Bajo el halo de misticismo que rodea a la Ciudad del Vaticano, el estado más pequeño del mundo (con una superficie de apenas 0,44 kilómetros cuadrados y poco más de 600 habitantes) empezó siendo algo mucho más modesto de lo que es ahora, pero con una máxima que, por lo menos, se ha mantenido a lo largo de los años: erigirse alrededor de la Basílica de San Pedro. Este emblemático edificio, cuyos inicios humildes requirieron de su destrucción para, más adelante, edificar el que ahora podemos visitar (tardó 120 años en completarse) es el astro rey sobre el que orbita un país que es un planeta en sí mismo. Se convirtió en el lugar de sepelio de papas y en la máxima expresión del cristianismo en la Tierra. Por ende, lo lógico es que un emplazamiento de tal magnitud tuviese una plaza con la que dar la bienvenida a todos aquellos feligreses que se acercan, cada día, a mostrar sus respetos a un dios omnipotente. Aunque, en sus inicios, la plaza de San Pedro no alcanzaba ni un ápice de la divinidad que desprende ahora.

Este sábado, la plaza de San Pedro se viste de luto para acoger el funeral del papa Francisco, fallecido el pasado lunes a la edad de 88 años. Y es que, pese a haber introducido algunos cambios en el Ordo Exequiarum Romani Pontificis, el documento que regula los funerales de los papas, entre los que se encuentra su deseo de ser enterrado en la Basílica Santa María Mayor de Roma, rompiendo la tradición papal de ser sepultado bajo la de San Pedro, hay una costumbre que se mantiene: la de trasladar el féretro del interior de la basílica a la plaza de San Pedro, colocándolo en el centro del espacio sagrado con un Evangelio sobre él para proceder al rezo, lecturas y homilía por el alma del fallecido. Pero, ¿qué tiene esta plaza de especial?

El abrazo de Dios

Miguel Ángel, Rafael o Bramante fueron algunos de los que se pusieron manos a la obra para embellecer la basílica de San Pedro y su Capilla Sixtina, pero parece que ninguno reparó en la plaza, que, de hecho, llegó a estar varios años sin pavimentar. No fue hasta finales del siglo XVI que la Iglesia se dijo que un edificio tan hermoso y característico necesitaba de una antesala de la misma magnitud. Su punto álgido lo alcanzaría en 1656, casi un siglo después, y necesitó que el gran Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) entrase en la ecuación.

Arquitecto, dibujante, pintor... a Bernini le debemos algo más que el Apolo y Dafne o sus esculturas de santas en éxtasis: le debemos el Vaticano en sí mismo. Al italiano le dieron pizarra en blanco sobre la que trabajar; la única norma era no modificar el obelisco de la plaza (como mucho, trasladarlo al centro de la misma) ni tampoco alterar las fuentes laterales. Sobre el resto, una completa libertad.

Su proyecto, profundamente simétrico y presentado en dos partes (una recta y otra ovalada) dio en el clavo con aquello que buscaba el Vaticano: que aquellos que se adentrasen en la glorieta sintieran "el abrazo de Dios". Así, si nos situamos frente a la plaza, con la basílica al fondo y la estructura ovalada a los lados, sentiremos que la fachada lineal de la primera es el pecho del santo, del que emergen dos brazos curvados (la estructura porticada con columnas) que nos invitan a refugiarnos en su cálido abrazo.

Bernini lo explicaba así en marzo de 1657: "Conviene que la iglesia de San Pedro tenga un pórtico con el que mostrar que recibe maternalmente y con los brazos abiertos a los católicos para confirmarlos en su creencia, a los herejes para reunirlos con la Iglesia y a los infieles para iluminarlos en la verdadera fe".

La columnata de los santos

Pero su estructura ósea no fue el único truquito arquitectónico que Bernini escondió en su proyecto: el verdadero lugar en el que explotó su superioridad arquitectónica fue en la columnata que contorna la plaza. Dos pórticos, uno a cada lado de la ciudadela, dan comienzo a una hilera de columnas que llegan hasta la propia basílica y que, tras ellas, esconden otros tres pilares idénticos. Son en total 284 columnas que resaltan el juego de luces y sombras que el arquitecto quería alcanzar una vez los rayos del sol se posasen sobre ellas. Sin embargo, no era ese el único efecto perseguido por Bernini.

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La Plaza de San Pedro, también llamada Plaza del Vaticano, es una de las plazas más famosas del mundo, diseñada por Gian Lorenzo Bernini en el siglo XVII. Su forma elíptica y su impresionante columnata están pensadas para transmitir un mensaje visual y simbólico poderoso. El truco óptico de las columnas de Bernini Cuando llegas a la plaza, te encuentras rodeado por dos enormes semicircunferencias formadas por 284 columnas y 88 pilastras en cuatro filas. Este diseño simula unos brazos abiertos que representan la Iglesia acogiendo a los fieles. Pero Bernini, maestro del Barroco, quiso añadir un juego visual sorprendente. Si caminas hasta unos puntos específicos marcados en el suelo (hay dos discos de piedra cerca del obelisco central), y te colocas sobre uno de ellos, ocurre algo mágico: las cuatro filas de columnas se alinean perfectamente, y parece que solo hay una fila en vez de cuatro. ¿Cómo logró esto? Bernini jugó con la perspectiva. Normalmente, al ver columnas en varias filas, se percibe profundidad y separación entre ellas. Pero al ubicar estos puntos estratégicos, los ejes de las columnas quedan alineados de tal manera que ocultan las demás. Es una ilusión óptica que sorprende a cualquiera que la descubra. ❤️‍🔥❤️‍🔥🤩🤩❤️❤️💯💯🙌🙌

♬ Remember the Name (feat. Styles of Beyond) - Fort Minor

Si paseamos por la plaza de San Pedro veremos desde casi cualquier punto las cuatro columnas enfiladas, fallando tres de ellas en su misión de no ser percibidas. Sin embargo, Bernini colocó a propósito dos círculos de mármol en el suelo de la plaza con los que poder cumplir su deseo. Dos puntos estratégicos en los que, si nos colocamos sobre ellos, veremos las columnas perfectamente alineadas, creando la ilusión óptica de que, en realidad, no hay más que una.

Además, al levantar la mirada veremos que cada hilera de columnas está custodiada por la figura de un santo o santa. 140 personalidades bíblicas que parecen mirarnos, protegiendo y velando por todos aquellos que se encuentran en el recinto. Aparentan ínfimas, minúsculas pero, en realidad, estas estatuas miden casi tres metros y medio de altura. Aun así, desde la plaza, la gente apenas repara en ellas.

La Ciudad Santa desplegará un cuerpo de 4.000 policías que velarán por la seguridad de aquellos presentes en el funeral. El último adiós a un papa "de carne, y no de mármol". Eso se lo dejamos a la arquitectura.