Fue un aventurero con agallas, un comerciante astuto y un genio creativo, dotado de un sentido estético original y deslumbrante. También era algo excéntrico, mujeriego y algo desastroso con las finanzas personales. Rafael Guastavino (Valencia, 1842-Baltimore, Estados Unidos, 1908) siempre será, ante todo, el arquitecto español que puso Nueva York a sus pies apenas unos años después de desembarcar como inmigrante en la isla Ellis. Tenía 40 años, no hablaba ni una palabra de inglés y no conocía a nadie. Además, le acompañaba un hijo de nueve años. Su destino dependía de cómo invirtiera los 40.000 dólares que portaba en su maleta, obtenidos mediante una estafa con pagarés que acaba de hacer en Barcelona. Huía al nuevo mundo escapando del descrédito de un matrimonio fracasado por sus propias infidelidades (y de la justicia, se entiende). Pero no lo hizo con las manos vacías. Guastavino tenía un plan.

Rafael Guastavino, a pie de obra. Foto: Archivo de la Biblioteca Pública de Boston

Rafael Guastavino, a pie de obra. Foto: Archivo de la Biblioteca Pública de Boston.

Llegó a Nueva York en un momento crítico en la historia de la arquitectura. Los grandes incendios de sufridos en Chicago y Boston en 1871 y 1872 dejaron un saldo de 300 fallecidos y 10.000 personas sin hogar, lo que puso en tela de juicio la seguridad de las estructuras de madera con las que se construían la mayoría de los edificios (el boom del acero y el cristal no llegaría hasta más tarde). El avispado español llevó consigo una solución. Se trataba de una versión mejorada de las bóvedas tabicadas de piezas cerámicas planas que se empleaban desde tiempos antiguos en la arquitectura mediterránea. Eran baratas, rápidas de construir, sólidas y además ignífugas. Lo que los yanquis vienen a llamar un win-win. Esta fue una de las 24 patentes que Guastavino llegó a desarrollar a lo largo de su vida.

Retrato de Rafael Guastavino

Retrato de Rafael Guastavino (1842, 1908)

Para que una idea genial se materialice, necesitas que alguien te escuche, tarea nada fácil para un inmigrante. Tal y como se revela en el documental sobre Guastavino dirigido por Eva Vizcarra -que se alzó además con el Delfín de Oro en los premios de televisión de Cannes de 2016-, el arquitecto utilizó un método muy “valenciano” para conseguir captar la atención. Construyó una bóveda en un lugar público, le prendió fuego para demostrar su durabilidad, y llamó a la prensa.

Su gran oportunidad, la que le allanó el camino hasta los grandes arquitectos y empresarios, fue el encargo de construir las bóvedas de la Biblioteca Pública de Boston. Los contratos a partir de ese momento fueron cada vez más numerosos e importantes. Paralelamente, montó una fábrica a las afueras de Boston para elaborar los ladrillos y azulejos policromados con los que se construían sus propias bóvedas. La Guastavino Fireproof Construction Company, dirigida después junto a su hijo hasta la jubilación de este en 1943, amasó una gran fortuna. Mientras tanto, en España nadie sabía de su existencia, ni mucho menos de sus proezas. Rafael nunca volvió a pisar su país, donde actualmente sigue siendo un peorsonaje desconocido. “En los programas de historia del arte de la Escuela de Arquitectura no suele estudiarse -reconoce Francisco Caballer, doctor Arquitecto y profesor Titular de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Valencia-. En algunos congresos de historia de la construcción sí se habla de él de vez en cuando, pero más allá de los ambientes académicos, es un gran desconocido en su propio país. Hay que tener en cuenta que en esa época llegaba poca información de fuera de Europa, y los edificios que se estaban construyendo en España eran muy diferentes. Las bóvedas tabicadas o catalanas tenían una larga tradición en el Mediterráneo, pero nunca con las enormes dimensiones que él llegó a proyectar en Estados Unidos”. Aunque parezca mentira, las primeras citas de Guastavino en libros de arquitectura datan de 1970.

su planteamiento de la arquitectura civil reinventó el concepto de espacio público.

Pasan las décadas, y las obras de Guastavino siguen cortando la respiración. Su planteamiento de la arquitectura civil reinventó el concepto de espacio público. Hay muchos, muchísimos ejemplos de ello. Como la “Galería de los Susurros” de Gran Central Terminal (que según desvelan en el documental antes citado, era el rincón preferido de Charles Mingus), y el contiguo Oyster Bar, donde sentarse a beber una simple cerveza se convierte en una maravillosa experiencia contemplativa. O el mercado bajo del puente Queensborough, el Carnegie Hall, el Museo Americano de Historia Natural de NYC y Boston, o el edificio de la Corte Suprema de Estados Unidos, en Washington. O la estación de metro City Hall, convertida hoy en un lugar de peregrinación para amantes de la arquitectura.

Una de las estancias de la residencia particular del hijo de Guastavino en Long Island

Una de las estancias de la residencia particular del hijo de Guastavino en Long Island. Foto: Guastavino Vaulting

Guastavino, cuarto hijo en una familia con 14 hermanos, tenía en la sangre los genes de la música y la construcción. Uno de sus abuelos fue constructor de pianos, y uno de sus tatarabuelos fue el constructor arciprestal de San Jaime de Villareal (Castellón). Rafael, que tocaba el violín de niño, se planteó dedicarse a la música, pero finalmente viajó a Barcelona para estudiar en la Escuela de Maestros de Obras (entonces no existían las facultades de arquitectura). Antes de partir precipitadamente a Estados Unidos, le dio tiempo de dejar su huella en edificios como la fábrica Batlló y el Teatro de La Massa. Dicen que fue una gran inspiración para Gaudí. En ese sentido, también podemos pensar en él como un inductor indirecto del modernismo catalán.

Imágenes del documental "El Arquitecto de Nueva York" de Endora Producciones

Imagen del documental "El Arquitecto de Nueva York" de Endora Producciones