A no pocos arqueólogos les enfurece cualquier referencia a Indiana Jones, una imagen del oficio “made in Hollywood” que les persigue entre el gran público con su halo de aventuras y romanticismo pero también con el sambenito de cazatesoros. El arqueólogo y naturalista catalán Jordi Serrallonga, en cambio, reivindica la figura del explorador que, con su sombrero fedora como compañero inseparable, encarna el incombustible Harrison Ford y que este miércoles estrena su quinta entrega, “Indiana Jones y el dial del destino".

“Jones es casi un calco, incluso por el detalle del fedora, de los arqueólogos y arqueólogas que existieron hasta bien entrado el siglo XX”, reconoce Serrallonga, profesor de Prehistoria, Antropología y Evolución Humana de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y un explorador con alma de “peliculero” que, para saciar una pasión infantil, se ha pateado el mundo, desde un yacimiento del Egipto faraónico hasta Tanzania, la cuna de la civilización donde algunas de las etnias le bautizaron como “mzungu maasai” (maasai blanco). Con sus andanzas y su amor no disimulado al personaje del celuloide ha dado forma a “Un arqueólogo nómada: en busca del Dr. Jones”, recién publicado por la editorial Desperta Ferro.

Arqueología, por partida doble

En la nueva cita de la saga cinematográfica que convirtió la labor de los arqueólogos en un objeto de la cultura popular, Henry Jones Jr. con James Mangold ('En la cuerda floja', 'Logan', 'Le Mans '66') como director en lugar de Steven Spielberg se las ve con los nazis en plena Guerra Fría y la carrera espacial para llegar a la Luna.

Es muy posible que algunos de mis colegas no entiendan la simpatía que profeso al doctor Jones. Quizá piensen que no es bueno tener por amigo a un buscador y, en ocasiones, ladrón de tesoros

Rivalidad en el gremio

“Por suerte, no he tenido que enfrentarme con soldados nazis ataviados con vestimentas propias de los momentos inmediatamente anteriores a la Segunda Guerra Mundial; Indiana Jones y su padre, sí. Pero, los peligros para el arqueólogo no son las serpientes o las tarántulas, sino otro animal muy terrible: el Homo sapiens. En África he tenido que esquivar y escapar de furtivos armados con AK47 y, concretamente en Kenia, tuve que enfrentarme a 'cultos' colegas arqueólogos y paleontólogos que asaltaban nuestra zona de excavación con nocturnidad y alevosía, para robar fósiles”.

Y agrega sobre sus enemigos y las zancadillas en el gremio: “Finalmente, con sus influencias, consiguieron arrebatarnos nuestros permisos de prospección y excavación. Algún día daré más detalles de tan miserable historia que me hizo comprobar que las rivalidades de Indy con el arqueólogo francés René Emile Belloq, o los coleccionistas norteamericanos Panama Hat o Walter Donovan, pueden ser aún más serias y perversas en el mundo real”.

Machu Picchu

La sombra del arqueólogo se proyecta sobre uno de los muros de piedra de la ciudadela inca de Machu Picchu, en Perú.

Tanzania, segundo hogar

El despacho del arqueólogo nómada es el mundo. Área de trabajo en medio de la sabana. Katavi, sur de Tanzania. «La considero mi segunda casa… quizás la primera por el tiempo que paso allí y por lo mucho que la amo; sí, estoy enamorado de Tanzania. Allí no solo empecé mi singladura de campo, como arqueólogo y naturalista, sino que he hecho grandes amigos entre miembros de diversas etnias y gremios locales. De hecho, me han bautizado como «mzungu maasai» [maasai blanco]».

La sombra de Jones

Serrallonga reconoce que Jones no tiene buena prensa entre sus colegas de gremio, los que van en busca del pasado para examinar las pesquisas que dejaron bajo tierra. "Es muy posible que algunos de mis colegas no entiendan la simpatía que profeso al doctor Jones. Quizá piensen que no es bueno tener por amigo a un buscador y, en ocasiones, ladrón de tesoros", apunta.

"Incluso lectoras y lectores puede que duden, a estas alturas, de si estoy, o no, cuerdo. Pero, escúchenme, el bueno de 'Indy' pertenece a otra época. No se formó, como nosotros, con la nueva arqueología de Lewis R. Binford, sino con los relatos de Hiram Bingham, en el Machu Picchu, o de Percy H. Fawcett en busca de civilizaciones perdidas por las selvas de Brasil, Bolivia y Perú. No aprendió a excavar colocando antes una cuadrícula para, a continuación, descender estrato a estrato, con paciencia, sino que fue discípulo de coleccionistas y anticuarios cuyos métodos resultaban más expeditivos: desde el pico y la pala al cartucho de dinamita sin contemplaciones”.

