A pesar de la España vaciada y del creciente abandono del mundo rural, la crisis agrícola y el imparable progreso hacia una sociedad cada vez más urbanita; el verano en España sigue siendo de los pueblos. Con la llegada del calor estival y las vacaciones, las grandes ciudades se vacían y la mayoría de sus habitantes regresan a una suerte de lugar que les recuerda unos orígenes no tan lejanos.

Aparte del placer que supone el reencuentro con la familia y los amigos, comer bien o disfrutar al fresco de la dilatación horaria del día, el verano en los pueblos es la gran época de las fiestas. Tiempo para evadir la rutina, bailar en la discomóvil, escuchar las canciones de toda la vida en la orquesta, tomar salchipapas y bocadillos de panceta, ir a las peñas, vibrar con las charangas, ver los toros, subirse a la feria...

Agosto, septiembre y a veces también julio, son los meses destinados a estas fiestas patronales que llenan de júbilo y efervescencia la mayoría de los pueblos españoles. Unas celebraciones de origen eminentemente agrícola para agradecer a sus santos y vírgenes las buenas cosechas y rogarles también por inviernos poco severos.

Todas las fiestas regionales se parecen y todas son especiales en su riqueza, por eso merecen tanto mimo como cualquier otro tipo de patrimonio cultural que merezca la pena conservarse. Las fiestas patronales son algo más que eventos sociales para divertirse y desconectar, estas citas ejercen un importante papel a la hora de mantener viva toda esa cultura popular que no se encuentra al alcance de los libros y se transmite de generación en generación.

Jotas, muñeiras, sardanas, chotis y sevillanas, de ninguna manera pueden faltar los bailes tradicionales. Antiguos ritos y leyendas dotan a estas celebraciones de un trasfondo folclórico sobre el que descansan nuestras raíces.

En Catoira (Pontevedra), por ejemplo, cada primer domingo de agosto se rememora con un peculiar espectáculo las invasiones vikingas sufridas hace mil años. Muy diferente, pero igualmente singular resulta el salto del Colacho en Castrillo de Murcia (Burgos), una tradición originada en el siglo XVII, donde un hombre del pueblo se viste de diablo y salta sobre los bebés recién nacidos en una simbólica ceremonia para alejar el mal de sus vidas. Otras fiestas igualmente icónicas como la Tomatina de Buñol (Valencia), la Semana Renacentista en Medina del Campo (Valladolid) o la Batalla de las Flores de Laredo (Cantabria) dan cuenta de lo importante que es para la gente mantener estas tradiciones.

Es cierto que no todos los pueblos tienen por qué ser tan particulares como estos para gozar de unas fiestas igualmente especiales. A veces sobra con un pregón o una procesión en honor al patrón o patrona del municipio. Lo único imprescindible es su gente y que las calles se conviertan en el epicentro de un encuentro social donde prime el ocio, la música y la diversión. Un soplo de aire fresco capaz de insuflar un aliento de vida y alegría a una parte de nuestro país cada vez más olvidada.

En estas festividades, los pueblos se convierten en un foco de atracción abierto a la llegada de forasteros, urbanitas y vecinos de municipios cercanos, pero los que no pueden faltar son aquellos que han hecho de estos eventos una forma de existencia, los feriantes. Nómadas del ocio, trabajadores del entretenimiento, sus puestos llegan con gran expectación a los pueblos para contagiar de luz, música y diversión la vida de sus gentes.

Las fiestas de pueblo son sinónimo de tradición, cultura y recreo, pero también son el escenario ideal para que sus gentes puedan desencorsetarse de la rigidez cotidiana de sus vidas. Las verbenas, con sus Camela, Mago de Oz, Estopa o Los Chunguitos de fondo y un probable exceso de alcohol, suelen culminar con algunos primeros amores y desamores, generan ajustes de cuentas, trifulcas imperdonables o reconciliaciones inesperadas, son auténticas agitadoras de la vida social y de ahí su indispensable trascendencia para el desarrollo de una convivencia saludable.

Ya sea en la costa, la sierra o la meseta, el verano en España, su tradición, su cultura y su historia viven en todas estas fiestas que mantienen el espíritu de una época dedicada a compartir, descansar y disfrutar.