Jonathan Franzen hizo una promesa solemne a sus padres (gente modesta sin muchos estudios): que si no conseguía publicar antes de cumplir los veinticinco años, dejaría al lado su sueño de ser escritor y comenzaría a estudiar derecho, una carrera lucrativa que sus padres aprobaban. Franzen cumplió los veinticinco y no había publicado nada. Y seguiría sin hacerlo unos cuantos años más, hasta los veintinueve. En 1985, se encerró a escribir: escribía a todas horas, todos los días de la semana, acompañado de un cigarrillo tras otro. El esfuerzo fue tan ingente que, cuando por fin puso punto y final al manuscrito, parecía haber envejecido más de cuarenta años.

Sin embargo, fue en vano: a Jonathan Franzen nadie parecía hacerle caso. A mediados de los noventa, el escritor estadounidense (nacido en Illinois en 1959, pero criado en St. Louis, Missouri) había escrito ya dos novelas: Ciudad veintisiete (1988) y Movimiento fuerte (1992). Pero ninguna triunfó a pesar de que la crítica le aplaudió y él se quedó instalado en “el silencio de la irrelevancia”, como él mismo describió.

Sin embargo, todo cambió con su tercer libro, The Corrections, un auténtico fenómeno de culto, tan admirado por los críticos como apreciado por el gran público (vendió más de dos millones de ejemplares). Franzen se convirtió de la noche a la mañana en un icono, tan admirado como vilipendiado.

Para algunos, era un verdadero genio, el escritor que verdaderamente había conseguido dar con “la gran novela americana”. Para otros, sin embargo, era un intelectualoide excesivamente pagado de sí mismo con un séquito excesivamente largo de controversias.

Seguramente, ninguno de los dos extremos tenía razón, pero aún a día de hoy ambos bandos siguen en plena forma. Aún ahora, exactamente veinte años después de la publicación de The Corrections, la polémica sigue acompañando a este autor tan magistral como errático, tan brillante como arrogante. Aprovechando que hace poco Franzen ha sacado a la luz su último libro -Crossroads, traducido aquí como Encrucijadas (editorial Salamandra)-, repasamos aquí su trayectoria.

'Las Correcciones'

Franzen publicó su tercer libro, The Corrections, Las correcciones, en Estados Unidos en el 2001, una semana antes de los atentados de las Torres Gemelas. El éxito fue tal que ni siquiera el 11-S pudo detener o limitar semejante fenómeno de ventas y crítica. Méritos, desde luego, tenía: pocas obras han desmenuzado, diseccionado y analizado con tanta fuerza, lucidez, realismo descarnado y ternura al mismo tiempo el estilo de vida estadounidense y los excesos del capitalismo a finales de los noventa.

En el libro nos encontramos a los Lambert, aparentemente una típica familia del suburbio de St. Jude, en el Midwestern estadounidense. Pero bajo su fachada inmaculada nos topamos con muchos secretos. El padre, Alfred, un antiguo ingeniero de ferrocarriles, un hombre machista y demasiado rígido, tiene Parkinson y muestra síntomas de demencia. Enid, su mujer, intenta proyectar sus frustraciones en sus hijos adultos, los cuales ya tienen sus propios problemas.

El hijo mayor, Gary, es un exitoso banquero, padre de familia y (supuestamente) felizmente casado. En realidad, Gary es un alcohólico, sufre una depresión aguda y su mujer acabará intentando poner a sus hijos en contra de él. La hija de los Lambert, Denise, es una chef con una vida personal algo volátil que acaba liándose con su jefe y la mujer de éste. El otro hijo de los Lambert, Chip, es un académico universitario, vago y gandul, que acaba de ser despedido de la universidad porque se ha acostado con una alumna. Para intentar ganar desesperadamente algo de dinero, acabará asociándose con un turbio oficial gubernamental de Lituania y se trasladará a Vilna para llevar a cabo una empresa ilegal.

Franzen no sólo es capaz de hilvanar con auténtica maestría las vidas de todos los personajes, a los cuales desgrana psicológicamente con exquisitez, sino que ofrece reflexiones agudas de temas espinosos: el fracaso del capitalismo, el colapso del comunismo, la utopía de la “nueva economía” basada en la tecnología e Internet, la codicia de la industria farmacéutica, la dificultad de ser mujer en un mundo en cambio en donde los roles patriarcales aún dominan y las mujeres, a pesar de todas las promesas, aún no han podido liberarse del todo.

