Antonio Escohotado (1941-2021) se hizo famoso por ser el filósofo que montó la discoteca Amnesia en Ibiza, por ser encarcelado tras ser acusado de jefe la de mafia hippie y por su ensayo Historia general de las drogas, que escribió entre rejas y que lleva más de cuarenta ediciones. También por haberle 'robado' la mujer a uno de sus íntimos amigos, Sánchez Dragó, y por su autoexilio en Ibiza cuando supo que la muerte estaba cada vez más cerca. Pero fue muchísimo más que un hombre de titular fácil. Vivió libre, tanto que no le importó demasiado la conciencia ajena y se guió siempre por la propia. Dividió la ideología en libertad y autoritarismo y buscó en la primera su manera de estar en el mundo. Escribió y aprendió hasta la extenuación y dejó libros tan importantes como Los enemigos del comercio y Caos y orden; además de traducir al castellano a Isaac Newton o Thomas Hobbes, entre otros.

Ahora, gracias a su hijo Jorge, que lleva años fomentando el legado de su padre junto a sus hermanos, ve la luz Confesiones de un opiófilo (Espasa), un diario póstumo que Escohotado escribió a mano de 1992 a 2020, que jamás releyó ni revisó y que prohibió publicar hasta su muerte. Aquí se muestra otra parte del jurista, filósofo y sociólogo; aparecen sus anhelos, sus deseos y sus miedos. Aparece la muerte como temor y como meta, la naturaleza como ente y la familia como recuerdo y refugio. También la creencia no en un Dios sino en la voluntad, algo que fue creciendo dentro de él durante sus últimos años.

Son casi tres décadas de reflexiones aunque no diarias y ni mucho menos constantes en el tiempo. Hay años de muchas entradas y lustros donde apenas escribe nada. "Es un libro misterioso, oculto, que solo vería la luz pública tras su muerte y en torno al cual, precisamente por ese carácter arcano, se ha ido tejiendo toda una leyenda", escribe en el prólogo Juan Carlos Usó que recuerda la frase literal que le transmitió su maestro. "Esto se publicará cuando me haya muerto porque, si no, estoy seguro de que una turba gris vendrá a quemar mi casa", le aseguró sobre estas 238 notas "enfocadas en la senectud, el declive físico y la muerte, presentida cada vez más próxima". Y, sobre todo, en su defensa del consumo de opiáceos en la tercera edad, algo que sabía que podía causar incluso más revuelo que muchas de las declaraciones políticamente incorrectas que dio en vida.

Porque, cómo explica su hijo Jorge, aquí el filósofo reivindica el consumo de opioides como heroína, los parches de buprenorfina, el fentanilo, la oxicodona y, sobre todo, el opio cuando la edad ya resta y las drogas no te impiden desarrollar un proyecto de vida. "A él lo que le daba miedo era reconocer públicamente y recomendar públicamente esto, él sabía que causaban adicción pero también que eso con 75 años no era un problema. Siempre me decía, '¿cuántas pastillas crees que se toma un señor de mi edad? ¿Unas diez al día? Pues yo solo un poquito de esto, aunque sea ilegal'", recuerda, y añade que Escohotado decidió "vivir la vejez con euforia". "Y claro, no lo hizo con morfina, que es una mierda y no te da buen rollo. La euforia es la alegría de vivir, mi padre con 78 años, cuando estaba en su cabaña en Ibiza, me dijo: '¿Será hoy el día más feliz de mi vida o será mañana?'".

También que este diario no sólo habla de drogas y vejez; lo hace de amor, de familia y de deseo. "Se trata de un ejercicio de honestidad brutal. Tan claro, tan directo... Mi padre en cuatro líneas nunca había dicho tanto. Primero lo leí en el cuaderno, luego cuando lo pasamos a Word y ahora otra vez cuando lo han publicado. Es una lectura de píldoras de conocimiento destiladas", explica sobre cómo, junto con su hermano Antonio, hijo de la segunda mujer de su padre, estuvieron todo un fin de semana transcribiendo sus notas. "Había momentos en los que teníamos que parar de la intensidad", confiesa.

Antonio Escohotado y su hijo Jorge Escohotado en la playa de la Concha.

