Felipe de Edimburgo y Penny Knatchbull, algo de lo que ya hablamos y explicamos en El Independiente. Por no decir que algunas fechas están alteradas y que detalles que se cuentan están claramente inventados. Además, por supuesto, muchos consideran de pésimo gusto sacar a colación algunos temas justo cuando la muerte de Isabel II está tan reciente y la del duque de Edimburgo es también relativamente cercana (murió el 9 de abril del 2021).

Por estas y otras muchas cuestiones, ya ha habido voces en Inglaterra que han pedido que The Crown ponga una advertencia al principio de que el material es ficticio. La propia actriz Judy Dench, amiga personal del nuevo rey Carlos III e íntima amiga de Camila, llegó a enviar una carta a The Times en que opinaba que la serie era "cruel e injusta". El exprimer ministro John Major no le fue a la zaga y dijo que The Crown presentaba un "relato inexacto e hiriente de la realidad". Tras semejantes críticas, a Netflix no le quedó más remedio que ceder y reconocer que la serie estaba simplemente "inspirada" en la vida real de Isabel II y que, en general, se trataba de una "dramatización ficticia".

Todo un nuevo elenco de personajes

El problema, sin embargo, es que muchos dan por hecho que The Crown es prácticamente un documental. La serie está tan bien hecha, con un presupuesto desorbitado y los actores y actrices están, en términos generales, tan bien conseguidos, que muchos que no estén profundamente familiarizados con la verdadera historia no sabrán distinguir lo que hay de verdadero y de falso.

Por si fuera poco, la serie viene en esta ocasión acompañada de interpretaciones de primer nivel, lo que aún aporta mayor verosimilitud a la serie. En esta quinta temporada, se han cambiado a todos los actores y actrices. La actriz Imelda Stauton se encarga de interpretar a Isabel II; Jonathan Pryce, muy conocido por su papel de Papa Francisco, es el duque Felipe de Edimburgo. Elizabeth Debicki es la princesa Diana de Gales y Dominic West pondrá cara al entonces príncipe Carlos y actual rey Carlos III.

Por lo que hemos podido ver ya en El Independiente, Imelda Stauton y Elizabeth Debicki están espléndidas en sus respectivos papeles, sobre todo ésta última, que se mimetiza tan bien con el acento y los gestos de la princesa que a veces tienes la impresión de estar viendo a la auténtica Diana Spencer. Hay que reconocer que Diana ha sido magníficamente bien retratada en la serie, tanto por la actriz anterior que le dio vida --Emma Corrin-- como por Debicki. Ambas han sabido darle el toque perfecto entre pena, carisma, alegría, carisma y desesperación, esa muestra perfecta que conjugó la malograda princesa de Gales. También los guionistas han sabido no caer en los estereotipos y nos han presentado --acertadamente-- una Diana llena de matices, ni tan santa como la presentaban algunos ni tan mala como la retrataron otros.

Los años más duros del reinado de Isabel II

En esta nueva temporada, precisamente, Diana tiene un papel muy destacado. The Crown se centra en los años noventa, cuando Isabel II se tuvo que enfrentar a uno de los periodos más duros de su reinado, con los escándalos perpetrados por los matrimonios fallidos de sus hijos, en especial la guerra que libraron Carlos y Diana. Fueron los años de las filtraciones a la prensa, del escandaloso y explosivo libro de Andrew Morton en que Diana reconoció que había sufrido bulimia y había tenido hasta cinco intentos de suicidio (uno mientras estaba embarazada de su primer hijo, Guillermo).

También fueron los años del Tampaxgate, aquella infame conversación en la que Carlos reconoció a Camila que quería convertirse en su Tampax, y las fotos de Sarah Ferguson en Saint-Tropez mientras un hombre que no era su marido le chupaba los dedos de los pies. Prácticamente todos los hijos de la reina se separaron o divorciaron por entonces, con la única excepción del pequeño, Eduardo, y solo porque no estaba casado (contrajo matrimonio con Sophie Rhys-Jones en 1999, después de la muerte de Diana).

Años de grandes turbulencias

Pero no solo hubo turbulencias familiares. Los años noventa también fueron la década en que la reina Isabel II se enfrentó a la ira del público por el enorme coste de la monarquía. Muchas personas no entendían por qué tenían que mantener a una familia claramente disfuncional con numerosos miembros que parecían más pendientes de su propio hedonismo superficial que de servir a la corona. Presionada por todos los lados y en un intento desesperado por sobrevivir, Isabel II tuvo que acabar haciendo lo que llevaba décadas negándose a hacer: pagar impuestos.

Sobrevivir. Si algún verbo define a la perfección lo que Isabel II intentó hacer en la década de los noventa fue precisamente eso: sobrevivir. En la nueva temporada de The Crown no sale reflejado --personalmente, creo que es uno de los grandes fallos de la nueva temporada--, pero Isabel tuvo que librar una lucha contrarreloj para demostrar que la corona y la monarquía seguían siendo relevantes a pesar de que, cada vez más, muchos pensaban que era una institución obsoleta y excesivamente elitista.

Isabel no solo se prestó a protagonizar documentales donde explicaba su trabajo --alguno de los mejores documentales sobre ella son de aquella era--, sino que se embarcó en viajes de gran calado para demostrar el papel que la monarquía podía tener un gran papel en un mundo que estaba cambiando a marchas forzadas. Recordemos que, por aquella época, no solo cayó la Unión Soviética, sino que todo el ex espacio soviético cambió por completo. También fueron los años de la guerra de Yugoslavia y de cambios drásticos en África. Es incomprensible que The Crown no le haya dedicado ni un solo capítulo a la relación de la reina con Nelson Mandela, uno de sus mejores amigos (se decía que, en privado, él la llamaba Lizzie, algo que nadie más fuera de su familia ha podido hacer).

En cambio, le dedica un largo capítulo a Mohammed Al Fayed y a su ascenso como as de los negocios, de propietario del Ritz a dueño de Harrods. A través de él, la serie quiere representar los cambios económicos y sociales que dominaron la Inglaterra de la era Thatcher y post-Thatcher. De un país dominado por reglas aristocráticas a un país donde mandaba una nueva clase dirigente: la del dinero ganado a través de las empresas, no solo de suculentas herencias familiares que se remontaban siglos. Eran una nueva élite que no tenía ni idea de los códigos de la aristocracia y, aunque intentaron emular sus modales y sus vicios, como tomar el té o ir a las carreras de caballos, en general instalaron nuevas reglas. Las suyas, para ser más precisas.

Isabel II, descolocada

Se sabe que Isabel II vivió muy mal todos aquellos cambios sociales. Como tampoco entendió como estaba cambiando el terreno mediático. El monopolio de la BBC se había acabado y multitud de cadenas habían proliferado, todas rivalizando entre ellas para ver quién atraía a más audiencia. Aquel nuevo paisaje de centenares de televisiones y nuevos medios de prensa escrita explican muchas de las cosas que sucedieron por entonces.

En aquel nuevo clima, era Diana la que mejor entendía el nuevo zeitgeist, no Isabel. No hay duda de que fue la mejor comunicadora, con un carisma pocas veces visto en la familia real. Pero las mismas herramientas que la hicieron brillar con una luz descomunal también provocaron su caída en desgracia. Diana era tan brillante como frágil y sus inseguridades la acabaron llevando por caminos equivocados.