Admite, no obstante, que el arqueólogo más célebre del séptimo arte “podría haber prestado mayor atención a las meticulosas técnicas empleadas por Howard Carter en la tumba de Tutankamón”. “ Aunque 'Indy' -nos conocemos bien- es un tipo activo e impaciente. No quiero excusarlo, pero, durante sus estudios de arqueología en la Universidad de Chicago, tampoco le enseñaron a solicitar permisos de excavación. Y es que, salvo excepciones, eran tiempos en los que el buscador de tesoros se movía libremente por territorios cuyas autoridades locales, de existir, no podían, o no querían, proteger el patrimonio histórico, natural y cultural”.

Eduard Omedes

Al contactar con otros pueblos, el arqueólogo inocente –parafraseando el libro de Nigel Barley– es solo un invitado.

Tutankamón, Valle de los Reyes (Luxor)

Cuaderno de campo del autor, Egipto, 24/02/2019.

"¿Acaso no nos gustaría parecernos a Jones?"

“¿Soy el único arqueólogo atraído por el rayo captor de Indiana Jones? Con independencia del sexo, procedencia, altura, peso o talla de sombrero”, se interroga el explorador que convirtió Tanzania en su segundo hogar. Y responder sin apenas titubear: “¿acaso no nos gustaría parecernos a él? Vivir aventuras en parajes fantásticos, saltar de un avión y alcanzar indemnes el suelo, incordiar a los malos, conservar fieles amistades... Lo tengo muy claro: ¡me apunto! La icónica figura del doctor Jones ha potenciado la divulgación de la arqueología entre personas de todas las edades y condición alrededor del planeta”.

En el libro, el admirador de Jones explica los pormenores de una pasión, también los más ingratos, que no solo excava sino que ejerce como profesor o ausculta las muestras en el laboratorio, lejos de la adrenalina del trabajo de campo. “Un yacimiento arqueológico es como un libro incunable y a medida que pasamos sus páginas, lo hemos de situar en el espacio, restaurar, inventariar, fotografiar y dibujar y embalar. Para después estudiarlo en el laboratorio. Efectivamente, jamás vemos a Indiana trabajando en el laboratorio, cuando, en realidad, todo lo recogido sobre el terreno no sirve de nada si, a posteriori, no pasamos muchos meses analizándolo. Lo mismo que si no lo publicamos y divulgamos”, comenta.

Invertir en detectives del pasado

Clara Sellés

En el campo

El autor junto a un guerrero maasai que sostiene un cráneo de León

En el estudio

Jordi Serrallonga posa sin su característico sombrero fedora en su estudio.

Especialmente en España, donde los científicos son víctimas perpetuas de la precariedad, una de las labores más tediosas y arduas es buscar financiación para una campaña o guerrear para que la inestabilidad laboral no gane la partida.

Soñar es -todavía- un resquicio de libertad. Lucharemos por ello aunque sea navegando a contracorriente

“En nuestro país seguimos sin contar con los apoyos suficientes para disciplinas como la arqueología y la paleontología, ciencias que nos permiten reconstruir el pasado y presente de la humanidad, y también a conocer cómo afrontar el futuro. Aprender de las catástrofes y errores del pasado para intentar evitar que se produzcan nuevas desgracias como el cambio climático global, la pérdida de biodiversidad, la crisis energética o el desembarco de nuevas pandemias, como el SARS-Cov-2. Debemos invertir más en los y las detectives del pasado”, replica Serrallonga.

El libro recoge incluso un “post scriptum” en el que el autor comparte las primeras impresiones tras visionar junto a su hijo Joan un trailer de la última entrega de Indiana Jones en el que se vuelve a sentir identificado y con quien entabla un diálogo. “Indy, dices: 'Echo de menos el desierto... Y también el mar. Levantarme cada mañana, preguntándome qué maravillosa aventura nos deparará el nuevo día'. Pues lo perseguiremos... No nos apearemos del sueño. Soñar es -todavía- un resquicio de libertad. Lucharemos por ello aunque sea navegando a contracorriente”. Nada en Jones, dice Serrallonga, “es un disfraz artificioso sino una piel que podríamos adoptar muchas y muchos de nosotros”.