El 14 de septiembre de 1920 nacía en Paso de los Toros, Uruguay, uno de los poetas más queridos y seguidos de todo el ámbito del castellano: Mario Benedetti. Educado en un colegio alemán, se ganó la vida como taquígrafo, vendedor, cajero, contable, funcionario público y periodista.

Cien años después, es recordado por las novelas, relatos, poesía, teatro y crítica literaria que dejó como legado. Su labor como autor fue galardonada con, entre otros, el Premio Reina Sofía de Poesía 1999 y el Premio Iberoamericano José Martí 2000.

Podría decirse que Benedetti está más vivo que nunca: sus versos siguen siendo recitados, cantados, compartidos y recordados como si hubieran sido escritos ayer, como si contaran el mundo y las emociones que conocemos y vivimos en 2020.

A continuación presentamos una selección de cinco poemas que incluye la antología publicada por Alfaguara en el marco de la celebración del centenario de Mario Benedetti:

Autoepitafio

Algunos dicen que morí de pena
de veras no me acuerdo / sé que había
una nube blanquísima en el cielo
y un ave errante que dejaba huellas
y me parece que eran de alegría
otros sostienen que morí de gozo
yo tampoco me acuerdo / sé que había
un jilguero encantado con su canto
y un sauce que evaluaba con la lluvia
su cotejo de lágrimas prolijas
sí recuerdo que había conocidos
gente expansiva ufana como pocas
hablaban del mercado de valores
de arte culinaria / de informática
de fútbol / de tabernas / de amnistías
de pronto llegó un soplo de silencio
todo quedó en un coro de callados
se miraron perplejos porque en medio
de aquella vanagloria de la nada
una muchacha pronunció mi nombre.

Currículum

El cuento es muy sencillo
usted nacecontempla atribulado
el rojo azul del cielo
el pájaro que emigra
el torpe escarabajo
que su zapato aplastará
valiente
usted sufrere
clama por comida
y por costumbre
por obligación
llora limpio de culpas
extenuado
hasta que el sueño lo descalifica
usted amase transfigura y ama
por una eternidad tan provisoria
que hasta el orgullo se le vuelve tierno
y el corazón profético
se convierte en escombros
usted aprende
y usa lo aprendido
para volverse lentamente sabio
para saber que al fin el mundo es esto
en su mejor momento una nostalgia
en su peor momento un desamparo
y siempre siempre
un lío
entonces
usted muere.

No te salves

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicio
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces no te quedes conmigo.

Defensa de la alegría

Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas
defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos
defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias
defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres
defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa
defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría.

Elegir mi paisaje

Si pudiera elegir mi paisaje
de cosas memorables, mi paisaje
de otoño desolado,
elegiría, robaría esta calle
que es anterior a mí y a todos.
Ella devuelve mi mirada inservible,
la de hace apenas quince o veinte años
cuando la casa verde envenenaba el cielo.
Por eso es cruel dejarla recién atardecida
con tantos balcones como nidos a solas
y tantos pasos como nunca esperados.
Aquí estarán siempre, aquí, los enemigos,
los espías aleves de la soledad,
las piernas de mujer que arrastran a mis ojos
lejos de la ecuación de dos incógnitas.
Aquí hay pájaros, lluvia, alguna muerte,
hojas secas, bocinas y nombres desolados,
nubes que van creciendo en mi ventana
mientras la humedad trae lamentos y moscas.
Sin embargo existe también el pasado
con sus súbitas rosas y modestos escándalos
con sus duros sonidos de una ansiedad cualquiera
y su insignificante comezón de recuerdos.
Ah si pudiera elegir mi paisaje
elegiría, robaría esta calle,
esta calle recién atardecida
en la que encarnizadamente revivo
y de la que sé con estricta nostalgia
el número y el nombre de sus setenta árboles.