No sé si Miguel Mihura era exigente o no, si pedía mucho o se conformaba con poco, si se reía de sus propias comedias o le parecían trágicas. En realidad, nadie lo sabrá. Nadie es capaz de meterse en la mente de nadie, si bien su biografía, sus hechos, sus escritos, sus amigos, familiares y amantes pudieran dar cuenta de ello.
Pues aún con ese hándicap, con el riesgo de inventar sobre lo sabido, de contar lo que se conoce y de suponer lo que nos gustaría que hubiese sucedido, el joven dramaturgo Adrián Perea (nacido en Madrid en 1997) nos trae una semblanza del gran comediógrafo Miguel Mihura (que hoy decimos dramaturgo o dramaturgista). Pero, sí, Miguel Mihura fue el último comediógrafo, o uno de los últimos, a pesar de sí mismo, por lo que colegimos del texto de Adrián Perea, que nos presenta, a telón abierto, las luces y las nieblas de este autor de comedias, periodista, humorista gráfico, y precursor del teatro del absurdo en España con su comedia, en principio incomprendida, Tres sombreros de copa, de 1932, adelantada a su tiempo de entonces y al tiempo de ahora, inclasificable, que no se estrenó hasta 1952 por el empeño de unos jóvenes estudiantes encabezados por Gustavo Pérez Puig. A partir de ahí, y así nos lo cuentan en este hermoso montaje dirigido por Beatriz Jaén, Mihura empieza a ser valorado, reconocido, considerado. Nos ofrece obras donde mezcla ese humor amargo, esa soledad no deseada, ese intimismo forzado, ternura por sus personajes más peculiares, pesimismo de una sociedad que piensa poco, desencanto de las relaciones personales, incoherencias para provocar hilaridad.
Y, efectivamente, con una puesta en escena muy bien desarrollada, en camerinos, entre bastidores, Entrecajas Producciones Teatrales y Nave 10 Matadero nos acercan a la figura humana de este gran comediógrafo, hoy algo olvidado, como les pasa a muchos otros autores del siglo pasado, y nos cuentan quizás sus sentires, quizás su sarcasmo, quizás su angustia o su dejadez, quizás la extraña sensación de encontrarse, de repente, vivo cuando ya él mismo se daba por desahuciado de la memoria colectiva.
Un elenco entregado
Todo el elenco –Rulo Pardo y David Castillo, ambos como Mihura, Paloma Córdoba, Kevin de la Rosa, Esperanza Elipe, Esther Isla y Álvaro Siankope– está entregado en un ritmo, a veces, frenético, a veces más sosegado, sin fastos y decididos, interpretando diferentes roles, haciendo cómplices a los espectadores en la voz de un narrador que es el propio Mihura, para dejarnos claro que los cómicos también son buena gente, que sufren y se divierten, que dudan y solo están seguros de amar su trabajo.
Nombrado académico de la Real Academia de la Lengua, sillón K, no pudo llegar a escribir ni leer su discurso de ingreso. Quizás, hubiera dicho que, del teatro, él fue solamente un obrero de la pluma sin gracia que hacía reír a otros.
Viendo la obra, y nombrando varias veces el nombre de Miguel, me vinieron a la mente otros Miguel de las palabras. Por supuesto, Miguel de Cervantes, el que preside todo, Miguel Hernández en la poesía, Miguel de Unamuno en la filosofía y el humanismo, Miguel Delibes, en la narrativa. Y Miguel Mihura, en el teatro. Todos grandes a los que les debemos mucho. En esa deuda está el recordarlos.
Mihura, el último comediógrafo, de Adrián Perea y con dirección de Beatriz Jaén, se representa en Nave 10 Matadero hasta el 15 de junio
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