Un equipo familiar que no están acostumbrados a tener. "Nos llevamos todos bien pero al final la relación más fuerte la tenemos con los hermanos que son de padre y madre. Mi padre tuvo tres mujeres y se separó de mi madre cuando yo aún no había nacido así que es complicado", asegura, y añade que durante muchos años la relación entre ambos fue más distante. "No le veía mucho. Recuerdo que cuando estaba empezando a leer vi que salía en la revista Primera Línea, no sabía leer muy bien pero había una foto suya. La llevé al colegio para presumir de padre y se la enseñé al profesor, cuando la vio me dijo: '¿Pero tu padre está en la cárcel?'. Era lo que ponía en el artículo y yo no había leído. Así me enteré de que estaba preso", dice en conversación con este periódico.

Y fue con 16 años cuando se produjo la unión que le ha llevado a ser ahora su editor y a intentar que su legado sea lo más amplio e internacional posible. "Con esa edad me fui a vivir con él y no me quise volver a separar. Descubrí a mi padre, me dio muchísimas lecturas, al final éramos muy parecidos. Juntos hicimos el Escota-tour durante el que dio 60 conferencias en dos años. Siempre digo que me conozco a mi padre de memoria pero no por haberme empeñado, es que le escuché todas sus charlas", continúa.

"Para la gente era un perro verde por el tema de las drogas, por sus cambios de opinión, por cómo veía el sexo o la libertad..."

"En su libro Sesenta semanas en el trópico dice que soy su 'báculo de vejez y amigo del alma'. No me separé de él en los últimos 15 años y fui su secretario, su community manager, su agente literario...", asegura. Y cuando le preguntas cómo es tener de padre a alguien tan singular como Antonio Escohotado confiesa que no fue fácil. "Ser su hijo es una presión absoluta, era un sabio, no te podías poner a su altura. No se lo deseo a nadie. Para la gente era un perro verde por el tema de las drogas, por sus cambios de opinión, por cómo veía el sexo o la libertad... Tenía opiniones muy particulares, ahora lo que sus hijos tienen que hacer es demostrar que no era un perro verde sino que sus teorías son transmisibles, que se pueden tomar drogas sin estar en una cuneta, cambiar de opinión sin que te humillen y queremos poder traducirlo porque, aunque no lo creas, no está ni en inglés", explica.

Al preguntarle cuál es su relación con las drogas y qué opina del pensamiento de su padre dice que ha tenido "un maestro bastante especial". "Defendía la sobria ebriedad de la que hablaban los romanos, todo el tema de los opiáceos en la vejez le viene de cuando vivió en Tailandia, porque la gente mayor los usa mucho. No hablaba de perder los papeles sino de tomar una dosis justa y satisfactoria. Decía que para no tener problemas con ninguna droga había que tomarlas todas. Él hablaba que era mejor la politoxicomanía, la diversidad, que la toxicomanía. También de la automedicación consciente, de no depender de una droga porque es cuando te vuelves adicto. Es decir, para dormir es mejor un orfidal que cuatro copas y tienes que saber qué necesitas y cómo lo necesitas", continúa.

Y confiesa que le llamó la atención su forma de enfrentarse a la vejez y a la muerte. "Durante los últimos años no te voy a decir que se volviera religioso pero si creyente, creía en una voluntad superior y empezó a hablar de qué ocurría después. Su muerte fue una lección para mí, murió con estoicismo, con elegancia, con una tranquilidad de espíritu tremenda", recuerda. Y recuperamos su entrada del 4 de mayo de 1995 donde escribió: "Morir ¿está más cerca de dormir, que de soñar? Dormir es eterno, soñar es pasajero" y otra frase que le dijo a Ricardo F. Colmenero: "El primero al que me voy a encontrar es a Román. El hijo que perdí. Y en el delirio de mi imaginación digo: a lo mejor aparece Román".

También el epitafio que consideró, el 29 de marzo de 2008, que sería bonito para su sepulcro: "'Quiso ser un guerrero de la libertad y un orfebre del lenguaje'. Para asegurar justo después que "naturalmente, estos raptos de autocomplacencia deben atribuirse a no sufrir tanta depresión. Marihuana y hachís excepcionales, aportados masivamente por los agrónomos de Pamplona y Málaga, ayudan no poco a mantener la guardia alta". Al final, en su tumba reza: "Quiso ser valiente y aprendió a estudiar".