España estaba de luto no más que la cultura. Una columna de humo salía del edificio dejando la desgracia por las calles de Madrid y a la pólvora correr entre los mentideros. El Museo del Prado ardía a la vez que lo hacía Velázquez, Rubens, Tiziano o Goya. Y así lo detallaba el periodista Mariano de Cavia en la portada de la mañana siguiente a la catástrofe en El Liberal: «A las dos de la madrugada, cuando ya no nos faltaban para cerrar la presente edición más que las noticias de última hora que suelen recogerse en las oficinas del Gobierno civil, nos telefoneaban desde este centro oficial las siguientes palabras siniestras y aterradoras: El Museo del Prado está ardiendo».  

Fue en 1891, hace ahora 130 años. «Un brasero mal apagado, un fogón mal extinguido, un caldo de medianoche o una colilla indiscreta y ¡Adiós, Pasmo de Sicilia! ¡Adiós Cuadro de las Lanzas! ¡Adiós, Sacra Familia del Pajarito! ¡Adiós, Testamento de Isabel la Católica! ¡Adiós, Vírgenes y Cristos, Apolos y Venus, héroes y borrachos, reyes y bufones, diosas de Tiziano y anacoretas de Ribera, visiones de Fra Angelico y desahogos de Teniers!», escribía el cronista. De la puerta central de la pinacoteca salían varios hombres arrastrando lienzos -tal vez los de menos valor, los menos interesantes- que habían logrado arrancar de los marcos, cortándolos con cuchillos y navajas. Salían unos y entraban otros de rojo con mangueras kilométricas que intentaban congelar el infierno. «La confusión era inmensa. Todos mandaban; nadie obedecía» relataba De Cavia.

Hasta el incendio se trasladó Manuel Linares Rivas, ministro de Fomento por aquel entonces, que, tras conocer de las causas de la desgracia, entro en cólera con la mirada de los allí presentes: «Pero ¿en qué pensaban mis antecesores? Esto se hallaba en el más escandaloso de los abandonos (…) ¿A quién se le ocurre tolerar que en los desvanes del museo se albergase toda una muchedumbre con niños, mujeres, perros y gatos? ¿Cómo lo consentían los directores de Instrucción pública? ¿Cómo lo autorizaban los ministros de Fomento?», se lamentaba.  Y es que el incendio, decía el texto, se había iniciado «en uno de los desvanes del edificio, ocupados, como es sabido, a ciencia y paciencia de quien debía evitarlo, por un enjambre de empleados y dependientes de la casa». 

La información generó tal estupor entre los vecinos que muchos salieron aquella mañana hasta el Paseo del Prado a grito de desdicha y catástrofe, y sin esperanza: «¡Qué catástrofe! ¡Pobre España! ¡Perderemos lo único que aquí tenemos presentable!». Querían contemplar de primera mano el fatal desenlace que el incendio había dejado aquella madrugada. Pero nada había cambiado. Ni siquiera la tendencia a quedarse con el principio de una historia sin leer su final: «Amigo y Director: Creo que, para ser esta la primera vez que ejerzo de reportero, no lo hago del todo mal. Ahí va, en brevísimo extracto, la reseña de los tristes sucesos… que pueden ocurrir el día menos pensado».

Cavia se adelantó casi medio siglo al planeta a merced de los alienígenas de Orson Welles y mintió. La noticia era falsa, pero tenía una explicación. El objetivo del periodista con aquello fue denunciar la precariedad del edificio y sus recursos: «Hemos inventado una catástrofe para evitarla, decía». La fake news traspasó fronteras y llego hasta periódicos como Le Temps o The Daily Chronicle y hasta el despacho del ministro, que ahora sí, forzado por la presión, tomó cartas en el asunto. Los políticos del momento se acercaron hasta el museo pocos días después del falso accidente y ordenaron el desalojo de los desvanes donde cocinaban los empleados y el vacío de los depósitos de leña. Asimismo, se cambió la estructura del tejado por un andamiaje de metal, sustituyeron las estufas por un sistema de calefacción oculto, construyeron una escalinata de seis tramos en el testero norte del edificio, reformaron las salas de esculturas, y construyeron dos pabellones anexos pero exentos en la parte trasera del edificio destinados a viviendas del personal.

El falso incendio del Museo del Prado trató de ser una catástrofe más en la lista de las que ya habían sufrido otros monumentos españoles a lo largo de su historia por la dejadez de la administración correspondiente: los incendios del Alcázar de Segovia, de la Armería Real, del Monasterio del Escorial, o el derrumbe del transepto de la Catedral de Sevilla. 

Los otros incendios de El Museo del Prado

El mismo año de la falsa quema del Museo del Prado, el 18 de julio, la pinacoteca declaró un pequeño y real incendio en la sala contemporánea del edificio. El fuego, que afectó a la planta baja, fue extinguido rápidamente. Tres días después, el 21 de julio, se declaró un nuevo conato de incendio en el Prado. Los dos incendios, menores y extinguidos con celeridad, denunciaban un problema que no había conseguido alertar como sí consiguió hacerlo la falsa noticia.