El glioblastoma es un tumor que se origina en el cerebro, de rápido crecimiento y agresividad, que afecta especialmente a adultos mayores (la edad media de los pacientes se sitúa en 64 años). Es el más frecuente entre los tumores cerebrales –cerca de la mitad de los casos– y también el de peor pronóstico. Actualmente se desconoce su causa, pero son muchas las investigaciones en marcha y las posibilidades de tratamiento aumentan cada día.

En unos pocos casos se han identificado antecedentes familiares, y también se ha vinculado con enfermedades hereditarias o patologías genéticas como el síndrome de Li-Fraumeni, el síndrome de Turcot o las neurofibromatosis. Lo explica el doctor Joseba Rebollo, oncólogo de Quirónsalud Torrevieja y Quirónsalud Alicante y experto en el diagnóstico y tratamiento de este cáncer.

El glioblastoma tiene una incidencia de 3,21 afectados por cada 100.000 habitantes. «Puede aparecer en cualquier localización del cerebro, incluso ser bilateral, y surgir de inicio o bien a partir de un tumor menos agresivo que existiera previamente», detalla el especialista.

Los síntomas

Al aparecer en un órgano rodeado de una estructura ósea sin posibilidades de crecer, los síntomas del tumor cerebral suelen presentarse de forma abrupta y rápida. Dependiendo de la localización, puede desencadenar cefaleas persistentes y progresivas, dificultad gradual para expresarse, alteraciones en la capacidad de aprendizaje y pensamiento, visión borrosa, cambios de humor y personalidad, vómitos o crisis convulsivas.

«Sin tratamiento, dado el rápido desarrollo tumoral, la supervivencia de los pacientes es muy corta. De ahí que sea necesario consultar cuanto antes al especialista ante la aparición de estos síntomas», señala el oncólogo de Quirónsalud Torrevieja y Quirónsalud Alicante.

El diagnóstico

Es necesaria la combinación de varias pruebas con el fin de precisar el diagnóstico así como la extensión del tumor. «Es importante realizar una biopsia con una aguja antes de decidir el tratamiento más apropiado. La muestra se estudia en un laboratorio para determinar los tipos de células que lo componen y su agresividad. Confirmar el diagnóstico es fundamental para ofrecer un tratamiento lo más acertado posible», subraya el doctor Rebollo.

Tras una exploración neurológica se realizan también estudios por imágenes, como la resonancia magnética, tanto convencional como funcional y espectroscópica.

Los tratamientos

Como en cualquier otro tumor, el tratamiento requiere «un manejo multidisciplinar», constata el oncólogo de Quirónsalud. «Se discute en el comité correspondiente y se decide si es factible la cirugía. En este caso, es el neurocirujano el que determina el procedimiento técnico de extirpación idóneo en función de la extensión y la localización del tumor».

Después de la cirugía de extirpación máxima, se realiza un examen patológico profundo que incluye estudios moleculares genómicos que pueden ayudar a seleccionar el mejor tratamiento disponible, o bien la participación del paciente en ensayos clínicos con nuevos fármacos. «Convencionalmente, tras la cirugía el paciente es tratado con radioterapia. La radiación gamma o de protones esteriliza de células durales el lecho quirúrgico y las áreas de alrededor que pueden estar infiltradas por células tumorales», añade Rebollo.

Simultáneamente a la radioterapia se administra quimioterapia, y en unos seis meses (cinco días seguidos de cada mes) una vez finalizada. «Es un medicamento que se administra por vía oral y por tanto cómodo»; en muchas ocasiones, así ha sido durante la pandemia, acudir al hospital o a un centro sanitario para recibir el tratamiento no siempre es fácil. Además, «existen otros medicamentos como la Lomustina y el Bevacizumab que también son activos, además de otros fármacos en fase de investigación», concluye el facultativo de Quirónsalud.