El 22 de junio de 1951 se celebró en Barcelona una fiesta a la que acudió gran parte de la alta sociedad catalana y de la farándula de la época. Decenas de personas se reunieron en los jardines de la recién inaugurada clínica Soler-Roig para acompañar a la familia Puig en la puesta de largo de su hija Margarita. Pero hubo un protagonista inesperado, al llegar al lugar les recibió un mural de siete metros de largo por cuatro de ancho con una dedicatoria de Salvador Dalí.

El pintor, amigo íntimo de Albert Puig, padre de Margarita, había decidido hacerle un regalo especial sin saber que con el paso de los años se iba a convertir en el centro de una investigación periodística que pondría en duda la autoría de algunas de sus obras. No fue aquel mural sino una acuarela, que aunque más pequeña tenía buen tamaño, que Dalí le regaló a la chica por su gran fiesta y que le había entregado en una cena más íntima en el Hotel Ritz de Barcelona unas semanas antes.

Aquella obra fascinó a los Puig, tanto que le pidieron a Manuel Muntañola, que era el encargado de la decoración, que encontrase a alguien que hiciese con ella un mural gigante para colocarlo en el jardín durante la celebración principal. Fue Isidoro Bea, muralista del Liceo de Barcelona, el que la reprodujo sobre "un papel entelado de escenografía de teatro" y el que sin querer comenzó una historia de robos, falsificaciones y desconfianzas.

Imagen de una acuarela a subasta de Dalí. SUBARNA

Ahora, este jueves 30 de noviembre, sale a subasta esta acuarela de 73×57 centímetros titulada La Reina de las Mariposas con un precio de 100.000 euros aunque desde Subarna, la casa de subastas, esperan recaudar algo más de 130.000. Con ella vuelve a ser noticia la polémica historia del mural que no se volvió a ver tras aquella fiesta y que reapareció en los años setenta al otro lado del océano Atlántico. La de una estafa que duró años y que acabó colando a Gala en el centro de la diana.

"Aquel mismo día el mural desapareció pero la familia Puig decidió no denunciar a nadie porque, aunque tenían sospechas de quién había podido ser, todos eran amigos de la familia y miembros o de la farándula de la época o de la alta clase catalana", explican desde la casa de subastas. También que no volvieron a saber nada del mural durante décadas y que mantuvieron el secreto hasta que a finales de los años setenta la revista Interviú contactó con ellos.

"Tras la muerte de Franco, y con la acuarela ya en el salón de una Margarita más mayor, a Interviú le llega un aviso de un marchante de Dalí, Albert Field, que les dice que en un hotel de Carolina del Norte se encuentra el mural y es cuando la revista decide ponerse a investigar", aseguran.

El certificado de autentificación firmado por Dalí.

Descubren que aquel hotel se llama Royal Villa y que la obra había sido comprada por Mr. Johnston, un millonario norteamericano, en abril de 1974 como una obra original de Dalí. "Lo adquirió en México por 15.500 dólares, un millón y medio de pesetas. (...) Pero Johnston se acabó enterando de que había sido engañado (que la obra era falsa) y al cabo de tres años puso el cuadro en pública subasta dirigiéndose a 125 individuos, museos y corporaciones", se podía leer en la revistar Interviú de finales de esa década.

También contaban que nadie se lo quiso comprar por lo que él pedía y que un tasador de obras de arte llamado R.L. Cheeck le ofreció 5.000 euros sabiendo, porque le había informado Field, que era falso. "Pero la cosa no quedó ahí, unos meses después, Cheeck vende la pintura a William Mett, presidente del Center Art Gallery de Honolulu (Hawai), por la cantidad de 50.000 dólares, cinco millones de pesetas, como un Dalí auténtico", continúa el artículo del enviado especial de Interviú Vicente Gracia.

Mett no tarda en darse cuanta de la estafa y denuncia a Cheeck pidiéndole 300.000 dólares de indemnización. "No se volvió a saber nada del cuadro falso durante años hasta que descubrimos", aseguraban en la revista, que se estaba intentando "vender otra vez por cien millones de pesetas y que el vendedor exhibía un insólito documento que textualmente decía 'Certificado de autenticidad firmado el 25 de junio de 1981 en el Hotel Meurice de París, en presencia de la señora Gala Dalí'".

También que fueron Jean-Claude Du Barry y Robert Descharnes, este último amigo personal de Dalí, los que le llevaron ese certificado falso para que lo corroborase. "Se lo hicieron firman al pintor, abusando de su confianza y de su entonces delicado estado de salud. En el declaraba la autenticidad de la obra cuando esta no era auténtica. Dalí fue engañado por Descharnes y este tenía la protección de Gala", sentenciaban aumentando cada vez más el escándalo y poniendo en duda la autenticidad de otras obras del pintor catalán.

Pero aún quedaba un misterio por resolver, ¿quién había robado el mural de la fiesta y lo había vendido por primera vez? La revista tardó en descubrir estos primeros pasos pero en los ochenta averiguaron que aunque Gala había sido la última en 'falsificar' la autoría no fue ni mucho menos la primera.

Doble página de la revista Interviú. SUBARNA

En un artículo titulado El ladrón estaba en la fiesta publican que en 1971, tres años antes de que se detectara la primera venta fraudulenta de la copia encargada a Isidoro Bea, una persona que estuvo en la fiesta obtuvo de la colección fotográfica que Margarita Puig guardaba en su casa una imagen en el que aparecía Salvador Dalí delante de la reproducción, lo que sin duda facilitó la venta del mural como auténtico. "Fue un inexperto timador, un 'viva la virgen' con tantas ambiciones como pocos escrúpulos", escriben entonces dando por hecho que un amigo de la familia había sido el ladrón del mural, que había mantenido la copia oculta durante casi veinte años y cerrando así el círculo del escándalo.

Ahora, con el mural todavía en manos privadas, la acuarela por la que empezó toda esta historia, y que ha pasado por las manos de distintos miembros familia Puig, sale a subasta. "Han decidido venderla porque es la única forma de dividir esta herencia", aseguran. "Estos días ha venido gente a verla muy interesada, sabemos que las acuarelas tienen menos tirón que los óleos pero podemos llevarnos una sorpresa", aseguran sabiendo que la historia de aquella fiesta, de aquel mural y de aquellos certificados genera ciertos entusiasmos.