En plena Segunda Guerra Mundial, sobre 1942, el régimen nazi reclutó hombres para una misión especial. Muchos de ellos, pertenecientes a la clase media trabajadora, despidieron a sus familias y se marcharon. No simpatizaban con los nazis ni eran excesivamente hostiles con los judíos, se subieron a los furgones creyendo que su papel sería asegurar las zonas ocupadas por los alemanes. Lo que no sabían es que aquellos taxistas, fontaneros y panaderos, personas corrientes que nada tenían que ver con el nazismo, se acabarían convirtiendo en los escuadrones de la muerte, monstruos que mataban a miles de civiles mirándoles a la cara. Conocidos como los Einsatzgruppen, aquellas "personas corrientes" llegaron a asesinar a unos dos millones de civiles en pelotones de fusilamiento.

Aquellos hombres grises (Netflix), un documental basado en el libro del historiador Christopher Browning El Batallón 101 y la solución final en Polonia (Edhasa, 2002), estrenado a finales de 2023, intenta abordar por qué esas personas que aparentemente no simpatizaban con el nazismo llegaron a matar a tantos civiles. Es la otra cara del Holocausto, la menos conocida, la que no aparece en las películas o los libros sobre la masacre, siempre centrados en los campos de concentración. Y es que, durante esos años, casi la mitad de víctimas murieron en campos de exterminio y cámaras de gas, casi un millón murieron en condiciones de encarcelamiento y más de dos millones murieron en un pelotón de fusilamiento.

Todo comenzó el 13 de julio de 1942. El comandante Trapp, al mando del Batallón de Reserva Policial 101 de Hamburgo, se dirigió a sus oficiales para darles una noticia "terrible". Cuentan en el documental que lo hizo realmente afectado, con la voz entrecortada y al borde del llanto. Estaba a punto de dar una orden que les cambiaría la vida: su función, aquella que no tenían clara cual iba a ser, consistiría en matar a hombres, mujeres y niños cara a cara.

El Batallón de Reserva Policial 101 de Hamburgo acabó siendo el cuarto batallón más letal de todos los escuadrones de la muerte nazis

No estaban preparados ni entrenados. Ninguno sabía que esa iba a ser su labor. Se les dijo que, como raza superior, debían garantizar que el nacionalismo se estableciera en los territorios ocupados. Así que más que una orden fue una sugerencia, una oferta que lanzó al aire dejando claro que, aquel que no estuviera dispuesto, no participaría. Alguno se fue entre gritos de "cobarde", otros, en cambio, decidieron quedarse. Lo que se ha demostrado años más tarde es que a ninguno se les obligó a matar, tampoco se ha demostrado que aquellos que se negaron tuvieran riesgo de ser asesinados. Les insultaban y les llamaban "cobardes", pero les asignaron labores de limpieza.

Pronto se acostumbraron a matar

Quienes escogieron matar, aunque lo hicieran a su pesar, no eran conscientes de lo que vendría más tarde: las pesadillas, el cargo de conciencia, la deshumanización, el alcohol para poder soportar lo que hacían. Pero aunque el primer fusilamiento fue traumático, pronto se acostumbraron a apretar el gatillo.

Lo sorprendente es que el batallón estaba lleno de hombres aparentemente normales, de taxistas o carpinteros que nada tenían que ver con la ideología nazi, pero que, en cambio, acabó siendo el cuarto batallón más letal de todos los escuadrones de la muerte nazis. Llegaron a matar en el fusilamiento a 38.000 judíos y enviaron a otros 45.000 a campos de exterminio.

Al principio no sabían cómo actuar. Sacaban a los civiles de los furgones y los llevaban uno a uno hasta el bosque. Los miraban a la cara, a veces hasta mantenían conversaciones con ellos minutos antes de quitarles la vida. No estaban preparados para matar, pero acabaron acostumbrándose a hacerlo.

