Esto no es una reseña del nuevo disco de U2. Un álbum que pide socorro desde su acrónimo. Songs Of Surrender (canciones de rendición). S O S. ¿Realmente se rinden? ¿Ya no queda nada de aquel espíritu que les llevaba, en su gira de 1992, a llamar una y otra vez al entonces presidente de Estados Unidos, George H.W. Bush, mientras estaban en el escenario? Nunca logró Bono hablar con el presidente, pero esas llamadas eran suficiente mensaje. ¿Alguien ha visto asomar una bandera blanca?

Se podría entender este texto como una reseña musical si no fuera porque las 40 canciones en 4 álbumes no son un disco. Es un legado intencional, y eterno. Es cierto, son sus grandes canciones interpretadas de nuevo, con un manto llamado tiempo sobre todas y cada una de ellas. Con los cambios naturales de la perspectiva del tiempo. Tanto tiempo…

Propongo acercarse a esta obra desde otro punto de vista. Imaginemos una tarde, o tres horas (tres) de ese día, en un quehacer, como en una conversación musical con una de las bandas más importantes del mundo. Modo de empleo: póngaselo el lector mientras trabaja, conduce, o realiza labores domésticas. No tendrá sobresaltos ni sonidos que le extraerán la atención de su objetivo, por mundano que sea. El ambiente olerá a buena música sin saber muy bien por qué. Todas las canciones nos sonarán, y lo volverán a hacer muy bien. La sensación es serena y sosegada, como de una tarde de domingo sin fútbol, pero con canciones que son nuestra historia.

Llama mucho la atención que podamos escuchar un trabajo de U2 con tranquilidad. Ellos siempre han lidiado con gestos grandiosos. Ningún otro artista de rock del mundo del post-punk persiguió el “megastrellato” con el mismo fervor misionero: pocas veces dudaron en querer ser “la banda más grande del mundo”, algo que lograron (con el permiso de otros) y con nota.

Estamos ante una forma diferente de presentarnos toda su carrera supervisada por The Edge y el productor Bob Ezrin. Es un momento íntimo"

Si sus giras han tenido hasta escenarios tan grandes que necesitaban luces de advertencia para aviones, y con un último “bolo” que recaudó casi 400 millones de dólares ¿por qué ha pasado tan inadvertido este lanzamiento? Porque más que un álbum acústico de grandes éxitos, estamos ante otra cosa. Algo revelador y emocionalmente resonante para los que llevamos décadas siguiendo su estela. Es una forma diferente de presentarnos toda su carrera supervisada por The Edge y el productor Bob Ezrin. Es un momento íntimo.

En cuanto a la “nota de cata”, diremos que la voz de Bono ha ido cambiado a lo largo de los años, no como la de Sabina o Alejandro Sanz, sino al revés. Se ha suavizado. Y para muestra, temas como One y Vertigo en este nuevo trabajo. Es The Edge quien brilla, demostrando que las canciones de U2 son sólidas y se pueden repensar sin demasiados adornos. Podemos escuchar momentos de genuina reinvención, como la versión de Red Hill Mining Town o el rescate del poder melódico en 11 O'Clock Tick Tock, una de las sorpresas que nos encontraremos.

Uno de los aspectos más curiosos es cómo The Edge ha cambiado su estilo de tocar guitarra. Por ejemplo, el sonido es muy diferente en The Fly o en la nueva versión de su éxito Desire, que tienen poco que ver con sus enfoques originales y destilan una vibración suelta y, como se dice ahora, “orgánica”.

No es sorprendente que lo que debería ser teóricamente un proyecto discreto, como el que hacen muchos otros, reelaborando su catálogo en un estilo acústico y más bien apagado, se haya convertido en una empresa épica. Al menos para ellos. Por ejemplo, mucho se ha hablado de la relación de este disco con la reciente autobiografía de Bono, Surrender, cuyos 40 capítulos llevan todos el nombre de una canción de U2. Pero no hay un paralelismo exacto: elegidas por los cuatro miembros, 11 de las canciones de Songs of Surrender no aparecen en el libro.

En resumen, Songs of Surrender es un álbum que demuestra la universalidad y accesibilidad de las canciones del grupo en su forma más simple, y quizá, alguien lo tiene que decir, menos U2. Convivamos una tarde con este nuevo trabajo, con la calma de rendirnos ante la evidencia de que no son los que eran. Ni nosotros.