Joaquín Sorolla pintó al pequeño Alfonso de Borbón y Battenberg con apenas dos meses de vida. Era julio de 1907 y el artista valenciano, invitado por la familia real a la residencia estival de La Granja de San Ildefonso, se esforzó en capturar la ternura y la dignidad del recién nacido, primogénito de Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia. Lo retrató con el Toisón de Oro al cuello, una distinción simbólica –y desproporcionada– que el infante había recibido con apenas ocho días de edad. "Muy bonito y regordete, se parece mucho a su madre, tiene los ojos azules y es muy rubio", escribió Sorolla a su amigo Pedro Gil Moreno de Mora. Sorolla realizó tres retratos del príncipe durante esta sesión.

El óleo, en formato oval de pequeño formato –47 por 61 centímetros– y realizado sobre tabla, sale ahora a subasta en Christie's de Nueva York. Ha permanecido hasta hoy en manos de la familia, aunque la casa de subastas no ha precisado la identidad exacta del vendedor, y ha sido autentificado por Blanca Pons-Sorolla, bisnieta y biógrafa del pintor y patrona de su fundación.

La fatalidad de una dolencia hereditaria

El cuadro, que sale con un precio estimado de entre 70.000 y 100.000 dólares –entre 60 y 87.000 euros–, se ofrecerá el próximo 21 de mayo en una gran subasta de maestros antiguos y pintura del XIX. Y pone sobre la mesa un nombre que la historia reciente ha olvidado. Alfonso no llegó a reinar. Tampoco vivió mucho: murió tras un accidente de automóvil en Miami en 1938, con solo 31 años, poco después de haberse casado sin permiso con una joven cubana y de haber renunciado a sus derechos dinásticos.

Alfonso había conocido a Edelmira Sampedro y Robato, una joven cubana de ascendencia asturiana, durante una convalecencia en un sanatorio suizo. Su romance floreció rápidamente, pero como no podía ser de otra manera contó con la desaprobación de la familia real española, ya que Sampedro no pertenecía a la realeza. El 11 de junio de 1933, ya instaurada la república en España, Alfonso renunció a sus derechos dinásticos para casarse con ella diez días después, el 21 de junio de 1933, en la Iglesia del Sagrado Corazón de Ouchy, en Lausana. La boda se celebró en un ambiente íntimo y discreto, con la asistencia de la reina Victoria Eugenia y las infantas Beatriz y Cristina, mientras que Alfonso XIII, padre del novio, se opuso firmemente a la unión y no asistió. A partir de entonces, Alfonso hijo adoptó el título de conde de Covadonga.

A la fatalidad política y sentimental se sumaba una condena biológica: desde su nacimiento, el príncipe Alfonso era hemofílico, una dolencia heredada por línea materna de la reina Victoria del Reino Unido, su bisabuela.

Alfonso de Borbón, retratado en 1927.

El diagnóstico, ocultado al principio, condicionó toda su vida. Le impidió participar en la vida militar y política con normalidad, le relegó dentro de la propia familia y alimentó un aura de melancolía precoz. Aun así, Alfonso fue durante años el heredero. Su padre, Alfonso XIII, luchó por preservar la imagen de una monarquía fuerte pese al estigma genético. Pero las alianzas matrimoniales terminaron saltando por los aires.

Tras su matrimonio con Edelmira, la pareja enfrentó dificultades económicas y personales. Se separaron en 1934 y se divorciaron oficialmente en La Habana el 8 de mayo de 1937.

Después de un breve segundo matrimonio con Marta Esther Rocafort, también cubana, Alfonso murió en Miami el 6 de septiembre de 1938, a los 31 años. Un accidente de tráfico, que en principio no parecía grave, desencadenó una hemorragia interna que resultó fatal debido a su hemofilia. Su muerte pasó casi inadvertida para la familia real, aunque su madre, la reina Victoria Eugenia, envió flores al funeral.

Pese al divorcio, Edelmira Sampedro fue la única de la familia que asistió al entierro de Alfonso. Sampedro mantuvo el título de condesa de Covadonga y fue reconocida por la familia real como la única esposa de Alfonso. Recibió una pensión de viudedad y algunas joyas tras la muerte de la reina Victoria Eugenia. Vivió discretamente en Coral Gables, Florida, hasta su fallecimiento en 1994. En 1985, asistió al traslado de los restos de Alfonso a España, despidiéndose de él con una emotiva reverencia en el aeropuerto de Miami.

En el retrato infantil de Sorolla, el infante aparece sereno, blanco, con mirada lejana y vestiduras claras. No hay en él rastro del joven que acabaría sus días exiliado, sin trono, sin salud y sin nombre.