Fue en 1965. Cuentan que en cuanto la vio en el London Fog no consiguió dejar de mirarla. También, que a ella no le importó ser el centro de atención. Los presentaron, hablaron un rato. Él era el líder de un grupo que llevaba poco tiempo tocando y que iba de gira por los bares de Los Ángeles, ella, una estudiante de arte que se había ido de casa buscando en aquella ciudad el ideal de juventud de los 60.

A partir de ese día, no volvieron a separarse. O no lo hicieron nunca del todo. Jim Morrison y Pamela Courson estuvieron juntos, entre discusiones, celos, infidelidades y pasión absoluta, hasta que ella se lo encontró muerto en la bañera de la casa donde vivían en París, la cuarta planta del 17 de Rue de Beautreillis, en 1971.

Con el pelo rojo y los ojos transparentes se dedicó a ir contracorriente, a pensar distinto y a ver en la ola del movimiento hippie su lugar

Pamela era la hija de un exbombardero de la marina que llevaba años como director de un colegio en California y de una diseñadora de interiores. Con el pelo rojo y los ojos transparentes se dedicó a ir contracorriente, a pensar distinto y a ver en la ola del movimiento hippie su lugar. Se fue joven y, tras conocer a Morrison, no volvió.

Ella fue su "amor cósmico". La mujer que le aconsejó dejar las giras con The Doors cuando el grupo ya congregaba multitudes y centrarse en la poesía. La que le ayudaba con las letras, con la edición de sus poemarios, la que temió siempre que la vida como gran estrella del rock se lo arrebatara.

Morrison se enganchó a ella, ella a Morrison y ambos a cualquier tipo de sustancia que les hiciese más leve la angustia, la presión, la falta. Fueron el prototipo de jóvenes americanos de los 60; libres, sin miedo y en un viaje constante. Ella montó una tienda de ropa, él le componía canción tras canción. Y aunque iban y venían, siempre volvían al mismo lugar. A ellos.

Pero al músico le empezó a salir sangre de la garganta, la escupía al toser, y decidieron irse a Francia a vivir un poco más tranquilos. A que Jim se recompusiese y se dedicase más a la poesía, a que Pamela estuviera aún más cerca.

Pero incluso cuando se fueron a París, las drogas eran su rutina habitual. Fue allí cuando la tos de Morrison empeoró y el médico le recomendó ir a algún lugar cálido. Fue cuando llegaron a la Alhambra y cuando el músico aseguró estar en el lugar más bonito del mundo mientras Pamela le grababa mirando embobado cada esquina.

Ella contó, tras volver a París y encontrárselo muerto en la bañera el 3 de julio de 1971 (este año se cumple el 50 aniversario), que esa última noche estuvieron viendo vídeos de su viaje a España, que fue lo último que hicieron juntos. Se fue con 27 años, en la edad maldita, meses después de estar hablando de la muerte de Joplin y de asegurar que él sería otro miembro del grupo.

Tras el anuncio de su fallecimiento los rumores no pararon de correr. No se habían casado pero ella era la única beneficiaria de su testamento. También la única que vio su cadáver de toda la gente que le quería. El médico forense aseguró que había muerto de un infarto pero las malas lenguas hablaban de sobredosis, de que habían trasladado el cuerpo desde el baño de un bar. Algunos incluso de asesinato.

Le enterraron rápido en el Cementerio del Père-Lachaise, un lugar que le encantaba porque allí ya descasaban Edith Piaf, Chopin, Marcel Proust, Oscar Wilde, Collete o Pissarro. Su tumba es hoy uno de los mayores reclamos turísticos del lugar.

Durante los meses siguientes la familia de Morrison luchó con uñas y dientes por la herencia de Jim. Pero apenas les dio tiempo a discutir. Pamela se fue de una sobredosis dos años más tarde, también con 27, después de pasar todo aquel tiempo en una depresión feroz, hablando de Jim en presente, haciéndose llamar Señora Morrison.

Al morir ella, ambas familias llegaron a un acuerdo y se dividió en dos la herencia. A día de hoy aún se especula con que Jim Morrison sigue vivo. Con que todo fuese un montaje. También con su asesinato, con mantener el halo del malditísmo.