A Franzen comenzaron a lloverle los aplausos, algunos formulados en hipérbole: era “un genio literario de nuestro tiempo” para el británico The Guardian, el tipo que había dado forma a “la gran novela americana de nuestra era” (Daily Telegraph). Por su capacidad como sátira implacable del sistema, se comparó a The Corrections con Bleak House, de Charles Dickens, la novela donde el escritor inglés criticó sin piedad al sistema judicial británico. A Franzen lo pusieron al mismo nivel que Thomas Pynchon y Don DeLillo. El ultraprestigioso crítico literario del New York Times Michiko Kakutani aseguró que el libro era “tan divertido como corrosivo, portentoso y conmovedor”.

El segundo más odiado de América

Sin embargo, tan rápido como se convertía en un autor de culto, Franzen también empezó a ser vilipendiado y criticado con fiereza vitriólica. Parecía suscitar tanto amor como odio, tanta pasión como reacción en contra. Al principio, el motivo principal de la discordia parecía ser un enfrentamiento con Oprah Winfrey: ésta había decidido seleccionar The Corrections para su famoso (e increíblemente lucrativo) club de lectura.

Sin embargo, Franzen dijo en una entrevista a la NPR que Oprah sólo había escogido en el pasado libros “sentimentaloides” y que había una gran diferencia entre “la tradición literaria de alto nivel” y “los libros de entretenimiento”. Oprah se sintió dolida por el comentario, renunció a entrevistarle y muchos estadounidenses consideraron que Franzen se había excedido innecesariamente.

Durante unas semanas, Franzen tuvo la sensación de ser “la segunda persona más odiada en América”, tan sólo detrás de Osama bin Laden. Pero la controversia no acabó ahí. En los últimos veinte años, ha sido tildado de “rarito” o, directamente, de prick, algo así como capullo. Es cierto que a veces se ha pasado de la raya con su rol de intelectual público: comentó que un musical de éxito (Spring Awakening) era una mera “bastardización” de una obra de teatro alemana y dijo que el reverenciado crítico Michiko Kakutani era “la persona más estúpida de Nueva York”.

Sin embargo, en ocasiones las críticas han sido desproporcionadas, injustas e incluso surrealistas. Que dijera que Twitter “representaba todo lo que odio” le granjeó numerosas críticas. También que asegurara que Facebook sólo servía para fomentar el narcisismo y la cultura del “ser popular”. Cuando admitió que le encantaban los pájaros, le echaron en cara que le preocupaban más los animales con plumas y alas que los seres humanos. Le han tachado de misógino. Le han acusado de rendirse frene al cambio climático. Que dijera que en vez de “then” (entonces) debía ponerse la conjunción “and” (y) destapó una verdadera guerra en Internet entre defensores y detractores de los conectores.

Quizás lo más sorprendente es que le echaran en cara que triunfaba tanto porque era hombre y blanco. La escritora Jodi Picoult dijo que “estaría bien que el New York Times se entusiasmara por autores que no son hombres blancos”. El comentario, hecho a través de un tuit, destapó una gran conversación en Internet.

La palabra libertad

Semejantes acusaciones, sin embargo, no parecían detener su fuerza creativa. En el 2010 apareció su cuarta novela, Freedom, Libertad. De nuevo el fenómeno, de nuevo las alabanzas por las nubes. El New York Times la tildó de “obra maestra de la ficción estadounidense”, Time sacó a Franzen en portada y el mismísimo presidente Obama fue visto leyéndola. Oprah lo volvió a seleccionar para su club de lectura y Franzen esta vez sí que apareció en el plató para comentar su obra.

Freedom no era tan magistral como The Corrections, pero sin duda era excelente. Nos presentaba a la familia Berglund, ella Patty y él Walter, un matrimonio de nuevo supuestamente estable, rico y feliz que vive en St. Paul, Minnesota. Durante dos décadas, la pareja ha criado a dos hijos y se ha labrado una fama de personas agradables, incluso admirables. Pero todo comenzará a resquebrajarse el día en que su hijo adolescente Joey comienza a acostarse con una vecina algo mayor que él.

A partir de ahí se destapará una red de secretos y mentiras: conoceremos la historia de Patty, una mujer que tuvo una infancia desdichada en Nueva York y que se enamoró de un músico de rock (perdón, postpunk), Richard Katz, un tipo tan supuestamente íntegro que prefiere ganar dinero arreglando techos antes que renunciar a su arte.

