Judith Leyster tenía tan solo 20 años cuando cogió su pincel y dio forma a uno de los cuadros más famosos del Siglo de Oro holandés. Su autoría, en cambio, se le atribuyó a uno de los pintores más reconocidos de la época, Frans Hals. Así permaneció durante dos siglos, bajo una firma equivocada. Pero en 1893 la verdad salió a la luz. El Museo del Louvre descubrió la firma original: encontró el monograma de Leyster bajo la firma fabricada de Hals y, por fin, salió a relucir un nombre que durante años había permanecido oculto.

Leyster nació en Harlem un 28 de julio de 1609, hoy hace 414 años. Su familia nada tenía que ver con el arte. Era la octava hija de un cervecero llamado Jan Wilemsz Leyster. Pero desde bien pequeña se empapó de pintura. Por entonces, aunque también había artistas que empezaban a dar sus primeros pasos en ese mundo, fue de las pocas mujeres que en 1633 ingresó en el Gremio de Pintores de San Lucas de Haarlem. De hecho, se especula que fue la primera en hacerlo.

Durante esos años Leyster no paró de pintar. Bodegones, retratos o situaciones cotidianas como beber cerveza en un bar, tal vez haciendo alusión a la profesión de su padre. También retrataba a niños y gente sonriente. Inmortalizó pinturas que iban más allá, como La Proposición (1631), una obra en la que da la vuelta a la representación tradicional. En vez de mostrar a una mujer sumisa que seduce, rechaza al hombre que está a su lado y que le ofrece dinero a cambio de favores.

La proposición, 1631

Leyster fue más allá. No solo fue de las pocas mujeres en entrar en el prestigioso Gremio de Pintores de San Lucas de Haarlem. Llegó a tener su propio taller, donde tenía alumnos varones, algo poco común para una pintora por aquel entonces. No solo pintaba, también enseñaba a hacerlo.

Su matrimonio fue el fin de su carrera artística

Cayó bien a la alta burguesía, que veía en sus obras algo extraordinario. Se rodeó de grandes artistas, como Frans Hals, Rembrandt o Vermeer. Algunos teorizan con que Frans Pietersz de Grebber fue su gran maestro. Pero ella ya venía condicionada por la época en la que vivió con su familia en Vreeland. Ahí la artista se empapó de la pintura caravaggista de Utrecht.

Su primera obra la firmó en 1629 y hasta 1635 no dejó de pintar. Pero algo ocurrió en 1636 e hizo que Leyster se desprendiera de los pinceles. Se casó, y su matrimonio fue el fin de su carrera artística.

Se trasladaron a Ámsterdam con el objetivo de mejorar económicamente. Ahí tuvieron cinco hijos, de los cuales solo dos sobrevivieron hasta la edad adulta. Durante esos años trabajó de la mano de su marido Jan Miense Molenaer que, aunque tenía menos talento, se dedicaba también al arte. Pero Judith casi no pintaba, al menos es lo que ha trascendido a lo largo de la historia, apenas unos cuadros pintados desde que contrajo matrimonio hasta que murió con 50 años en 1660, un tulipán pintado en 1643 o un retrato de 1652.

Las obras de Leyster fueron durante mucho tiempo erróneamente atribuidas a él. Y no solo a su marido. La mayor parte de su obra artística se le atribuyó a artistas contemporáneos.

El renacer de la artista

Durante años mujeres de todas las profesiones quedaron excluidas de cualquier tipo de reconocimiento. Leyster fue una de las tantas mujeres que vivió en la sombra y cuyas obras se vieron omitidas por un nombre masculino, sobre todo de Frans Hals.

Sus técnicas se parecían. Los cuadros entre ambos se difuminaban entre sí haciendo que fuera muy complicado diferenciar quién había pintado qué. Las pinceladas eran muy parecidas y ambos retrataban personas alegres en actos cotidianos pasándoselo bien y divirtiéndose.

Tampoco ayudó que Leyster no siempre firmara sus trabajos con su nombre completo. Escribía sus iniciales JL, en ocasiones con una estrella a su lado. Leister significaba "estrella líder" en holandés. No se sabe si fueron el marido y Hals quienes se atribuyeron sus obras o fue la sociedad quien quiso mirar a otro lado al no tener clara su autoría. Lo más probable es que todo fuera fruto de una manipulación ya que el nombre de Hals apareció por arte de magia sobre capas de pintura en algunos de sus cuadros.

El caso es que una de las primeras obras que se conocen de la artista fue precisamente atribuida a Frans Hals. La verdad salió a la luz dos siglos más tarde. En 1893 en una limpieza en el Museo del Louvre se supo que una pintura admirada como obra del pintor en realidad había sido pintada por Leyster. El caso fue tan escandaloso que incluso se llevó a juicio y envolvió a los anteriores propietarios, la casa de subastas y el museo en una disputa por saber quién fue el autor real de la obra. Finalmente se confirmó que el cuadro había sido obra de Leyster.

A partir de esta atribución, se comenzó a rebuscar en sus obras y el catálogo de Leyster se amplió. Su obra artística había sido atribuida durante años a sus compañeros e incluso a su marido, con sus trabajos omitidos por un hombre masculino. Pero, tras haber permanecido oculta al reconocimiento, dos siglos más tarde, el nombre de Leyster salió de entre las sombras y fue considerada como se le negó durante mucho tiempo, una de las mejores artistas de la época dorada de la pintura holandesa.