A última hora de la tarde, cuando el sol concede una leve tregua, un camión se desliza junto al escenario, portando una pantalla gigantesca en su esqueleto. Minutos después, los haces de luz del proyector arrojan las primeras instantáneas. Es el cine y ha regresado a los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf (Argelia), uno de los lugares más inhóspitos de la tierra, donde parte de la población saharaui vive desde la ocupación marroquí de la ex colonia española en 1975. Es el séptimo arte de la más dura de las resistencias, cosido a una espera ya casi infinita.

A media tarde los niños son el público más puntual. Van y vienen. Corretean y gritan. Toman asiento en compañía de sus madres. En la sesión inaugural, como en el resto de las proyecciones, no existen las butacas. Solo un manto de arena dura sobre una explanada de la wilaya  (provincia) de Auserd, en territorio prestado por Argelia. Los más madrugadores esperan a que la barahúnda de organizadores y técnicos complete las pruebas. Y -con horas de retraso, mecido por el tiempo huérfano de horas del desierto- uno de los festivales más singulares del mundo, celebrado desde hace 18 ediciones sobre las dunas de la Hamada argelina, arranque.

“Hemos diseñado veinte versiones del programa y no ha salido ninguna. Ha terminado siento está, la mejor”, admite desde la tribuna María Carrión, codirectora del Fisahara, una celebración que -dentro de su sucesión de resistencias- ha sumado ahora la del coronavirus. Ha regresado esta semana tras dos años de parón, obligado por las circunstancias sanitarias. Y a pesar de cada vez densos silencios, incluido el RTVE, que ha vetado su cobertura sobre el terreno.

Somos un pueblo dividido por un muro al que no llegan las cámaras ni las fotografías

TIBA CHAGAF, CODIRECTOR DE FISAHARA

Contar el cine por sus protagonistas

“El cine en nuestra sociedad es una herramienta nueva que usamos para hacer llegar la historia del pueblo saharaui y su lucha, porque somos un pueblo dividido por un muro al que no llegan las cámaras ni las fotografías”, agrega Tiba Chagaf, el alma saharaui de un proyecto ya con solera.

Las primeras instantáneas que llenan la pantalla, cegando a los presentes, son cercanas. De una producción saharaui Wanibik, el pueblo que vive frente a su tierra, del director argelino Rabah Slimani. Un filme que acompaña a un grupo de estudiantes de la escuela de cine de los campamentos en su aventura de rodar su película de graduación, con el “Muro de la Vergüenza” -los 2.700 kilómetros que separan el lado ocupado por Marruecos del liberado, infestado de millones de minas-.

Saharauis contando el dolor de su exilio, con sus palabras y su narrativa. “Usamos el cine para romper el bloqueo mediático sobre nuestra tierra. Al menos en el exilio, podemos expresarnos. Pero los que se quedan no. A través del cine conservamos nuestra identidad y estamos lanzando nuestro mensaje”, arguye Chagaf.

El público en el Fisahara. Gonzalo Cases

Amaral: "He empezado una canción mirando al desierto"

Una edición marcada por la política española, el causante y el eterno deudor. En marzo Pedro Sánchez respaldó el plan de autonomía de Marruecos a través de una carta dirigida al rey marroquí Mohamed VI y filtrada, en una sucesión de hechos insólitos y no explicados, por la casa real alauí. “Esto merecería una conversación con los políticos españoles, reconoce a El Independiente Eva Amaral, a cargo junto a Juan Aguirre del concierto de clausura del festival y miembros de la comitiva de artistas que pasan esta semana en el desierto, alojados por familias saharauis. “Me resulta tan inconcebible lo de la clase política española. Me cuesta entender por qué este tema no está resuelto ya”, agrega Aguirre, “estupefacto” por las décadas de conflicto. “Con el poderío que tiene Europa cuando hay que solucionar algo y con la rapidez con la que se aprueban artículos para resolver temas financieros. No entiendo por qué no se ha resuelto”.

No entiendo por qué no se ha resuelto

JUAN AGUIRRE, AMARAL

Amaral sigue prendida a la reacción que tuvieron amigos y familiares cuando les informó del viaje, tal vez uno de los más atípicos que ha realizado. “Me sorprendió que gente de diferentes comunidades autónomas y formas de pensamiento estuviera unidos en la sensación de que era un pueblo al que hemos dejado abandonados y que es un error de nuestro país. La mayoría de los españoles piensa pero, sin embargo, no ha tenido una solución, porque es una cuestión de intereses y recursos. Es vergonzoso”, alega Amaral. “Nuestra responsabilidad es hacerlo a la gente que escucha nuestra música”.

Una experiencia de la que podría surgir un tema, admite Amaral. “Aunque lo primero es digerir lo que estamos viviendo, pero esta mañana he empezado a hacer una canción mirando al desierto. He madrugado mucho y me ha encantado ver amenazar y he empezado a hacer una música con una idea de letra que ya tenía y con las conversaciones que hemos tenido con la familia ha tomado todo mucha forma”, explica ante el rostro de sorpresa de Aguirre. “No sabía nada de esto. Amaral tiene mejor capacidad de síntesis y de escribir lo que quiere que yo. Yo si hiciera una canción sobre un tema, me saldría de otro”, esboza.

La generación nacida en el exilio no conoce nuestra historia

TIBA CHAGAF, CODIRECTOR DE FISAHARA

El festival del reencuentro

Con la pandemia alejándose, el FiSahara ha recuperado una interrupción que ha durado dos años, en mitad de un campamento de refugiados en el que habitan alrededor de 200.000 personas, con recursos escasísimos y dependencia total a la ayuda humanitaria internacional, cada vez más escasa. Bajo el lema #Descolonicemos, han acompañado al dúo zaragozano la actriz Itziar Ituño (Loreak, La Casa de Papel) o el actor Guillermo Toledo; las activistas Sultana Khaya y Tone Sørfonn Moe; la comunicadora afrocolombiana Emiliana Bernard; o veteranos políticos saharauis como Embarka Brahim Bumajruta o Salem Lehbsir.

A lo largo de cuatro jornadas la programación alberga proyecciones de cine local y extranjero, como Naila y La Rebelión de la brasileña Julia Bacha, En Mansourah nos separaste de la argelino-francesa Dorothée Myriam Kellou o Dajla. Cine contra la desmemoria occidental y la falta de responsabilidad política de la élite política española, de todos los partidos. Y también contra el olvido que se empieza a cebar con las generaciones más jóvenes que solo han conocido el destierro. “La generación nacida en el exilio no conoce nuestra historia”, se lamenta Chagaf, decidido a darles voz y contar la historia del éxodo y la espera.