Como ya sucediera el año pasado con Napoleón, el estreno de Gladiator II ha desatado una tormenta de ira contra Ridley Scott por saltarse la historia a la torera para hinchar el espectáculo de su apabullante péplum de videojuego. Babuinos furiosos que parecen velociraptores, naumaquias amenizadas por la presencia de hambrientos tiburones, arbitrarios emperadores con la cara empolvada que parecen recién salidos de una fantasía entre twink y viscontiana... Al bueno de Scott estas críticas le resbalan. Tiene 86 años, no necesita demostrar nada a nadie y se lo quiere pasar bien. La contención de sus primeras películas ha desaparecido y se ha entregado al exceso, una decisión que parece un homenaje a su malogrado hermano Tony. En cuanto a nosotros, los espectadores, disfrutar de esta multimillonaria fantasía romana no es pecado. Pero no está de más tener claro que la verdad histórica de los gladiadores es muy distinta de la que representa Paul Mescal con sus alabadas piernas.
Aunque hay mucha bibliografía al respecto, la editorial Desperta Ferro ha publicado recientemente una obra ideal para tener un acceso rápido y ameno a este aspecto tan popular de la historia de Roma. Se trata de Gladiadores, valor ante la muerte, un libro ilustrado que ofrece de manera compendiada todo lo que se sabe de los luchadores recreativos romanos a partir de un análisis riguroso de las fuentes documentales e arqueológicas. El resultado desbarata buena parte de los lugares comunes y mitos consolidados por el cine y la literatura.
De rito funerario a espectáculo de masas
El libro, firmado por los profesores y divulgadores María Engracia Muñoz-Santos y Fernando Lillo, enfatiza los orígenes funerarios de los juegos gladiatorios, que posteriormente evolucionaron hacia espectáculos de masas. Y desmiente el mito de que todos los gladiadores eran esclavos o prisioneros de guerra. Había también hombres libres que se alistaban por contrato, e incluso mujeres. "La idea del gladiador esclavo es uno de esos tópicos que es complicado barrer del cerebro del lector", explican sus autores.
"No sabemos si es por el morbo que tiene o porque la película Espartaco de Stanley Kubrick daba esa idea. Un poco de las dos, quizás", y que en cualquier caso se ha contagiado a obras posteriores como Gladiator. "Sin embargo, los esclavos no eran los únicos que podían ser gladiadores. Estaban los prisioneros de guerra que por sus buenas aptitudes se dedicaban a tal fin y también los hombres libres que por propia voluntad se dedicaban al oficio mediante un contrato temporal".
Una dieta mejorable
La obra también refuta la imagen difundida por el cine del gladiador musculoso, proyección del canon de belleza masculina de nuestro tiempo. Estaban fuertes, sí, pero no eran precisamente candidatos a Mister Olympia. Se sabe que los gladiadores se sometían a exigentes ejercicios en el ludus para fortalecer sus músculos y aumentar la resistencia al combate, pero según los indicios existentes no seguían una dieta ideal ni demasiado equilibrada.
Hay pocos registros arqueológicos que informen con precisión de la alimentación de estos luchadores, ya que sus cuerpos, siguiendo la costumbre romana, eran incinerados. Pero en el cementerio de gladiadores de Éfeso se han conservado restos óseos, y su estudio ha demostrado que su dieta consistía en una combinación de cereales, normalmente trigo y cebada, y legumbres en forma de gachas. Ni rastro de proteína animal.
Estos energéticos comistrajos podían proporcionarles hasta 6.000 calorías diarias, pero no servían para moldear un cuerpo escultural por mucho ejercicio que hicieran. El gladiador tipo era un hombre grande y fuerte pero no demasiado definido, con una considerable capa de grasa que le servía asimismo de protección en el combate. Un clásico forzudo de tebeo.
Admirados y despreciados
Considerando sus condiciones de vida –el duro entrenamiento diario, los castigos corporales a los que eran sometidos, las heridas y mutilaciones mal curadas–, los gladiadores tampoco debían de ser un dechado de belleza ni despertar la pasión irrefrenable de las mujeres de la élite romana, otro de los mitos alrededor del fenómeno.
Lo que sí es cierto es que fueron una presencia constante en la vida cotidiana de la república y el imperio. Protagonizaron mosaicos y pinturas de viviendas y espacios de ocio y dieron lugar a monedas, amuletos y otros objetos decorados con motivos alusivos. Hasta los niños tenían juguetes de gladiadores. Los diversos equipos de luchadores contaban con hinchadas entusiastas. El público, al mismo tiempo que los despreciaba por su condición social, los admiraba fervorosamente.
Combates a muerte... o no
Otro malentendido en torno a los gladiadores tiene que ver con los combates a muerte. La realidad era mucho más compleja. El libro de Muñoz-Santos y Lillo analiza las etapas de la vida del gladiador, incluidos su retiro y su fallecimiento, que no siempre tenía lugar en la arena. Y es que el objetivo del combate no era morir o matar, sino mostrar valor ante esa fatal posibilidad. La muerte del gladiador vencido no era una conclusión inevitable, sino algo que podía suceder.
Los gladiadores eran una inversión costosa, así que su muerte representaba una pérdida económica para el lanista (su entrenador) y para el organizador del espectáculo gladiatorio. Tanto el público como el promotor del munus podían otorgar el perdón al derrotado si este había demostrado el valor suficiente y el combate había sido de calidad.
Muchas de estas sutilezas brillan por su ausencia en Gladiator II como lo hacían en las películas de gladiadores que la precedieron. Y quizá no pasa nada, como apuntan los propios autores de Gladiadores, valor ante la muerte.
"Las producciones de cine y televisión de ambientación histórica romana no pretenden enseñar historia, sino entretener al público y por lo tanto se toman las licencias que libremente desean", constatan María Engracia Muñoz-Santos y Fernando Lillo. "Los que elaboran productos televisivos y cinematográficos sobre la antigua Roma y en concreto sobre los espectáculos romanos se inspiran más en las producciones previas del mismo tipo que en los libros académicos", que a su vez "se basan en novelas que ya van cargadas de licencias y que tampoco pretendían ser libros de Historia". Así, Gladiator "es una película llena de errores históricos, pero nos brinda un estupendo espectáculo de emoción y entretenimiento", reconocen los expertos. Disfrutarla, pues, no es pecado.
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