Tras las tramas rocambolescas, se escondía una crítica social ácida, un análisis del 'Zeitgeist': la difícil transición hacia la vida adulta... la perpetua disyuntiva entre lo que esperamos y lo que conseguimos"

De nuevo, tras las tramas rocambolescas se escondía una crítica social ácida, un análisis del Zeitgeist: la difícil transición hacia la vida adulta, la responsabilidad de crear una familia, los deseos y pasiones no satisfechos, las frustraciones que arrastramos desde la adolescencia, la perpetua disyuntiva entre lo que esperamos de la vida y lo que finalmente conseguimos (que suele ser menos de lo que creíamos). Y, de trasfondo, los años posteriores al 11-S, los años de la guerra de Irak y de la presidencia de Bush. Los años, en resumen, en que todos los políticos tenían la palabra “libertad” en la boca. En una entrevista, Franzen reconoció que había escogido precisamente esa palabra como título para “recuperarla” de manos de quienes habían abusado de ella.

Franzen escribió la novela en le primer año de la Presidencia de Obama. Durante los años de Bush no había podido dar forma a ningún libro. Estaba demasiado atónito y cabreado con la degradación de la política y el discurso político —“es demasiado todo, demasiado simple”— como para ponerse a escribir.

Cuando la realidad superó a la ficción

Franzen se dedicó durante años a escribir ensayos publicados en algunas de las revistas más prestigiosas del país. En 2015 apareció Purity, una novela que recibió buenas críticas, pero no extraordinarias. La novela, como todas las anteriores, era increíblemente ambiciosa: no hay una trama sino muchas. Entre otras, cuenta la historia de Pip, una mujer de 23 años que vive en Oakland y tiene un trabajo que no la llena. Un día le dan la oportunidad de colaborar con Sunlight Project, una especie de WikiLeaks con sede en Bolivia.

En la novela se explica la vida de su creador y líder, el carismático Andreas Wolf, un alemán que creció en el Berlín Oriental en medio de una familia de comunistas y que acabó teniendo problemas con la Stasi. A través de su biografía, y de otros muchos elementos de la novela, Franzen deja claro que Internet es el nuevo totalitarismo y que Google y Facebook constituyen la nueva Stasi. Una proposición algo arriesgada, pero no por ello del todo falsa.

La mejor prueba de ello fue la era de Donald Trump. Para él, su victoria fue la constatación de que la realidad había superado a la ficción o, más bien, a la sátira, y al principio no pudo ponerse a escribir ningún libro. “Me rindo”, reconoció un buen día. “Aquello había llegado demasiado lejos, era demasiado loco todo”. Sin embargo, luego entendió que era precisamente la literatura lo que le podía ayudar a sobrellevar todo aquello. Encerrarse en un despacho siete días a la semana, seis horas cada día, podía ser un antídoto.

El resultado es la novela que ahora acaba de publicar: Crossroads, traducida aquí como Encrucijadas. Seguramente para no tener que analizar el presente de Estados Unidos, Franzen se refugió en el pasado: en una familia de los años setenta, los años de la guerra de Vietnam, los hippies y los movimientos de derechos civiles. El libro es el principio de una trilogía que seguirá los derroteros de la familia Hildebrandt desde los setenta hasta el presente. De nuevo hay un matrimonio tóxico e historias paralelas de los cinco hijos de la familia. Está el padre, el reverendo Russ, que se fija demasiado en una de sus feligresas. Está su mujer, Marion, que guarda un secreto de su pasado. Están los hijos, cada uno aquejado de problemas de amor y de drogas.

Franzen ha reconocido que se ha inspirado en su propia familia para escribir la novela, aunque las historias son perfectamente ficticias. También ha reconocido que, esta vez, quería explorar las mitologías religiosas que han sostenido el sueño americano durante años y que ahora están siendo desbancadas: la sacralidad del matrimonio, el respeto a Dios, el papel de la religión como vertebradora de una comunidad.

Franzen analiza el existencialismo, casi diríamos el nihilismo, en el que ha caído Estados Unidos y no llega precisamente a una conclusión optimista. La razón ha caído, el progreso se ha interrumpido y tan sólo queda un vacío desesperanzador.

Es, seguramente, su proposición más controvertida hasta la fecha. Aunque, seguramente, también la más atinada.


Ana Polo Alonso es la editora de Courbett Magazine, una publicación digital sobre libros, diseño y cultura. También es la creadora del podcast Sin Algoritmo, centrado en novedades literarias. Publicará próximamente una biografía sobre Jackie Kennedy y está trabajando en una biografía sobre la reina Isabel II de Inglaterra.