Sexo. Solitario y compartido, con y sin amor, u obsceno y humorístico. De todo hay en las más de 13.500 pinturas y 100.000 obras menores que hicieron de Pablo Picasso (Málaga, 1881 - Francia, 1973) el pintor más prolífico de la historia; desde que dibujara unos asnos copulando con apenas 13 años, y hasta la magnífica Suite 347, Las Señoritas de Aviñón o El rapto de las Sabinas. Porque el deseo carnal ha acompañado al pintor malagueño plasmado especialmente en grabados de influencia japonesa -conocidos como shunga-, como al Dalí (Figueres, 1904 - Figueres, 1989) "voyeur, masturbador y pervertidor" que "gozaba frente a escenas lascivas cómo una contorsionista practicándose sexo oral y fumándose un cigarro por la vagina", o a un Antoni Miró (Alcoy, 1944) que inundó la Marina de Valencia entre la atenta mirada de los que lo ensalzaron por tratar el sexo con naturalidad, y los que lo consideraron demasiado explícito.

Y lo cierto es que el erotismo de los tres era cosa sabida, aunque tal vez desde una perspectiva más centrada en su supuesto papel de devorador de mujeres, del que queda reflejado en la exposición permanente que presenta el Museu de l'Eròtica de Barcelona. "El visitante comprueba cómo la sexualidad humana ha sido fuente de inspiración representándose tanto de forma explícita como implícita, en función de las diferentes culturas o de los códigos de conducta que han marcado a la sociedad y diferentes momentos históricos, explica Sarah Rippert, gerente del museo en palabras para El Independiente.

En total, la galería muestra más de 800 obras de arte erótico de un amplio abanico de disciplinas artísticas desde la prehistoria, pasando por Grecia y Roma, con especial relevancia a la ciudad de Pompeya, desaparecida en la erupción del Vesubio del 79 d.C., y que contaba con más de 25 prostíbulos; y hasta los iconos sexuales más recientes como Marilyn Monroe o John Lennon Yoko Ono. Pero entre tanto, destaca una serie de seis platos de cerámica y de aguafuertes que Miró creó en 1994, y dos de las litografías originales de la serie Suite 347 de Picasso, compuesta por 347 grabados eróticos deslucidos en una zona compartida con las réplicas de obras como El gran masturbador, Araña de la noche, esperanza o Venus y el amor, de Dalí.

"Picasso descubrió los placeres del erotismo en los burdeles del barrio Gòtic de Barcelona a los 13 años. La mujer fue una pieza clave en sus pinturas y en sus últimos años de vida, su obsesión por lo erótico se hizo si cabe más explícito en una serie de grabados, especialmente Rafael y la Fornarina y La Maison Tellier, que alguno leyeron en su momento como el reflejo obsesivo de su impotencia senil. Por su parte, desde joven, Dalí reconoció problemas con el sexo. Su padre le inculcó un pánico a las enfermedades venéreas y, por extensión, al sexo femenino que hizo que se considerara impotente, siendo la masturbación su única fuente de placer erótico. Y todo cambió cuando encontró a Gala, la musa con quien organizaba sonadas orgías en su residencia de PortLligat. Aunque no participaba activamente, Dalí ejercía de voyeur, masturbador y pervertidor, al tiempo que compartía las confidencias sexuales de sus amigos famosos como Jack Kennedy o Walt Disney, al que calificaba de pederasta", explica Rippert.

La exposición dedica también especial atención a Asia, a las geishas y el Kamasutra, al sadomasoquismo con la historia del marqués de Sade, que dio nombre al término sadismo por sus conocidas prácticas sexuales y que fue encarcelado, primero, y enviado a un psiquiátrico, después, por envenenar a varias prostitutas durante una orgía; y a una serie de obras dedicadas a la familia real española y la vida erótica de la realeza desde la época isabelina, hasta Felipe V y VI.