El más importante y probablemente el único de los mandamientos nunca escritos del rock and roll dice que, más allá de la música o el estilo, se trata de una cuestión de actitud. Y con ese precepto grabado a fuego ha llegado Miles Kane a España para ofrecer una pequeña gira de cuatro conciertos en Barcelona, Bilbao, Madrid y Valencia, con el exclusivo acompañamiento de su guitarra eléctrica.
Kane es un mítico de la cosecha de grupos indies británicos formados en la primera década de los 2000 en la que figuran nombres como The Libertines, The Kooks, Kasabian, The Vaccines y, por supuesto, los Arctic Monkeys, a quienes teloneó cuando aún pertenecía a The Rascals. De hecho, fue con el líder de estos, Alex Turner, con quien ha acabado formando uno de los dúos artísticos más icónicos de aquella generación en The Last Shadow Puppets.
Músico de culto para muchos, el de Liverpool se ha presentado en nuestro país con el cartel de sold out y una arriesgada apuesta en solitario haciendo honor a su último álbum "One Man Band". La propuesta de Kane en esta minigira española partía con una premisa complicada, sin banda, con su guitarra eléctrica y secuencias pregrabadas de acompañamiento con las que mantener la vivacidad de sus canciones.
Chaqueta ajustada de cuero roja y camiseta de tirantes, cabeza rapada y tintada de rubio platino, cara de mala leche y presencia arrolladora. Miles Kane se plantó este jueves en el escenario de la sala Jaguar de Madrid como un auténtico rockstar dispuesto a ofrecer un buen espectáculo a sus fieles.
El show comenzó con la apertura del nuevo disco, la enérgica Trouble Son, acompasada por los bailes chulescos y desafiantes del británico, a la que siguió uno de sus clásicos, Better Than That, con la que se metió en el bolsillo a los asistentes con patillas, flequillo mod y gafas de pasta. Siguió con las reminiscencias glam a T-Rex en Cry On My Guitar y la magia hipnótica de su clásico Rearrange. El concierto estaba ya más que encarrilado con una variada mezcla de todas sus épocas, pero en el escenario algo no funcionaba del todo bien.
Kane lleva desde 2011 firmando toda su música en solitario, aparte de los esporádicos affaires de The Last Shadow Puppets, puede presumir de ser un auténtico one man band, pero en directo es muy difícil suplir elementos tan esenciales como una batería o un bajo de verdad. La espontaneidad se puede ver atropellada por la imperdonable precisión de la tecnología y acabar por deslucir el espectáculo.
El artista se aferró de esta forma a la más básica de las esencias, la actitud. Los sucesivos traspiés de este arriesgado experimento híbrido no fueron capaces de hacer mella en su confianza, Miles seguía llenando el escenario con sus himnos, y el público los disfrutaba con él. La música de sus canciones es pegadiza, agita el ánimo e invita a corear y bailar. Bebe de la simplicidad melódica del britpop, pero también de la alegría festiva del glam y mantiene esa chulería enérgica del rock que te incita a creerte el protagonista de tu propia película.
A mitad del concierto, Kane se despojó con algo de dificultad de su chaqueta, cuero y sudor nunca se llevaron bien, y cambió la guitarra eléctrica por la acústica. Un rockstar tiene que ser duro, pero también tiene que saber mostrar su lado tierno. Se había enterado por su manager de que un padre traía a su hijo a su primer concierto y aprovechó esta confidencia para dedicarle la que le habían dicho que era su canción favorita: First Of My Kind. Y como estaba generoso, también regaló al público una versión en acústico del Standing Next To Me del primer álbum de The Last Shadow Puppets y desde la pista alguien se atrevió a preguntar: "¿Dónde está Alex?".
Tras esta breve e íntima concesión, el músico recuperó su guitarra eléctrica y el rictus badass del inicio volvió para cerrar con la nueva, Never Taking Me Alive, y las viejas: Come Closer y Don't Forget Who You Are, en la que invitó al público a sostenerse en comunión con los lalalalá del estribillo, mientras la secuencia del bajo aún no había terminado.
Probablemente el experimento de one man band esta vez no le haya salido del todo bien, pero ese último éxtasis comunal valió para dejar un buen sabor de boca entre los asistentes que alargaban los dedos para poder tocar a la estrella mientras esta saludaba y agradecía desde los límites del escenario. Un auténtico rockstar que ha vuelto a demostrar una vez más que el rock & roll sigue siendo cuestión de actitud.
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