Todo comenzó con un libro. A finales de los ochenta el director, productor y escritor Michael Crichton (1942-2008) se devanaba los sesos en busca de una chispa que diera forma a su próxima novela, de la que apenas tenía idea general. Pero tenía claro una cosa: los dinosaurios serían el eje central de la misma. La inspiración le vino de su propia filmografía: en 1973 había dirigido Westworld (cinta que más tarde inspiraría a HBO a realizar una serie homónima) y optó por modificar su premisa. Ya no sería un parque de atracciones de sheriffs robots, sino de dinosaurios "reales". Bienvenidos a Jurassic Park.
El pelotazo vendría en 1993, cuando Steven Spielberg adaptó la novela en su famosísima Jurassic Park, sin saber siquiera que estaba plantando la semilla de una de las franquicias más exitosas de la historia del cine. Le siguieron dos secuelas (El mundo perdido y Jurassic Park III) y, veinte años después, otras tres películas más, ahora bajo la coletilla de Jurassic World, cada una más exitosa que la anterior. Pero, mientras aumentaba la popularidad, disminuía la calidad.
Sin embargo, Universal no se da por vencida y, tres años después de Jurassic World: Dominion, estrena Jurassic World: El Renacer, la séptima entrega de la saga jurásica (y triásica y cretácica, aquí hay un batiburrillo de dinosaurios) que pone por primera vez a una mujer en el centro de todo: Scarlett Johansson (Viuda negra, Lost in translation) encarna a una exagente de la CIA a la que se le ha encomendado la misión de recoger el ADN de los tres dinosaurios más grandes del mundo. ¿Por qué? A saber. La clave no reside ahí, sino en descubrir si lograrán sobrevivir al Distortus rex, una especie Tiranosaurio Rex mutante, deforme y alienígena de seis extremidades. ¿Qué ha pasado con Jurassic Park?
La película que hizo historia
Spielberg siempre ha alegado que su Jurassic Park de 1993 no fue más que una "carta blanca" para hacer la película que realmente le importaba: La lista de Schindler. La historia del parque jurásico era sencilla y divertida, puramente palomitera y a mucha honra. Fue un blockbuster, sí, pero un blockbuster que lo petó: de repente, todo el mundo quería ser paleontólogo. Pero lo cierto es que realizarla fue casi un milagro, más incluso que traer a los dinosaurios de vuelta a la vida.
El director solapó producciones: mientras estaba en Polonia grabando La lista de Schindler, llamaba continuamente a Los Ángeles para ver cómo iba la postproducción de Jurasssic Park. Le salió bien la jugada: Jurassic Park recaudó 913 millones de dólares de la época (más de 2 mil millones de dólares actuales) y se convirtió en la película más taquillera de la historia hasta el momento; y La lista de Schindler se alzó con siete Premios Oscar, incluido el de 'Mejor Película' y 'Mejor Director'. Nadie sino Spielberg podría conseguir esto.
La de los dinosaurios se llevó también tres Premios Oscar, sobresaliendo en aquel de 'Mejores Efectos Visuales', y no es para menos: Jurassic Park fue una revolución en lo que a efectos visuales se refiere. ¿Cómo logró Spielberg hacer que los dinosaurios pareciesen reales en una época en la que el CGI no estaba apenas desarrollado? Pues a la vieja usanza, con efectos prácticos. Así, animatrónicos realistas de velociraptores pululaban por la isla hawaiana de Oahu, algo que se perdió en sus secuelas (la última, Jurassic World: Dominion es la primera entrega de la saga mostrar criaturas generadas 100% en CGI, sin ningún ápice de efectos prácticos —se nota—).
Sin embargo, Spielberg no rechazó por completo el CGI. Cuando los dinosaurios corretean en la lejanía, es ordenador; cuando se acercan a cámara, animatrónico (el del T-Rex medía aproximadamente seis metros de alto por doce metros de largo); y, cuando se jugaba con las perspectivas, la vieja técnica del stop-motion hecha a partir de maquetas chiquititas.
Precisamente fue el gigantesco robot del Tiranosaurio (al que cariñosamente llamaron Roberta) el que casi mata a un miembro del equipo. Este se encontraba en el interior de su mandíbula cuando se produjo un corte de luz en el set de grabación que hizo al dinosaurio cerrar sus fauces. Por suerte, al trabajador le dio tiempo a hacerse una bolita y esconderse entre sus dientes. De no haberlo hecho, habría sido la primera víctima real de un Tiranosaurio Rex en, aproximadamente, unos 68 millones de años.
Jurassic Park conoce a Alien
Ahora, la historia está al servicio del CGI y no al revés y, cómo si de una metáfora del propio cine de la franquicia se tratase, en 2015 el parque abrió sus puertas. Jurassic World era más grande, más feroz y más rápida que sus predecesoras, empezando a tantear con las mutaciones genéticas de, a su vez, mutaciones genéticas (en la ficción de Jurassic Park, los dinosaurios no son dinosaurios, sino clonaciones de los mismos). Presentaron al Indominus rex, un dinosaurio híbrido que se creó combinando el ADN de distintas especies de dinosaurios. Para la siguiente, Jurassic World: el reino caído, repitieron la fórmula, con una variante del ya variado Indominus rex. Y, si bien en la última no jugaron a ser dioses, El Renacer vuelve a poner las mutaciones sobre la mesa.
La saga Jurassic nacía de una pregunta inquietante: ¿realmente debimos hacer esto? Pero, ahora, no parece hacerse esa pregunta, sino que lo afirma, lo repite y lo multiplica. Jurassic World: El Renacer presenta a una aberración mutante creada a partir de un experimento fallido en un laboratorio clandestino. Tiene cuatro brazos, dos patas traseras y el bulto de su cabeza es parecido al de una beluga. Parece más un bicho de Alien que un dinosaurio de Jurassic Park.
Dirige Gareth Edwards (Rogue One: Una historia de Star Wars), y su experiencia en el blockbuster visual se nota en cada plano del filme pero, ¿queda algo del ADN original? La pregunta no es caprichosa, porque aunque se presente como un renacer, la nueva de Jurassic World se distancia bastante de aquella primera de Spielberg. El tono ha cambiado: donde antes había tensión construida con paciencia, ahora los dinosaurios se presentan a mordiscos; donde antes había asombro por lo que se muestra, ahora hay acción sin respiro; y donde antes había animales majestuosos, ahora hay poco más que monstruos.
Y, sin embargo, Jurassic World: El Renacer no deja de ser una película disfrutable. Es cine palomitero en estado puro, consciente de lo que es y orgullosa de su espectacularidad. La propuesta no engaña: hay persecuciones imposibles, rugidos ensordecedores y efectos visuales desconcertantes. No hay nada malo en ello, es el resultado de una maquinaria gigantesca: 265 millones de dólares de presupuesto, criaturas diseñadas hasta el último píxel y una saga que sigue exprimiendo su potencial emocional... y comercial.
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