Cuenta el historiador Christopher Browning en el documental de Netflix que el batallón se dividió en tres grupos. Los que disfrutaban de matar y además los torturaban, aquellos que simplemente cumplían las órdenes, y los objetores, quienes se negaron a matar. Algunos, de hecho, a pesar de cumplir con su "deber", el trauma que sufrían les llevaba a tener consecuencias físicas.

Uno de los oficiales llegó a tener una enfermedad psicosomática. Cada vez que tenía que fusilar se ponía enfermo. Era tal el dolor de tripa que no podía moverse y finalmente no acudía a las fosas, ganándose los reproches de sus compañeros, que le echaban en cara ser un "cobarde". No fue el único. Muchos tiradores se traumatizaban por los asesinatos, razón por la cual los grandes campos de exterminio como Auschwitz surgieran con intención de liberarles a los tiradores de sus traumas y para que el proceso de masacre fuera "más efectivo". De hecho, cuando mataban a mujeres junto a sus bebés, les pedían que los agarraran y los sostuvieran en su pecho para que la bala atravesara el cuerpo del bebé e intentara matar a ambos de un tiro, y así los oficiales no tuvieran que asesinarlos uno por uno para evitar "traumas".

Los juicios de Núremberg

Una vez finalizada la guerra comenzaron a salir a la luz todas las atrocidades que habían llevado a cabo los nazis. Entre 1947 y 1948 los comandantes de los Einsatzgruppen fueron juzgados por sus crímenes en el Palacio de la Justicia de Núremberg.

El batallón estaba lleno de hombres aparentemente normales, de taxistas o carpinteros que nada tenían que ver con la ideología nazi

Fue el fiscal jefe del caso, Benjamin Ferencz, que falleció en abril de este mismo año, quien tuvo entre sus manos los documentos de los nazis donde apuntaron cada fusilamiento como si de una victoria se tratara. Cuenta Ferencz en el documental que cuando llegó al millón de asesinados dejó de contar, la masacre le abrumó. Le sorprendió ver en el juicio a personas de clase media, con estudios, muy sofisticados, que "podían mantener una conversación sobre Mozart o Beethoven" y, sin embargo, tenían las manos manchadas de sangre.

Durante el juicio, también llamó la atención el caso de Otto Ohlendorf, general de División de las SS y máximo responsable de los batallones policiales, quien, padre de cinco hijos, y aparentemente con buena imagen, llegó a decir que sus hombres sufrieron más que sus víctimas y que mandó matar a tantos civiles porque era "leal al Gobierno".

Ohlendorf fue declarado culpable y condenado a muerte por ahorcamiento el 7 de junio de 1951 en la prisión de Landsberg. Cuenta el fiscal Ferencz que, tras la declaración de su muerte, hizo algo que nunca antes había hecho y fue a hablar con Ohlendorf a su celda, donde este le confesó que, si hubiera tenido que hacerlo, "hubiera matado hasta a su hermana".

El documental aborda la idea de que "cualquiera puede convertirse en un asesino", reflexiona sobre cómo pueden llegar a calar las ideas impuestas por el Gobierno y cómo aquellas personas "normales" llegan al punto en el que son capaces de justificar comportamientos injustificables, como asesinar cara a cara a miles de hombres, mujeres y niños inocentes.

La masacre de Babi Yar

La masacre de Babi Yar fue el fusilamiento masivo más grande que se llevó a cabo en un solo lugar durante la Segunda Guerra Mundial. Ocurrió en un barranco llamado Babi Yar a las afueras de la ciudad de Kiev. El 29 y el 30 de septiembre de 1941, unidades de las SS y de la policía alemana, así como sus auxiliares, bajo la dirección de miembros del Einsatzgruppe C, obligaron a desvestirse a miles de judíos para luego meterse apelotonados en el barranco. Los oficiales los fusilaron en grupos pequeños hasta llegar a asesinar a unos 34.000 judíos.