Cuando Carlos (nombre ficticio) llegó a casa de Teresa aún no había cumplido tres años. La misma edad que la pequeña de la familia, que completaban otro hijo mayor y el marido de Teresa. Aquello era nuevo para todos. Un niño separado de su familia y una familia deseosa de ayudar a un pequeño en desamparo hasta que pudiera recuperar su estabilidad. Estaban a punto de empezar una aventura de acogimiento familiar.
En España, unos 40.000 niños están según los últimos datos oficiales en la situación que pasó Carlos hace ya algunos años. Por diversas circunstancias, los pequeños son separados de sus familias y necesitan un lugar donde permanecer hasta que puedan volver con ellas o ser dados en adopción. "Cuando un niño es separado de su familia existen dos opciones, que vaya a un centro de acogida o con una familia. Y está más que demostrado que los centros no responden a las necesidades de un niño en cuanto a cariño, afecto y seguridad", asegura Jesús Palacios, catedrático de Psicología Evolutiva y Educación en la Universidad de Sevilla y experto en acogimiento familiar. Estos días participa en el IV Congreso sobre el Interés Superior del Niño 2019 que se celebra en Madrid, donde se ha hecho público que el número de niños tutelados por el Estado que viven en centros han superado por primera vez a los que viven en familias (52% frente al 48%) y por lo tanto urge encontrar más hogares de acogida.
Aquella primera noche Carlos no pudo dormir con Teresa y su familia. “Tuvimos que ir muy poco a poco, los procesos de adaptación son lentos, hay que ir con mucha paciencia”, recuerda Teresa. El caso de Carlos era especial, pues tenía tres hermanos mayores en un centro de acogida y para no separarle de ellos acudía a la familia de Teresa los fines de semana y vacaciones. “Aunque no es lo habitual, es una prueba estupenda para que la propia familia vea cómo lo lleva. Es una fórmula muy interesante que tiene que fomentarse”, explica esta veterana madre de acogida, que trabaja como profesora de universidad.
El pequeño pasó tres años con ellos, cada fin de semana y vacaciones, hasta que fue dado en adopción permanente. Se integró en la familia y hoy, 12 años después de la despedida, sigue en contacto con ellos. "Cuando se van sabes que es algo bueno para ellos. Y te ayuda a entender que ellos, como tampoco tus hijos biológicos, no te pertenecen. Que el hijo saludable es el que se va", afirma Teresa, que como todas las familias de acogida acceden a formación específica en la que se les prepara, entre otros, para la experiencia de la separación.
Acogimiento de urgencia, abierto, temporal o permanente
Porque el acogimiento familiar es casi siempre temporal, un periodo que en principio no durará más de dos años pero que depende de cada situación. Hay casos especiales, como los denominados de urgencia, en los que el niño que de repente queda desamparado va inmediatamente a una familia preparada para ello y cuya duración no debe exceder los seis meses. También hay otro acogimiento permanente, que suele darse dentro de la familia extensa, y que dura hasta los 18 años. "Las situaciones de urgencia se dan, por ejemplo, si una mujer que está sola y desorientada o que por lo que sea no puede hacerse cargo del niño y el recién nacido necesita una familia donde ir. Además, los menores de seis años tienen prioridad puesto que necesitan más el acogimiento", explica Castillo.
El psicólogo destaca también la modalidad de familias acogedoras colaboradoras, o acogida abierta, como se llama cuando los niños van con las familias en fines de semana y vacaciones. "Es algo que está empezando y sin duda es una oportunidad fantástica para que se sumen familias que de otro modo no podrían hacerlo. Les da a niños, que de otra manera no la tendrían, la oportunidad de establecer una conexión estrecha y estable con una familia", indica Castillo, "y cada vez tenemos más certeza de que no hay una talla única para el acogimiento. Cada niño necesita cosas diferentes y necesitamos tener familias diferentes para encontrar la ideal para él".
Tras decir adiós a Carlos, la familia de Teresa dijo hola a Javier (también es un nombre ficticio para proteger su identidad). Él sí llegó a su casa para quedarse todos los días. Lo hizo con cuatro años y ahora, a sus diez, está pasando la que quizás sea su última etapa en la casa. "Cuando llegó nos dijeron que no era muy probable que pudiera volver con su familia biológica, pero su madre lo ha hecho muy bien y él también lo está deseando. Su madre ha tenido otra hija y él una hermanita pequeña", cuenta la veterana madre de acogida, miembro de la Asociación Estatal de Familias de Acogida (ASEAF).
Que los niños tienen que continuar en contacto con sus familias biológicas siempre que sea posible es algo que caracteriza también al acogimiento familiar, donde el objetivo último es que los niños vuelvan a su seno familiar. Es clave que ambas partes se acepten y que colaboren en pro del beneficio del menor. "Al poco de llegar, la madre de Javier le hizo un mural con fotos de la gente que quería y desde ese momento lo tenemos colgado. Ahora también hemos puesto una foto en la entrada de Javier con su hermanita. Nos hemos currado la relación para que el pequeño tenga una doble pertenencia serena, que no crezca con un conflicto de lealtades. Porque eso le da mucha salud mental", relata Teresa.
Sin requisitos fijos, todo tipo de familias
Esa capacidad de colaboración es fundamental para las familias que, en principio, no tienen que cumplir demasiados requisitos para optar a convertirse en una familia acogedora. "No hay grandes exigencias, no se necesitan héroes sino gente con espacio en su vida, en su casa, en su corazón y en su mente que quiera ayudar a los niños a pasar el tiempo que necesiten dándoles calor, afecto y seguridad", dice Castillo.
El experto incide en que hay - y se necesita - "gente muy diversa, familias monoparentales, matrimonios, parejas del mismo sexo, con o sin hijos, jóvenes, mayores, con más y menos experiencia". También explica, Castillo, que "hay gente que aunque quiera no puede serlo porque les falta capacidad educativa o interés por determinadas cosas". Se requiere, eso sí, de "personas emocionalmente fuertes, que puedan estar preparadas para vivir de forma sana las despedidas, que obviamente es dura. Tienen que tenerlo muy claro, desde luego si lo que alguien quiere es ser padre, el acogimiento familiar no es para él".
Castillo llama a la necesidad de que más familias se animen. "De los más de 21.000 niños que están en centros de acogida, unos 5.000 tienen menos de seis años y son los más pequeños los que más lo necesitan".
Ellos lo necesitan pero las familias se llevan, coinciden experto y madre acogedora, igual o más de lo que aportan. "Los padres suelen decirnos que pensaban que iban a dar y al final ellos son quienes más reciben", afirma Teresa. "Para las familias supone un sinfín de emociones extraordinarias, de convivencia, de generosidad, que se extienden a los hijos, que sienten una infancia más rica, bonita y que cuyo recuerdo conservan para toda la vida", afirma Castillo.
De hecho, si a Teresa, que ha completado estos años con otros dos niños de acogida temporal, se le pregunta por aquello con lo que se quedaría con lo que les ha dado a sus otros hijos: "Para mí lo más importante es lo que ellos han aprendido. A vivir en una familia que no está cerrada, que no vive agusto sin más, que está abierta a las necesidades de los demás. Sin darte cuenta, te crecen unos hijos que tienen una sensibilidad que no se aprende en las escuelas".
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